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Pasión de gavilanes

La bronca entre Pastrana y Uribe calienta el ambiente político y el debate sobre la reelección.

25 de julio de 2004

A Álvaro Uribe, desde que se lanzó a buscar la reelección se le vinieron encima muchas críticas de la opinión calificada. Tal vez la única excepción fue el club de los ex presidentes, en el que a pesar de que hay poca solidaridad en privado, siempre hay mucha en público. Este protocolo se quebró cuando la semana pasada el ex presidente Andrés Pastrana rompió su silencio para despotricar contra la gestión de Álvaro Uribe. En reportaje publicado extensamente en el semanario El Espectador sorprendió a tirios y troyanos levantando abiertamente la bandera contra la reelección. Nunca antes un personaje político de tanta importancia había arremetido contra el Presidente en esos términos. Uribe no se podía quedar callado. Es hipersensible al tema de la reelección y ha demostrado una y otra vez que no es su estilo pasar agachado. Aun así, su reacción desconcertó. En un tono abiertamente indignado y desafiante no sólo le contestó a Pastrana sino que le cantó la tabla. Todas las críticas que se le habían formulado al gobierno del ex presidente conservador fueron revividas con sello presidencial en una sacada de clavo en la ceremonia del aniversario 181 de la Armada Nacional. La pelea entre el presidente de la paz y el presidente de la guerra quedó casada. Este agresivo intercambio de acusaciones fue la gota que rebosó la copa en una relación que venía deteriorándose, pero que en un principio fue cordial y solidaria. Álvaro Uribe es uno de los presidentes que mejor había tratado a su antecesor. Durante la etapa inicial de su gobierno siempre fue diplomático y generoso con Andrés Pastrana, a quien cuidó de no juzgar con el espejo retrovisor. Prueba de ello fueron los acercamientos que le hizo a Pastrana para que lo acompañara en algunas de las citas que sostendría en la gira a Europa que realizó a comienzos de febrero. Con anterioridad, Uribe también le había pedido amablemente al ex presidente que lo ayudara a hacer gestiones diplomáticas para evitar perder preferencias arancelarias en el Viejo Continente. Lo que hasta entonces parecía una buena relación empezó a deteriorarse cuando a finales de marzo Uribe llamó personalmente a Pastrana para preguntarle su opinión sobre la reelección. El ex presidente le dijo abiertamente que aunque compartía algunos de los principios filosóficos de la reelección, no estaba de acuerdo con que el gobernante de turno cambiara las reglas de juego para prolongarse en el poder. Para él los riesgos de la desinstitucionalización que esto conllevaba eran superiores a los beneficios de la continuidad en una obra de gobierno. Desde ese momento, la armonía se vino al piso como un castillo de naipes. Pocos días después de su conversación con el ex mandatario, el presidente Uribe afirmó por la cadena radial RCN que la oposición de su antecesor a la reelección se debía a una "animadversión personal" contra él. Ese día se le voló la piedra a tal punto que tuvo que recoger velas señalando que el encontronazo fue producto de ánimos exaltados y debía "dejarse en el pasado". Eso no sucedió. A pesar de que la salida de Uribe no fue más que un resbalón no planeado, Pastrana lo interpretó como una declaratoria de guerra. Después de varios intentos frustrados de aproximación el rompimiento quedó protocolizado cuando el ex presidente conservador rechazó la invitación de Uribe a que se entrevistaran en Europa. A partir de ese momento y de manera silenciosa, Pastrana comenzó a planear su contraataque. Llegado el momento de la entrevista en El Espectador, como anotó D'Artagnan, "a Andrés se le salió el Misael". El hombre que durante toda su presidencia fue acusado de ser light reflejó todo lo contrario en su primera salida como ex presidente. Como era de esperarse defendió su gobierno, pero lo que más llamó la atención fueron las banderillas que le puso a su sucesor. "Uribe, que fue elegido contra la politiquería, lo que ha hecho con sus actos es promoverla y fortalecerla", afirmó. Y a renglón seguido, cuando se le preguntó si el primer mandatario había comprado conciencias, agregó: "Eso lo sabe el país entero. ¿A alguien le queda duda después de lo que pasó con Yidis y Teodolindo?...Lo triste es que quien fue elegido para acabar con la politiquería, acabó en concubinato con ella... nunca se había visto a tantos ministros en el despacho de un congresista, desde Heyne Mogollón no se veía algo semejante". Uribe, que es un hombre muy bravo que siempre trata de controlarse, esta vez no pudo. Si el día anterior en el discurso del 20 de julio había mostrado el corazón grande, ahora exhibió la mano dura. En su discurso de la Armada le cobró a Pastrana el fortalecimiento de las Farc, el aumento de los secuestros y de los actos terroristas. Y si Pastrana lo había acusado de comprar conciencias, éste le reviró insinuando que Andrés compraba sonrisas e imágenes sacándose fotografías con 'Tirofijo'. Si bien la mayoría de los colombianos rechazan las gestiones de paz que trató de hacer el gobierno Pastrana y las implicaciones que tuvo la zona de distensión del Caguán en la agudización del conflicto, pocos esperaban una respuesta de Uribe en esos términos. Si Pastrana le había puesto banderillas, Uribe le clavó el estoque hasta la empuñadura. Y si durante dos años se había abstenido de aplicarle el espejo retrovisor, esta vez se lo aplicó con lupa. ¿Qué hay detrás de esta pelea? Planteada la guerra en estos términos, va a tener implicaciones serias. Particularmente en el campo de la reelección. Ese va a ser el verdadero escenario del duelo que ya arrancó. En diversas ocasiones Pastrana ha afirmado que el proyecto de reelección inmediata que cursa en el Congreso no le sirve a la democracia: "Uno no puede cambiar las reglas de juego con las que fue elegido a mitad del camino. Eso es desinstitucionalizar el país y eso no está bien". Consecuente con sus planteamientos, en la primera vuelta del proyecto de reelección inmediata en el Congreso, Pastrana inicialmente hizo saber su oposición a esa iniciativa. Sin embargo, cuando el movimiento reeleccionista fue tomando fuerza, decidió asumir la posición salomónica de dejar en libertad a sus copartidarios. Esto lo hizo en una carta dirigida a Carlos Holguín, que en su momento fue interpretada como una jugada política genial que le permitía quedar de ganador pasara o se hundiera la reelección. Esa libertad se tradujo en una estampida parlamentaria conservadora a favor de la reelección. Fuera de pocas voces, como la de Telésforo Pedraza, el más leal de los pastranistas, para la mayoría tuvo más peso una invitación a Palacio concreta que la defensa de la dignidad pastranista. Como cuando los dejó en libertad sus copartidarios le cogieron la caña, Pastrana decidió cambiar ahora de estrategia. Para la segunda vuelta la consigna es alinear las tropas contra la reelección. Esa será a partir de ahora la fórmula de su venganza. Compartirá este objetivo con el único ex presidente que odia tanto a Uribe como él: Ernesto Samper. Los dos enemigos a muerte del proceso 8.000 acabaron haciendo causa común contra el hombre que sienten que los ofendió. Ninguno de los dos es manco, pero tampoco lo es Uribe. En el Senado es poco probable que puedan hacer mayor cosa, allí la reelección parece tener vía libre. Los senadores son más difíciles de cuadrar que los representantes y tienen más vuelo propio. Las mayorías a favor de la reelección son claras tanto en la comisión primera del Senado como en la plenaria. Y nadie espera un reversazo en ese recinto. Por lo tanto toda la estrategia de sabotaje de Pastrana se va a centrar en la Cámara. Allá indudablemente tiene más juego. Primero, durante su gobierno trató muy bien a los representantes e hizo presencia permanente en sus regiones, por lo que, muchos de ellos, no sólo conservadores, le deben lealtad y agradecimiento. Segundo, en la comisión primera de la Cámara fue donde más apretada estuvo la votación de la reelección. En realidad el proyecto casi se hunde allí. Se requirió una ofensiva presidencial para conquistar el voto de los representantes Teodolindo Avendaño y Yidis Medina, con lo cual se logró pasar raspando. La votación fue de 18 a favor contra 26 en contra. Después de esa victoria, la plenaria se entregó y la votación a favor del proyecto fue arrasadora. La esperanza de Pastrana es que si dejando en libertad a sus copartidarios el gobierno sólo ganó por dos votos, con un llamado a la disciplina de pronto se hunda. Teodolindo, uno de los desertores, ya no estará allá pues era suplente y no principal. Yidis, quien también es suplente, ha sido objeto de un intento por sacarla. Sin embargo, su salida no será automática pues ya se rumora en los pasillos del Congreso que ha notificado que si la sacan, cuenta. En todo caso, con o sin Yidis, Pastrana espera que su autoridad como ex presidente convenza a uno o dos miembros de la comisión primera de que a veces es mejor morir de pie que vivir arrodillado. Tiene a su favor que en esta vuelta se necesitan mayorías calificadas, lo que pondrá a sufrir más a los uribistas. Pero a pesar de las ventajas estratégicas con que cuentan para que su oposición se transforme en votos negativos a la reelección, los pastranistas y los demás opositores no deben subestimar el poder del Ejecutivo en un país presidencialista. Uribe ha demostrado que se la va a jugar toda por la reelección y que, a estas alturas, es mejor una victoria acusado de politiquero que una derrota elogiado por puristas. Quién ganó y quién perdió Independientemente de la reelección, la bronca presidencial tendrá otras repercusiones. Para el país es conveniente que no haya un exceso de unanimismo como el que se ha visto en los dos primeros años de este gobierno. Las democracias se fortalecen con disensos frente a las políticas del gobierno. Por eso también es positivo que se reanude el debate sobre la reelección que hasta hace un mes se daba por definida. De los protagonistas de la pelea de este capítulo de 'Pasión de Gavilanes' se puede afirmar que al ex presidente Pastrana le fue bien. Recuperó cierto liderazgo político que muchos creían que había perdido. Aunque su causa, la de la antirreelección, no es popular ante la opinión pública, sí genera respeto entre la opinión calificada. Muchos académicos y editorialistas habían expresado su preocupación por las implicaciones institucionales que tiene el hecho de que desde Palacio se impulsen reformas que beneficien al ocupante de turno. Sin embargo, esos críticos no tenían un jefe político. Pastrana levantó esa bandera y aunque lo derroten, habrá defendido una causa respetable. En todo caso, para un ex presidente que estaba tan caído, el sólo hecho de ser contraparte del Presidente más popular de todos los tiempos representa un reencauche. En los mano a mano del poder, al que se le vuela la piedra, pierde. Y si bien Uribe entusiasmó a sus seguidores, echó por la borda algo de la majestad de su investidura y de la caballerosidad que lo habían caracterizado hasta ahora. El último capítulo de este enfrentamiento está por verse. Su escenario será el Congreso de la República. Sólo allí, cuando empiece a correr la segunda vuelta por la reelección, los colombianos podrán saber cuál de estos dos gavilanes apasionados vuela más alto.