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Una vida de novela

Laura Restrepo, ganadora del premio Alfaguara, encarna la historia de la izquierda y la cultura en Colombia de los últimos 30 años.

Antonio Caballero
29 de febrero de 2004

Hace unos cuantos años Laura Restrepo estaba escribiendo un guión de televisión sobre las sangrientas venganzas familiares de dos familias guajiras. Estas le hicieron llegar una advertencia: si la telenovela se hacía, volarían la programadora. La programadora abandonó el proyecto. Laura, que no quería perder todo su trabajo de investigación, le preguntó al abogado de los guajiros que si podía escribir una novela con ese material. El abogado consultó con sus clientes, y volvió con la respuesta:

-Que escriba lo que le dé la gana. Que televisión no, porque la ve la gente. Pero que los libros no importan.

Tan dura crítica literaria hubiera desanimado a cualquiera. Pero Laura Restrepo es terca. Escribió la historia, que se tituló Leopardo al sol y fue su segunda novela. Y luego escribió otra, y otra, y otra más. Ahora va por la quinta: Delirio, que acaba de ganar en España el VII Premio Alfaguara, dotado con 175.000 dólares y otorgado por un jurado que presidió José Saramago. El premio Nobel portugués, más benévolo en sus juicios que los severos guajiros, dice de la obra premiada:

-Se trata realmente de una gran novela, novela como no se encuentran muchas. Es para quitarse el sombrero.

La escritora está feliz. Aunque ha obtenido otros premios literarios -el France Culture en Francia, y en México el Sor Juana Inés de la Cruz-, esos fueron por libros ya publicados, y nunca había mandado un manuscrito a un concurso. Si lo hizo al de Alfaguara fue solamente porque Saramago presidía el jurado y ella admira profundamente al viejo escritor portugués, no sólo por su obra literaria sino por la firmeza de sus convicciones políticas de izquierda. Y es que aún más terca que la vocación de novelista es en Laura Restrepo la vocación de activista política de izquierda. Escribiendo novelas sólo lleva 20 años. Metida en la política, más de 30. Y en ésta ha corrido peligros aún más serios que la amenaza de bomba que le transmitió el abogado guajiro. Desde cuando estudiaba filosofía en la Universidad de los Andes de Bogotá y militaba en el Bloque Socialista, uno de los numerosos grupúsculos radicales de las muy politizadas universidades colombianas de los años 70. Y hasta hoy mismo, cuando forma parte del gabinete del alcalde Lucho Garzón como directora del Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Del trotskismo duro al blando Polo Democrático. Pero siempre en primera fila.

-Es como volver a la militancia -dice de su nuevo trabajo, en el que lleva un mes. -Ir a los barrios, trabajar con la gente.

¿Volver a la militancia? Si la verdad es que Laura no ha abandonado la militancia jamás, ni siquiera en sus lapsos de retorno a la alta burguesía bogotana: lapsos de relapsa. No abandonó la militancia ni siquiera en los años que pasó como embajadora consorte en la embajada ante la FAO en Roma, sin asistir a las recepciones diplomáticas -y eclesiásticas: Roma es Roma- a las que mandaba a su marido solito con el chofer mientras ella se encerraba en la Biblioteca Angélica, sobre la berniniana Piazza Navona, a desempolvar su latín de la Universidad para leer infolios medioevales referidos a Uriel, un arcángel proscrito y por decirlo así descontinuado por la Iglesia Católica desde el Concilio de Trento en el siglo XVI, por subversivo. Uriel, cuyo nombre en hebreo significa "Fuego de Dios", es el patrón del trueno y de los terremotos. De sus investigaciones eruditas Laura Restrepo terminó por sacar una novela -otra- llamada Dulce compañía, que narra la asombrosa aparición de un ángel en. sí: en los barrios, con la gente. En un barrio suroriental de Bogotá, de donde, después de engendrarle un hijo a Laura (o, en fin, a la audaz periodista que lleva en el libro la voz de la narración), sale para encabezar una revolución popular. Fracasada, claro está, como todas las revoluciones de Colombia.

Digo que Laura Restrepo nunca ha dejado de militar en la militancia. Y el pleonasmo es deliberado, porque su militancia ha sido repetitiva y pleonástica: tautológica. En la vida, y en los libros.

Ya dije que empezó en el trotskismo de los años 70. El Bloque Socialista, un grupo universitario y casi sin ningún contacto con ningún trabajador, salvo, quizás, los choferes de la oligárquica familia de la propia Laura. Ella escribía artículos encendidos y panfletarios en los distintos periódicos que sacaba el Bloque para simular que era más grande de lo que era en realidad: Ideología y Sociedad, Revolución Socialista. Era entonces bellísima (ver fotos). Lo sigue siendo (ver fotos). Y como además era inteligente y sabía idiomas, su partidito, que era miembro de la Cuarta Internacional (trotskista: que haya que explicarles estas cosas a los lectores jóvenes. Pero ¿quién era Trotski?), la envió a Bruselas, donde estaba el Secretariado Unificado (en realidad dividido en 20 facciones enemigas: por eso se llamaba "unificado") de esa organización. Y el Secretariado, a su vez, la mandó a España, donde el anciano dictador Francisco Franco acababa de morir y venía, o parecía venir, la democracia. Laura recuerda esos tiempos como maravillosos: -Siempre estábamos en la calle: o en una manifestación, o en un bar de vinos y de tapas.

En Madrid su militancia militante se centró en Getafe y en la Ciudad Lineal, un barrio obrero en el que todavía vivían muchos viejos combativos de los tiempos de la República española. Fue secretaria general de la Casa del Pueblo del barrio (tras su bella máscara de muñeca cara Laura Restrepo siempre ha tenido, como toda trotskista, vocación burocrática) hasta que los trotskistas españoles, en un rapto casi incomprensible de sensatez, se afiliaron al Partido Socialista (Psoe), que tenía cara de ir a ganar las siguientes elecciones. Ella, entonces, tenía dos opciones: una era irse a Nicaragua, donde los sandinistas estaban desencadenando la batalla final contra la dictadura dinástica de los Somoza (y Laura llegó a enrolarse en la Brigada Simón Bolívar, que fue a combatir allá). La otra consistía en viajar a la Argentina, sometida por entonces a las feroces dictaduras militares de Videla, Viola y Galtieri, para servir de portavoz y enlace con Europa, para los desaparecidos y los asesinados y las Madres, casi desesperadas, de la Plaza de Mayo.

Viajó a Buenos Aires, y empezaron unos años de clandestinidad muy dura, o, como dice ella "muy brava". El Partido Socialista de los Trabajadores (trotskista) argentino era enemigo de la lucha armada que practicaban otros, pero no por eso menos perseguido por los militares. A diario desaparecían o eran asesinados compañeros de Laura y eso fomentó en ella el ansia verdadera de un hijo: una esperanza, un equilibrio. Tenía un novio, 'el Mujik', secretario de organización del PST: tan clandestinos eran que sólo supo su verdadero nombre y su apellido cuando, al cabo de tres meses de vivir con él, llegó una cuenta de la luz a la casa. Cuando quedó embarazada y le diagnosticaron al niño en su vientre una toxoplasmosis viajaron los dos a Córdoba, donde vivía el mayor experto mundial en esa enfermedad, por entonces muy poco conocida. Córdoba era el feudo del siniestro general Menéndez, sin duda el más sanguinario de todos los militares golpistas argentinos. Cuenta Laura que había en la ciudad un puente que llevaba a los barrios obreros que amanecía todas las mañanas sembrado de cadáveres. Nació -sano- su hijo Pedro y la madre de Laura, 'la Mamina', fue a ayudarla. Pero un día, en una farmacia, pidió "leche M-19" para el niño, por confusión con otra llamada M-26. Y Laura le dijo: "Mamá, tenemos que irnos". Y se vinieron a Colombia, no sin que antes la férrea militante trotskista le hiciera donación a su PST de toda la parte que le correspondía en herencia de su considerable fortuna familiar. Hubo, como es de suponer, complicaciones.

Volvió Laura a Colombia, con el niño. Hasta entonces seguía sin escribir una palabra, salvo recitatorios marxista-leninistas a la salsa trotskista en periodiquillos clandestinos o de insignificante circulación. Pero entró entonces a la revista SEMANA -esta misma- recién fundada por entonces (empezaba aquí el gobierno de Belisario Betancur), que su dueño Felipe López quería hacer "de derecha con periodistas de izquierda". Y después de los años de proletarización volvió, como el gato bandido de Pombo, a casa de su mamá: a la clase alta colombiana. De un barrio obrero de una ciudad argentina de provincia a los verdes del norte de Bogotá, sobre las quebradas y los parques.

Eso no iba a durar. Belisario Betancur, que iniciaba por entonces su 'proceso de paz' con las guerrillas, la nombró en la Comisión de Paz. Y volvieron las balaceras y los bombardeos y en un tiroteo de esos conoció a un dirigente del M-19 con quien iba a compartir su vida durante varios años. Herido él por una granada del DAS en Cali, amputada su pierna en Cuba, exiliados los dos en México, Laura Restrepo comenzó a aburrirse. Y se puso a escribir en serio. Primero una historia de lo que había sido ese año agitado, a la vez de esperanzas y de horrores, de las negociaciones de paz entre el gobierno de Betancur y el M-19: Historia de una traición (la del gobierno), título que en las reediciones de libro cambió por otro más esperanzador: Historia de un entusiasmo. Luego, una novela, la primera de su vida: La isla de la pasión, que hoy califica de, en cierto modo, "metáfora del exilio", sobre un grupo de hombres y mujeres varados en un islote guanero durante los años de la Revolución mexicana de principios del siglo XX.

Como es habitual en ella, la novela está basada en una historia real. Como es habitual en ella, hizo antes de escribirla una concienzuda investigación de campo, entre periodística y antropológica. Como es habitual en ella, financió esa investigación con un golpe de suerte: en un supermercado de la ciudad de México encontró un grueso fajo de billetes que le permitió pasar muchos meses viajando por todo el país y, como es habitual en ella, el libro estaba muy bien escrito.

Volvió a Colombia cuando, dice, "ya los perseguidos aquí eran otros y en cambio estaban muertos los que me perseguían".

Vino entonces lo de las venganzas guajiras y El leopardo al sol. En mi opinión, la mejor de sus novelas (no he leído todavía esta última del premio): una apasionante historia muy bien contada.

Luego otro marido más, un político liberal, y con él los años romanos de la embajada, y la novela del ángel. En mi opinión, la primera mitad es espléndida y luego no. Luego otro más (cuando pedí páginas para este artículo y en la revista sólo me dieron cuatro, les dije: "Ahí no cabe ni siquiera la enumeración escueta, sin adjetivos, de los nombres de los maridos y los novios de Laura". Me dijeron: "Es lo que hay"), un poeta esta vez, creo, y otra novela: La novia oscura. En mi opinión, en esta se repite el caso del ángel: empieza con tremenda fuerza y luego se diluye: no sé si eso se deba a la formación trotskista de Laura Restrepo. Luego otro marido más -le tocó el turno a un sicoanalista-, y otra novela: este Delirio que acaba de ganar el Premio Alfaguara. En algún momento que no sé situar exactamente hay un librito para niños que se llama Las vacas comen espaguetis (cosa, evidentemente, falsa), y otro más que por lo visto sólo ha sido publicado en la Argentina y que no he leído: Olor a rosas invisibles. No sé. Habrá que leerlo. La galardonada autora me cuenta que también debe salir en estos días un libro escrito a cuatro manos con el sicoanalista sobre 13 hombres que se quieren a sí mismos, 13 narcisos bogotanos (entre los cuales no figuro yo). Pero fuera de eso, nada: la militancia.

-Y además -dice- este Instituto es muy bonito.

Es verdad. El Instituto Distrital de Cultura y Turismo, que está situado en una casa esquinera de la Plaza de Bolívar, es muy bonito. Un patio espléndido, detrás un solar con árboles y un jardín enselvatado. Desde el despacho que la directora comparte con un perrazo negro y suspirante de aburrimiento se ve la Catedral Primada, el precioso palacio arzobispal, y en el trasfondo el perfil negro e hirsuto de los cerros.

-No era posible decir que no cuando el alcalde Lucho Garzón me ofreció este puesto -dice Laura Restrepo. -Sólo le pedí un mes para terminar de escribir la novela y el libro de los narcisos y después vine. No podía decir que no. Es el mismo proyecto de reconciliación y democracia por el cual he vivido toda la vida. Uno no puede llegar a viejo y darse cuenta de que toda la vida se le ha ido en la guerra: es una constatación demasiado dura.

Calla. El entrevistador calla también, con respeto. El perro negro y gigantesco suspira. Un fotógrafo insiste. Llegan al Instituto toda clase de lagartos.

-De eso se trata esta última novela -concluye Laura.

-La leeré -prometo yo. -Pero ¿por qué no escribes más bien una o dos o tres autobiografías?