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Detrás de las reinas, funcionan los computadores. La belleza no se mide sólo en centímetros: también se mide en números.

30 de agosto de 1982

"No puedo creerlo... es un sueño... díganme que es un sueño...", maúlla dulcemente una bella canadiense envuelta en nubes de plumas, mientras en su cabeza una diadema de estrellas se empecina en inclinarse hacia un lado. A su alrededor revuelan como suaves pájaros las princesas cubiertas de tules, con las pupilas brillantes por las lágrimas de la emoción.
"No puedo decirles nada... estoy nerviosa, muy nerviosa...", tartamudea graciosamente otra diva, una rubia esbelta, mientras le llueven del cielo rosas pálidas.
"Dueño de ti, dueño de qué, dueño de nada...". Mientras ruge la voz varonil del Puma va enredando en ensueños a una inverosímil morena que se desmaya de alegría y cansancio.
Bob Parker, el eterno, el de siempre, el padre de todos, pregunta leves nimiedades que las niñas contestan con inocencia de mariposas. Qué serán cuando grande, qué harías si fueras hada, en cristal de qué color quieres tomar néctar de flores...
Detrás de los sensuales y majestuosos 90-60-90 centímetros de las bellas se esconden mentes puras, anteriores a todo pecado, que suspiran por imitar a Teresa de Calcuta, que ansían llevar al mundo mensajes de amor, que creen en los paraísos que los demás mortales olvidaron cuando dejaron la primera infancia. "Pido a los periodistas que emprendan una campaña contra la droga", suspira una, "voy a trabajar porque los niños tengan pan", susurra otra, y mientras ellas están ahí la atmósfera es tibia y rosada y se tiene la impresión de que el hambre caerá vencida ante la fuerza de su varita mágica, que la drogadicción quedará aplastada bajo la zapatilla de cristal, que los leprosos de la Madre Teresa son sapos encantados que esperan el beso de una princesa.
"Un arlequín que hace temblar tu piel sin alma...", vuelven a relampaguear los amarillos ojos del Puma. El computador electrónico registra las cifras de toda la belleza cósmica, y el más luminoso cuento de hadas se instala sobre el mundo.

DETRAS DEL SUEÑO
El computador instalado en el edificio de metal y vidrio negro de Miss Universe Inc., en Manhattan, no registra, como el de Lima, el puntaje de las candidatas, sino los dólares que la empresa recoge por concepto de uno de los negocios más millonarios del mundo.
Antes en manos de una gran compañía petrolera, hoy Miss Universe Inc., ha sido comprada por una distribuidora de cine, la Paramount.
Esta empresa pertenece a otra más grande, la Kayser Ross, y ésta, a su vez, a una monstruosamente grande, la Golf and Western.
La Paramount tiene los derechos para distribuir, cada año, a 55 países el programa de televisión que ven 600 millones de televidentes: la elección de Miss Universo.
En los Estados Unidos, el espectáculo es transmitido de costa a costa por una de las grandes redes, la CBC, en el horario privilegiado de las 8 a las 10 p.m., y logra la sintonía más alta del año.
Otras empresas se vinculan al negocio, donando premios para las reinas a cambio de que se mencione su nombre una fracción de segundo durante la transmisión. La aerolínea Eastern, por ejemplo, transportó a todas las reinas y le donó a la ganadora dos pasajes de primera clase para el lugar que quisiera. La Ford le regaló un último modelo, la empresa de motores Johnson un yate de lujo, y otras le dieron joyas y toda la parafernalia.

¿CUANTO VALE UNA REINA?
Las reinas también hacen negocio. La que gana, en la práctica está vendiendo sonrisas y quiebres de cadera a cambio de $ 150.000 dólares, regalos y contratos publicitarios por un año. Tal como los futbolistas, que pasan a ser propiedad del club que los compra durante un año justo desde el minuto en que le colocan la corona, Miss Universo queda hipotecada a Miss Universe Inc., empresa que obtiene dividendos por el uso que hace de su imagen en presentaciones y publicidad. Durante este período, la reina vive a cuerpo de ídem por cuenta del patrocinador, al cual se dedica con fidelidad absoluta, pues uno de los puntos que estipula el contrato es que no puede casarse.
El país que sirve de escenario para el evento también saca tajada. En el Perú una compañía privada, la Panamericana de Televisión, asumió todos los gastos del concurso, y el país pudo difundir, vía satélite, ruinas incaicas y playas a los cuatro vientos.

LOS QUE HEREDAN REINAS
En Colombia, el negocio de Miss Universo se transmite de padres a hijos. Hace 25 años, fue don Mario Barriga, en ese entonces director de Max Factor, quien adquirió la franquicia para Colombia sobre Miss Universo, o sea que fue quien primero emprendió la aventura de organizar un evento que eligiera la reina que representara a Colombia en el concurso internacional. Hoy día es su yerno, Carlos Velasco, gerente de la agencia Propaganda y Publicidad y organizador del certamen Reina de Reinas quien cumple esta función.
Mucha agua ha recorrido bajo los puentes desde el tiempo en que el suegro fuera el hombre de las reinas. Cuenta don Mario que por ese entonces el concurso no era un golpe multimillonario de televisión, como es ahora, sino un plácido evento social donde las reinas con sus comitivas de parientes, de "chaperonas" y edecanes se paseaban por clubes y piscinas con unos recatados vestidos de baño Catalina que le cubrían hasta la mitad del muslo, y después se sentaban a contemplar espectáculos de circo y fuegos artificiales.
Don Mario -quien se considera profundamente feminista- se anotó un éxito en 1958, cuando llevó al concurso a una muchachita de Manizales que sorpresivamente arrastró con la corona: la primera y única Miss Universo colombiana, Luz Marina Zuluaga. Uno de los primeros jurados que él designó, incluía una trilogía de Fernandos: Botero el pintor, Gómez Agudelo el actual presidente de RTI, y el empresario Restrepo Suárez.
El año pasado su yerno Carlos sacó a relucir la franquicia que desde hacía 25 años estaba en manos de la familia, pleiteó y ganó contra el reinado de Cartagena, y organizó Reina de Reinas, en el cual su empresa invierte entre 6 y 7 millones de pesos para elegir la representante nacional al concurso mundial.
El delfín de los derechos de Miss Universo para la televisión colombiana es Julio Sánchez Cristo, gerente de producción de Producciones Jes, un muchacho que a pesar de su aire adolescente y su pelo alborotado ostenta títulos en técnicas de televisión en universidades norteamericanas, y maneja el jugoso negocio de transmitir localmente el certamen. Producciones Jes le paga a la Paramount los derechos por el programa, compra un espacio de 8 a 10 p.m., en la primera cadena de la televisión colombiana, paga el uso del satélite, coloca cuatro técnicos en el lugar del evento y le compra el tiempo a Inravisión. Toda esa inversión -Julio se cuida de decir el monto- la repone y aumenta con creces con los veinte minutos de propaganda comercial que intercala en las dos horas de programa.
Nubes de tul, burbujas de champaña, rubias cabelleras al viento, risas de muchachas y hermosos cuerpos dorados al sol. Espléndido cuento de hadas que, como tantos otros, no termina en la aparición de un príncipe azul sino de un príncipe verde: el dólar.
Su historia también tiene procedencia hereditaria. Desde 1964 hasta 1970 su padre Julio Sánchez Vanegas viajó a Miami Beach para transmitir el concurso por teléfono. Su voz era escuchada por la radio por los colombianos que esperaban ansiosos las descripciones verbales de las candidatas y la noticia de la ganadora. Tras la instalación del satélite, la televisión reemplazó al radio y el hijo relevó al padre en el negocio de las reinas.