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El libro de Pastrana

El ex presidente habla por primera vez de sus contactos secretos con los paramilitares, en los cuales estuvieron involucrados Felipe González y Gabriel García Márquez.

4 de septiembre de 2005

"Durante mi gobierno, se realizaron varias aproximaciones con los paramilitares, con la intermediación de importantes personajes nacionales e internacionales, dentro de un ámbito de máxima reserva y prudencia, las cuales constituyeron, sin duda, los primeros pasos -hasta ahora desconocidos- del proceso que hoy adelanta, bajo diferentes parámetros, el gobierno del presidente Álvaro Uribe.

Aunque no fuera posible avanzar los diálogos con las autodefensas de manera pública, sí debíamos intentarlo de forma cauta y reservada. La paz en el país requería de la participación y voluntad de desmovilización de todos los actores armados ilegales, fuera cual fuera su procedencia e ideología.

A contar los discretos esfuerzos de acercamiento con las AUC que se realizaron durante mi gobierno está destinado el presente capítulo (...).

La oportunidad para hacerlo surgió cuando, a comienzos del año 1999, en una ceremonia de posesión que tuvo lugar en la Casa de Nariño, se me acercó el parlamentario conservador Luis Carlos Ordosgoitia, representante a la Cámara por el departamento de Córdoba, y me comentó que había una persona allegada a su familia que era, a su vez, muy amiga de Carlos Castaño, máximo comandante de las AUC, a través de la cual podrían realizarse algunos contactos.

Se trataba de Rodrigo García Caicedo, un importante ganadero de Córdoba, ex presidente de la Federación de Ganaderos de dicho departamento, a quien yo había conocido en mis correrías durante la campaña política. Su pertinencia como interlocutor era indiscutible pues se trataba de una persona que gozaba de la total confianza de Castaño, quien se refería a él como su segundo padre y lo tenía en alta estima como consejero y asesor.

Me pareció adecuado el contacto, así que tuve un primer diálogo telefónico con García, quien me corroboró su disposición para facilitar los acercamientos, y luego me reuní con él y el representante Ordosgoitia en Palacio, oportunidad que sirvió para intercambiar opiniones y en la que les insistí en mi mensaje a Castaño de que las masacres debían terminar de una vez por todas, como un primer aporte de las AUC hacia la paz.

En esa reunión determinamos la necesidad de mantener absoluta confidencialidad sobre las conversaciones y se planteó la conveniencia de vincular a las mismas, como facilitadores, a personalidades internacionales cuya neutralidad y liderazgo las dotaran de credibilidad.

Según me dijeron, Castaño creía en las buenas intenciones de mi gobierno, pero consideraba que el gran enemigo para llegar a una paz total, que los incluyera también a ellos, era el tiempo. También era consciente de que el gobierno no podía reunirse directa ni abiertamente con ellos porque se dañaría sin remedio el proceso con las Farc.

En adelante, la persona que me sirvió de interlocutor directo fue el representante Ordosgoitia, quien mantenía contactos con Rodrigo García, con el mismo Castaño y con Mario H., un personaje que llegaría posteriormente al escenario, a quien luego me referiré.

La valiosa ayuda de Felipe González

En marzo de 1999, cuando apenas se estaban produciendo los primeros contactos, realicé un viaje oficial a España, por invitación del gobierno de dicho país, y, dentro de las varias reuniones que tuve en Madrid, me reuní en el Palacio del Pardo con Felipe González, ex presidente del gobierno de España, quien era el líder de la oposición al gobierno de mi amigo José María Aznar.

No era, por supuesto, una situación cómoda para mí, debido a las malas relaciones que tenían González y Aznar, pero me interesaba mucho llevar a cabo esta cita, primero por la indiscutible importancia y el peso internacional que mantenía Felipe González y, segundo, porque su pertenencia al socialismo le daba una mayor capacidad de convocatoria e interlocución frente a los grupos guerrilleros que pretendían defender ideologías de izquierda.

Fue una reunión muy fructífera en la que el ex presidente González se mostró en todo dispuesto a colaborar con los esfuerzos de paz en Colombia, particularmente en el proceso con el ELN. Lo que no imaginaba él, y sin duda le tomó por sorpresa, es que no sólo le pidiera su participación positiva en los procesos con la guerrilla, sino que también le propusiera que sirviera como facilitador de unos primeros diálogos con los paramilitares, en el extremo opuesto de las mismas (...)

Fue así como le pregunté a Felipe González si estaría dispuesto a recibir a unas personas cercanas a las AUC, escucharlas y discutir con ellas un compromiso que llevara a la terminación de las masacres, como un primer paso hacia más avanzadas negociaciones. Él estuvo de acuerdo y la reunión se llevó a cabo un tiempo después.

Viajaron a Madrid, a entrevistarse con él, Rodrigo García, su hijo Jaime García y Hernán Gómez, también de la confianza de las AUC. En la entrevista, tal como yo le había pedido, González se limitó a realizar una gestión humanitaria, manifestando la preocupación de la comunidad internacional por las masacres que venían cometiendo los paramilitares e intercediendo por su terminación, y ellos le expusieron los puntos de vista de las AUC, y particularmente de Carlos Castaño, sobre el proceso de paz, el conflicto y sus posibles soluciones.

Aprovechando, luego, que el canciller, Guillermo Fernández de Soto, tuvo que realizar un viaje a Europa, le pedí que se reuniera con el ex presidente González para que recibiera sus impresiones de primera mano. Guillermo fue a su oficina en Madrid y habló largamente con él, quien le resumió el contenido de la reunión. Según le comentó González al canciller -y luego le confirmó en una segunda cita que tuvieron en el Hotel Palace, en otra ocasión-, aparte del intercambio de opiniones, él les había pedido a los enviados de Castaño que hicieran una propuesta que permitiera terminar con las masacres y abandonar la violencia, a lo que ellos le respondieron que mejor él hiciera la propuesta. González no tenía más mandato que el de hacer una gestión humanitaria frente a sus interlocutores, por lo que me mandó razón con el canciller de que él se limitaría a proponer aquello que yo le indicara. Ahora bien, aunque el diálogo fue cordial, el ex presidente español percibió a sus interlocutores como personas demasiado radicales en sus posiciones (...).

Posteriormente, en noviembre de 1999, el ex presidente español tuvo una nueva conversación con los mismos enviados en México, en la que simplemente le reiteraron su voluntad de diálogo, sin mayores compromisos. Hasta allí llegaron las gestiones de Felipe González, a quien siempre agradeceré su generosa disposición y buena voluntad de cooperar con el país.

Para mí, nunca dejó de ser compleja la situación de acudir a la facilitación de González, cuando, por otro lado, el presidente Aznar, en la orilla política opuesta, me ofrecía su colaboración a nivel oficial, la cual se concretó en múltiples formas. En una oportunidad, aprovechando nuestro encuentro con ocasión de una Cumbre Iberoamericana, le comenté mi dilema al rey Juan Carlos de Borbón:

Majestad, Felipe me está ayudando en el proceso con los paramilitares y, si el presidente Aznar se entera, se va a armar un problema de tal magnitud que sólo usted puede resolverlo.

El rey se rió y me dijo que estuviera tranquilo y que, si algo llegara a ocurrir, él me ayudaría.

Gabo entra en escena? Mientras esto ocurría a nivel internacional, en Colombia también surgió una personalidad de alto nivel que manifestó su disposición para servir como interlocutor frente a las autodefensas: nada menos que nuestro premio Nobel, Gabriel García Márquez.

Aprovechando una visita de Gabo a Colombia, me reuní con él en su casa de Cartagena y, como siempre lo hacíamos cada vez que teníamos oportunidad, hablamos sobre los desarrollos de los procesos de paz y la situación del conflicto colombiano. Él siempre estaba dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario, y muchas veces lo hizo, con la discreción y efectividad que lo caracterizan.

Le comenté sobre los diálogos que comenzaban a gestarse con las AUC y la participación de Felipe González, que es un gran amigo suyo, en los mismos. El escritor se interesó en el tema y a mí se me ocurrió proponerle que él también escuchara a estas personas e intercediera para que los paramilitares cesaran las masacres. Sin duda, su voz era respetada por todos los colombianos y tendría un peso fundamental para los paramilitares.

Él accedió gustoso y fue así como llegaron a servir de intermediarios en estos esfuerzos nada menos que dos hombres de gran reconocimiento internacional, con la característica común de profesar y defender ideas de izquierda: Felipe González y Gabriel García Márquez (...).

Con el visto bueno de Gabo, llamé a Ordosgoitia y le pedí que se comunicara con Rodrigo García para que éste fuera a la casa del Nobel al día siguiente. Así fue: García y su hijo Jaime se entrevistaron con el escritor en su casa de Cartagena, y hablaron largamente sobre la posición de las autodefensas y la necesidad de poner fin al desangre nacional. Gabo, incluso, los llamó parientes, pues compartían el mismo apellido, y les regaló un libro autografiado.

Posteriormente, el Nobel tuvo otras conversaciones telefónicas con Rodrigo García y volvieron a reunirse en Bogotá, siempre con los mismos objetivos humanitarios, contactos que después me refería en todos sus detalles.

No se avanzó más en la interlocución, pues las circunstancias no lo permitieron, pero lo cierto es que, después de estos primeros contactos con González y García Márquez, las masacres de las autodefensas disminuyeron sustancialmente y Carlos Castaño comenzó a dar declaraciones sobre la necesidad de abandonar la alianza con el narcotráfico y de buscar una salida política y pacífica al combate de las autodefensas.

Dentro de la nefasta lógica de la guerra y los negocios ilícitos, la posición más flexible y más política de Castaño determinó que éste, poco a poco, comenzara a perder el control de sus hombres y de los diversos frentes de las AUC, y lo ganaran, a su vez, aquellos jefes paramilitares que estaban más interesados en continuar trabajando con y para el narcotráfico.

En alguna ocasión en que Ordosgoitia habló con Castaño, antes de una reunión con otros jefes de las autodefensas, el parlamentario le comentó:

-Comandante, lo noto solo.

Y Castaño le respondió, apesadumbrado:

-Es que me estoy quedando solo. La mafia solamente se une cuando va a matar a uno de sus miembros.

El tercer hombre

En este estado de cosas, se conocieron algunas amenazas provenientes de los paramilitares contra el entonces alto comisionado para la Paz, Víctor G. Ricardo. Por otro lado, si bien las masacres habían disminuido, todavía se presentaban algunas, lo que ameritaba que continuáramos intentando algún tipo de acercamiento con Castaño y las AUC.

Apareció, entonces, en escena un nuevo interlocutor, también de toda la confianza de Castaño, quien residía en Lyon, Francia, y podía viajar sin problemas entre Europa y Colombia para hacer las coordinaciones y contactos que fueran necesarios. Lo conocimos siempre como Mario H. -y así me seguiré refiriendo a él en este capítulo-, si bien ese no era su verdadero nombre.

Según nos enteramos años después, Mario H., un ingeniero colombiano, alguna vez había contactado a Castaño por Internet, desde Rumania, para ofrecerle un negocio de armas y así había establecido relación con él. Luego se conoció personalmente con Castaño en Colombia, se ganó su confianza y consolidaron una firme amistad. De hecho, él, como también lo hizo en su momento Rodrigo García, le aconsejaba a Castaño realizar un cambio de norte en las AUC que las llevara a salir de la guerra y comenzar un camino político por fuera del narcotráfico. Además, por no formar parte de sus filas, le hablaba sin temor y con franqueza, lo que le permitió consolidar su ascendencia sobre él.

Por petición de Castaño, el representante Ordosgoitia me planteó la posibilidad de que alguien del gobierno, de alto nivel, se reuniera con Mario H. para retomar los contactos que se habían iniciado con García. Decidí encomendar la misión al canciller Guillermo Fernández de Soto, quien aceptó el difícil encargo y quedó con la misión de transmitirle al vocero de las AUC nuestras preocupaciones en los temas humanitarios, insistir en la terminación definitiva de las masacres y hacerles caer en la cuenta de que, así hablaran o no con mi gobierno, cada masacre que cometieran les cerraría la puerta a cualquier negociación o salida política en un futuro, no sólo por la aplicación de la ley colombiana sino por la nueva jurisdicción internacional.

La primera reunión entre el canciller, el representante Ordosgoitia y Mario H. fue un desayuno en un reservado del Gun Club, en Bogotá. Guillermo quedó bastante sorprendido por la presencia y comportamiento de este interlocutor, quien resultó ser una persona con porte de empresario, muy culta e inteligente. El canciller transmitió todo el mensaje y requerimiento humanitario del gobierno y, además, manifestó nuestra preocupación por las amenazas contra la vida de Víctor G. Ricardo.

Mario H. desmintió las amenazas y fue enfático al afirmar que las AUC no tenían nada contra el comisionado y que, por el contrario, respetaban a todo aquel que trabajara por la paz, pues entendían que había que darle una oportunidad a la paz. Días después, el mismo Castaño le envió una carta al comisionado negando tales amenazas contra él o contra cualquier miembro del gobierno (...).

Luego del encuentro del Gun Club, el canciller se reunió con Mario H. y Ordosgoitia en otras oportunidades, generalmente en el apartamento del parlamentario cordobés, siempre girando su conversación sobre el tema humanitario y, además, sobre la oposición que las AUC estaban promoviendo en el sur de Bolívar a la eventual Zona de Encuentro con el ELN.

Las autodefensas creían que el gobierno le iba a entregar una zona de despeje, sin ningún tipo de reglamentación, al ELN y le correspondió al canciller explicarles que dicha zona funcionaría bajo un estricto reglamento y con total respeto de la población civil. En esas conversaciones surgió el tema de la vinculación de los paramilitares con el narcotráfico y Mario H. reconoció que las finanzas de las AUC dependían en un 50 por ciento del narcotráfico, además de los aportes clandestinos de algunos ganaderos y empresarios.

Carlos Castaño, por su parte, comenzó a enviar mensajes en el sentido de que los paramilitares estaban dispuestos a erradicar los cultivos ilícitos del sur de Bolívar, con una verificación internacional, con tal de que no quedaran dichos cultivos en una zona donde iba a estar el ELN.

En enero del 2000 hubo una nueva y definitiva reunión entre el canciller, Ordosgoitia y Mario H. en el Hotel Santa Teresa de Cartagena, donde el canciller se alojaba con motivo de la reunión del Millenium Board, que congregaba cada año a empresarios e inversionistas internacionales para conocer la situación del país y plantear ayudas y soluciones.

En dicha ocasión volvió a plantearse la conveniencia de buscar una figura internacional que fuera capaz de armar un grupo o una comisión con figuras prestantes y de muy alto nivel, y que planteara la necesidad de establecer algún tipo de contacto o de conversación con las AUC, sin que se tratara formalmente de negociaciones.

Valga resaltar que, de todos estos contactos, por interpuesta persona, con los paramilitares, siempre estuvo enterado el gobierno de Estados Unidos, particularmente el subsecretario de Estado Thomas Pickering, quien nos apoyó en este tema, registró con complacencia la participación de figuras como Felipe González y Gabriel García Márquez y nos ayudó luego a buscar un nuevo interlocutor.

Volvió a pensarse en la figura del ex presidente González, quien incluso había manifestado su disposición de venir a Colombia y entrevistarse con Castaño, pero la tensión entre él y el presidente Aznar seguía siendo muy fuerte, y ya a estas alturas requeriríamos un aval oficial de España. Hablé, entonces, telefónicamente con Aznar y le comenté que estábamos buscando un personaje que nos ayudara a comenzar un proceso internacional con las AUC, y llegamos al nombre de su ex canciller, Abel Matutes.

Acordado lo anterior, Guillermo Fernández de Soto viajó a Madrid y se entrevistó con el ministro de Relaciones Exteriores de España, Josep Piqué, y con su antecesor, Abel Matutes, quien accedió al encargo de reunirse en un tercer país con Mario H., como vocero de Carlos Castaño. Se determinó realizar el encuentro en Cancún, México, aprovechando que Matutes iría a visitar un hotel de la cadena de su propiedad.

Al regreso del canciller a Colombia, se comenzó a organizar, con Ordosgoitia y Mario H., la reunión en México, de la cual se dio conocimiento, por supuesto, al gobierno de dicho país. El objetivo de la misma era que Matutes conociera al interlocutor y las propuestas de las AUC, para que determinara si valía la pena continuar y liderar la conformación de un grupo de personalidades que sugiriera acercamientos oficiales con los grupos de autodefensa.

La cita no se cumplió de inmediato, pues otros sucesos alteraron el orden de prioridades. En febrero de 2000 y luego en abril y mayo del mismo año, como ya se contó en otro capítulo, los pobladores del sur de Bolívar, en buena parte auspiciados y empujados por los paramilitares, realizaron paros y bloqueos de carreteras que impedían la comunicación normal entre Antioquia y la Costa Atlántica y causaban enormes perjuicios a la economía.

El paro de mayo fue particularmente largo y difícil, lo que nos llevó a encargarles a Ordosgoitia y Mario H. que le explicaran a Castaño la realidad de la Zona de Encuentro con el ELN que se estaba planteando en tres municipios de la región, bajo parámetros mucho más estrictos que los del Caguán, y que le pidieran, como muestra de voluntad de paz, que suspendiera los bloqueos. Castaño les dijo: "Lo hago por el presidente" y dio la orden de levantar el paro.

A finales de octubre del mismo año, como también se narró antes, Castaño secuestró a un grupo de parlamentarios y exigió, como condición para liberarlos, la visita de una comisión de altos funcionarios del gobierno, presidida por el comisionado para la Paz, para dar a conocer su posición frente a los procesos de paz con las Farc y el ELN. La situación se solucionó el 6 de noviembre, con el viaje a su campamento del ministro del Interior, Humberto de la Calle, junto con el embajador de España, en desarrollo de una misión exclusivamente humanitaria, la cual, sin embargo, fue tomada como pretexto por las Farc para decretar un nuevo congelamiento unilateral.

En medio de estos acontecimientos, Mario H. sugirió la posibilidad de un viaje de Carlos Castaño a España, por supuesto de forma clandestina, acompañado por él y por el representante Ordosgoitia, para que el jefe paramilitar tuviera allí un contacto directo con un representante del gobierno colombiano. Incluso afirmó que para ello sería muy fácil la movilización. No era una idea viable en absoluto y el canciller los hizo desistir de la misma, mostrándoles los riesgos de semejante operación, mucho más en esos días, cuando el caso del general Pinochet, que había estado detenido más de 500 días en Londres por una orden judicial del juez Baltasar Garzón, estaba fresco en la memoria. Lo mejor -les indicó- era esperar a que se diera un primer contacto con Abel Matutes, y que éste se formara un criterio sobre la seriedad de sus intenciones.

Finalmente, la reunión entre Matutes y Mario H. se llevó a cabo hacia finales del año 2000, sin que se obtuvieran mayores resultados, aparte de un franco intercambio de opiniones.

Poco después, en enero de 2001, se produjo una fuerte arremetida de las autodefensas que contradecía todo lo que se había conversado y establecido como esencial para que se pudiera continuar con los acercamientos. Actos violentos como la matanza de Chengue, en el municipio de Ovejas, Sucre, el 17 de enero, dejaban sin respaldo las actuaciones de todas las personas que se habían involucrado en el proceso de conversaciones, a quienes no podíamos justificar abrir el diálogo con un grupo que insistía en la barbarie.

Debido a esto se suspendieron las conversaciones con estos grupos y con Mario H., como interlocutor, y los contactos entraron en un punto muerto.

En febrero de 2001, por otro lado, se adelantó la Operación Bolívar en el sur de Bolívar, que diezmó la capacidad de acción de los paramilitares en esa región y acabó con la fortaleza que tenían en San Blas.

Como remate de todo lo anterior, en marzo del mismo año, el canciller español Josep Piqué realizó una visita relámpago a Cartagena, donde almorzó con el canciller Fernández de Soto y conmigo y nos expresó que no había condiciones para que España continuara interviniendo en los contactos con los paramilitares, particularmente porque dicho Estado formaba también parte de los grupos de países facilitadores de los procesos con las Farc y el ELN, tarea que se podría ver perjudicada si se conocían sus gestiones frente a los representantes de las AUC. Por supuesto, coincidimos con él y dejamos las cosas como estaban.

Fue así como, de la forma más discreta posible (...) comenzaron en mi gobierno las aproximaciones con las AUC, las cuales tuvieron un sentido exclusivamente humanitario, sin que en ningún momento implicaran un reconocimiento político de dicho grupo. Los efectos buscados se lograron en gran parte, pues la interlocución indirecta -siempre por interpuesta persona- que tuvimos con los paramilitares generó una disminución de las masacres y facilitó, incluso, el levantamiento de los bloqueos en el sur de Bolívar. Muchas vidas se salvaron y eso fue lo más importante. "