REDES SOCIALES

Alguien nos mira

Internet ha creado una fascinación por ver y mostrar, y con las redes sociales esta tendencia ha aumentado al punto de que el concepto de privacidad ya no es el mismo.

Silvia Camargo*
27 de junio de 2010

No hace mucho tiempo, alguien curioso por tener datos acerca de aquel simpático compañero de trabajo en el tercer piso o de ese estudiante churro de la clase tenía que esperar a que algún amigo en común se lo presentara. Y casi había que contratar a un detective privado para seguir las andanzas de un ex novio. Asimismo, era difícil saber los amigos que una persona compartía con otra. Pero con la llegada de la Web 2.0 y sus redes sociales, la cosa cambió. La gente no solo organizó una página personal alrededor de sitios como Facebook, MySpace, Flickr y Friendster, donde incluían intereses, gustos y otros detalles de su vida personal, sino también tuvo la oportunidad de entablar relaciones con familiares, afectos del pasado, conocidos y también, con frecuencia, extraños.
 
Hacer amigos nunca fue más fácil. Pese a lo que decían expertos como el profesor Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, cuya teoría señala que el cerebro humano solo es capaz de sostener una relación interpersonal estable con apenas 150 personas, en sitios como Facebook, uno de los más populares en Colombia, aun el menos activo de los usuarios logra tener al menos 415 amigos en su cuenta. Se estima que 400 millones de personas en el mundo han llegado a tener la cifra récord de 5.000 amigos en esta red social.
 
La promesa de las redes sociales era difícil de rechazar: la oportunidad de nuevas amistades, ofertas de trabajo, romances, invitaciones a eventos, las últimas novedades de su vasto grupo, todo a cambio de exponer pedacitos de su vida privada. La gente aceptó ese contrato sin problemas. Parecía inocente que los amigos se conectaran, que los familiares separados geográficamente pudieran estar al tanto de sus parientes, que personas con gustos en común de diferentes razas y nacionalidades se juntaran y discutieran sobre esos temas.

Con el tiempo, empezó a llamar la atención esa aparente proclividad hacia revelar información personal que nivelaba en una misma categoría a conocidos y desconocidos. Los familiares agradecían las generosas publicaciones en estos sitios pero, sin duda, había más gente mirando. Los peligros de esta sobreexposición en Internet se empezaron a ver: mujeres asesinadas por extraños que conocieron en estas redes, fraudes comerciales hechos a personas que divulgaron demasiado, robo de identidad, situaciones bochornosas en la oficina por mostrar fotos que nunca debieron ver los jefes. El caso de Nicolás Castro, el estudiante que creó el grupo contra Jerónimo Uribe, fue un ejemplo claro de que mucha gente todavía se comporta en la red de manera ingenua, como si decir cualquier cosa solo fuera a ser visto entre el círculo de sus más íntimos amigos y no por el mundo entero.
 
A esto se sumó otra manera de vulnerar la intimidad. Los dueños de estas compañías idearon la manera de hacer rentables estos sitios al proveer información sobre los usuarios para que terceros pudieran hacer publicidad personalizada y llegar a saber más de sus usuarios de lo que cada uno de ellos podría conocer sobre sí mismo.
 
Los riesgos de la pérdida de intimidad son reales. Hace poco, un estudio hecho por Ralph Gross y Alessandro Acquisti, de la Universidad Carnegie Mellon en Estados Unidos, sorprendió al mostrar cómo se podía predecir el número de Seguridad Social, que se usa para autenticar las transacciones bancarias y las tarjetas de crédito en Estados Unidos, solo usando información publicada en diferentes fuentes, incluidas las redes sociales, y con datos tan inocentes como el día de nacimiento y la ciudad o el estado de residencia. Otro, igual de controversial, fue hecho por dos estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), quienes lograron, solo usando datos de Facebook, predecir si una persona era gay. “Puede ser miedoso”, dice Gloria Restrepo, una contadora que con solo información de un blog y una cuenta de Flickr pudo saber casi todo acerca de un potencial cliente.

Eso muestra que la idea de que la gente tiene opciones para controlar sus datos no es tan cierta y “la realidad es que nadie tiene control sobre su información”, dice Hal Abelson, profesor de MIT, pues la gente da información de muchas maneras. Si todos los amigos de Facebook son adultos mayores, la gente podrá saber que esa persona no es ningún jovencito, aunque no revele directamente su edad. Además, la privacidad en línea ya no es un simple asunto personal, sino de una red. De hecho, alguien puede no tener cuenta en una red social y aparecer en una publicación de fotos de amigos que sí la tienen. Al dejar esa información desperdigada en el ciberespacio, la gente va dejando piezas de un rompecabezas que cualquiera puede ir armando hasta completar un perfil, lo cual puede ser usado tanto para bien como para mal.
 
Todo esto ha desafiado el concepto de privacidad. Para Alessandro Acquisti, los seres humanos tienen dos fuerzas opuestas: el deseo de intimidad y el de revelar, lo cual no es una contradicción. Divulgar más o menos detalles depende del contexto. La paradoja en Internet es que si bien nadie le daría a un extraño sus datos personales, muchos no tendrían objeción en aceptar a extraños como amigos y compartir con ellos datos personales de manera libre y consentida. Según Acquisti, en Internet la gente sobreexpone su vida porque en su mente la información sobre quién conforma su audiencia es incompleta y “podemos no estar conscientes de que en ella hay extraños”, dijo a SEMANA. Otra razón es que la persona no sea consciente de que esto le puede traer problemas, o simplemente que el individuo piense que la gratificación momentánea de publicar es más valiosa que los posibles problemas que se presenten en el futuro al hacerlo.
 
Lo cierto es que la sociedad actual está ante un nuevo fenómeno, “el de compartir información personal con un vasto número de amigos y extraños al mismo tiempo, sin saber quién está en el otro lado digiriendo las fotos de nuestros seres queridos, los detalles de nuestros problemas de salud o la lista de nuestras comedias preferidas”, dice Hal Niedzviecki, autor del libro The Peep Diaries, en el que relata cómo la sociedad actual no solo adora mostrarse, sino también observar la vida de los demás. “Somos actores y ‘voyeurs’ por opción”, agrega Niedzviecki. Quien haya pasado una tarde mirando las fotos de amigos y de amigos de amigos en Facebook o haya usado Google para conocer más sobre alguien, sabe de lo que Niedzviecki está hablando.
 
Así, Internet y las redes sociales han creado una cultura de la vigilancia, de la chismografía y el fisgoneo, pero ahora no es a los famosos a los únicos que se les siguen los pasos, también a la gente del común. “Es entretenimiento que se deriva de mirar en las vidas reales de otros”, señala Niedzviecki.
 
Para el experto, aparentemente una de las características de esta nueva cultura voyerista y narcisista es no darle importancia a quien, además de familiares y amigos, está viendo la información publicada. Al fin y al cabo, todos saben que los están mirando y quieren seguir ese espectáculo que les permite mantener un halo de celebridad, aunque sea en frente a su pequeña audiencia. “Les estamos rogando que miren”, dice Niedzviecki. “De repente, todas las cosas privadas y sagradas, desde las ceremonias religiosas hasta la muerte, están para ser publicadas, observadas y consumidas”. Acquisti no cree que el concepto de privacidad haya cambiado, sino que hoy hay mecanismos tecnológicos muy rápidos para diseminar información y aún no estamos preparados para manejarlos. “Cuando la gente está frente a frente tiene herramientas intuitivas para saber si puede confiar en el otro. En Internet estamos más ciegos porque no tenemos esas herramientas”, dijo el experto a SEMANA. Por eso recomienda tener cautela y, antes de publicar algo en la red, invita a todos a pensar en la analogía del cheque en blanco, que nadie sabe cuándo se va a consignar. “Aquí es lo mismo –dice–. Uno no sabe cuándo algo que publicó será usado en su contra”.
 
*Editora de Vida Moderna