| Foto: Corbis

LO ABSURDO

Diez razones para odiar un edificio inteligente

Están diseñados para facilitarnos la vida, pero el exceso de automatización los hace torpes. Seguro usted ha vivido también estas diez situaciones absurdas.

9 de octubre de 2014

1.    La puerta en la cara

Definitivamente las puertas no entienden. O de pronto ellas sí, pero son los sensores los insensibles que cierran las puertas en la mismísima cara o en los pies de cualquier persona que intente cruzarlas al entrar o salir de un ascensor.

A veces empujar la puerta con la mano y cerrarla, resulta una mejor manera para evitar una muerte tonta espichado.

También ocurre lo contrario. Las puertas que solo abren cuando perciben que hay un humano cerca, pero, a veces, no quieren trabajar. Nada peor que sentirse ignorado por una puerta. Suficientes ignoradas diarias vive la gente para que una puerta también haga como si ese ser no existiera.

Y ojo, porque si además de no abrirse es una puerta de vidrio transparente, el totazo es casi tan grave como la espichada.

2.    El ascensor 'troll'

¿Quién cambió el concepto básico de una polea que sube y baja gente en una caja rectangular? ¿En qué momento este aparato debe pensar más allá de si sube o baja? A los ascensores inteligentes no les basta con dos simples botones. Tienen los números del 1 al 0, un menos y una estrella que seguramente lo llevará al cielo.

Él decide cuál ascensor tomar según el piso al que vaya cada usuario. Es un buen invento para ir más rápido y directo y no parar en todo lado como los expresos del metro o del sistema de buses integrado.

Pero en realidad es un misterio cómo distribuye los trayectos y las cargas este grupo de ascensores confabulados. Todo indica que se burlan de ver a los humanos con sus smartphones sin señal en las manos sin saber qué hacer y sin querer hablar con el del lado durante las dos horas y media que llega el ascensor, lleno por demás.

Ya no vale subirse en el primero que llegue porque seguro no para en el piso requerido. Tampoco es claro si es bueno oprimir varias veces el piso al que se dirige el humano pues puede que entre más veces le dé prioridad a ese piso o por el contrario, que considere que necesita tantos cupos que debe enviarles un ascensor vacío y hasta que no despache a los demás, no los atenderá.

3.    El baile solitario


Ya es normal ver gente moviéndose sin sentido, dos pasitos a la derecha y uno a la izquierda, y luego agitando los brazos cual baile aeróbico. Esto ocurre sobre todo en sótanos y en baños donde la luz inteligente toma la decisión de dejar de iluminar cuando piensa que no hay humanos a la vista. “No siento humanos, por lo tanto me apagaré”. Una luz ciega que no ve y se deja guiar solo por los movimientos extremos, nada cotidianos de una persona.

Sería verdaderamente inteligente si detectara que de dos personas que entraron solo ha salido una y por lo tanto e imperativo seguir dando luz.

4.    Mueren calcinados

Hay gente a la que con la edad se le borran las huellas dactilares. Otras que simple y caprichosamente el lector de huellas no reconoce justo en los momentos de más apuro. Hay incluso cadenas de gimnasios que para el ingreso exigen digitar el número de cédula y además poner la huella. Cuando el sistema por fin logra autenticar el usuario, ya las ganas de entrenar pasaron y el gimnasio cerró (y eso que son 24 horas).

Por cierto: ¿En una emergencia cómo salen todos mientras digitan cédula y huella y el torniquete se activa? Las llamas del incendio los agarran a todos en la puerta y arrasa con vidas enteras…

5.    La gripa interna


Los edificios inteligentes son además climatizados. Pero están programados en modo congreso de Cartagena así estén en Bogotá o en Tunja. Las ventanas no se pueden abrir y el frío es tal que hay que permanecer con chaquetas de esquimal y solo descansar cuando se sale a la calle, con la respectiva gripa que esto contrae, que se expande rápidamente en un edificio encerrado lleno de gente congestionada respirando a 5 grados bajo cero.

6.    La encerrona


Las puertas que solo abren con tarjeta son otro gran problema. Cuando se acercan al sensor de proximidad, las puertas abren mágicamente. El problema es que algunos arquitectos ponen los sensores a metros de distancia de la puerta, así que mientras el usuario llega a abrir, ya la entrada se cerró de nuevo.

Si milagrosamente la puerta está abierta y se pasa sin tarjeta, luego el encierro puede tardar horas ya que de seguro ni hay señal de celular para pedir ayuda porque hace interferencia con el sensor.

Eso sin contar que la pérdida de la tarjeta representa un costo de 100.000 pesos.

7.    El café sigiloso


Una máquina de café no brinda una porción perfecta. O sirve un par de gotas inútiles o llena el vaso al punto de que el pobre oficinista debe irse hasta su puesto caminando sigilosamente, soplando el vaso y quemándose los dedos, haciendo como si nada pasara mientras desfila por los pupitres.
Al fin y al cabo, la señora del café entiende hasta dónde llenar un pocillo por su pura intuición y verdadera inteligencia.

8.    La cisterna asesina


Piensa por sí sola. Toma sus propias decisiones y decide expulsar agua cuando no se requiere y por el contrario cuando más se debe limpiar, nunca sale y deja todos los baños sucios.

Nada como la opción manual de manipular el agua cuando el usuario lo requiera y no cuando una máquina inerte lo decide.

9.    Las manos sucias


A veces es mejor aguantarse las manos sucias todo el día en vez de hacerle miles de señas al sensor del lavamanos para que entienda que estamos allí esperando el agua. Lo peor es cuando llega una persona al lavamanos continuo y con solo acercarse le sale la medida justa de agua para lavarse.

El jabón no está en sincronía con el lavamanos. Cuando al fin sale un montón de jabón, el agua no sale y ni modo de secarse porque todo estará resbaloso.

10.    Una lavada segura

Y por si definitivamente el lavamanos no funcionó, donde si puede resultar seguro lavado, es cerca de las plantas. Si alguien pasa cerca de un hermoso jardín que le da el toque natural al edificio, puede pegarse no solo una lavada sino un susto cuando la regadera decida simplemente que es hora de refrescar las plantas, sin importarle que vayan pasando humanos. Total, les moja las plantas, dirá ella.
    
Una nueva era de edificios y aparatos inteligentes, inteligentes de verdad está empezando gracias al internet de las cosas que permite que cada objeto esté conectado a la red con una Sim Card móvil.

Así se envían datos en tiempo real a una máquina central, vigilada por un humano, para tomar acciones no solo automatizadas y rígidas como ocurre hoy sino de verdad inteligentes y adaptables.