La cuenca del Amazonas tiene la más colección más grande de plantas y animales en el mundo. Una gran cantidad está todavía por descubrir

medio ambiente

Amazonas bajo presión

La deforestación es mayor de lo que se creía. Si sigue el calentamiento global, la destrucción de la selva será irreversible. El pulmón del mundo está enfermo.

27 de mayo de 2006

"Cuando uno sobrevuela el Amazonas, es como si fuera sobre un tapete verde. Luego, de la nada aparece un gran manchón amarillo, casi desierto, un parche gigante que en cada vuelo se ve más y más grande. La deforestación es algo realmente impactante". Estas son las palabras del ingeniero forestal Wilson López, quien ha trabajado durante nueve años con las comunidades indígenas de Araracuara. En sus viajes a esa región a orillas del río Caquetá y en lo profundo de la selva, López ha sido un testigo de excepción de la tala progresiva de una parte de la Amazonía colombiana. Sabe que el problema es real.

Las proyecciones a largo plazo de los científicos tampoco son alentadoras. Si la situación de deforestación y recalentamiento sigue como hasta ahora, entre el 30 por ciento y el 60 por ciento de la selva se perdería en 40 años. Esa es la conclusión a la que llegaron los especialistas en modelos climáticos en sus últimos estudios, y que presentaron en la Conferencia de medio ambiente de Naciones Unidas el pasado mes de marzo, en Curitiba, Brasil.

Dichos modelos concuerdan con un estudio que publicó la revista Science en octubre pasado que afirma que la Amazonía brasileña se está degradando al doble del ritmo estimado. Hasta ahora, las imágenes que proporcionaban los satélites sólo detectaban áreas en las que se practicaban talas extensivas. Pero, gracias a un nuevo sistema conocido como Carnegie Landsat, un grupo de científicos del Instituto Carnegie en Washington y la Nasa descubrió el efecto de las talas selectivas. Éstas se concentran sólo en ciertos tipos de árboles cuya madera es apetecida en los mercados del primer mundo. Para obtenerlos no es necesario exterminar toda la vegetación de una zona, por eso los lugares en donde se realizan son difíciles de localizar por medio de los satélites comunes.

Y es que los efectos de las talas, sumados al cambio climático mundial, van mucho más allá de lo que registran los ojos y los pobladores de la selva ya están viviéndolos en carne propia. En 2005, el Amazonas brasileño sufrió la peor sequía de los últimos 30 años. Muchas de sus lagunas, antes navegables, se secaron. Y el mismo Amazonas, el río más caudaloso del mundo, alcanzó los 16,2 metros de profundidad, un nivel inferior a su promedio bajo, que es de 17,6 metros. La situación puso en estado de alerta a 18 ciudades de ese país, cuyos habitantes son en su mayoría indígenas y campesinos.

Sin duda, estas comunidades son las más afectadas con la situación. "¿Cuántos años, siglos, venimos cuidando la selva y ahora llegan ellos a talar y a matar a los animales?", dijo a SEMANA el abuelo Víctor Martínez, de la etnia Huitoto Bue. "Esta tierra no nos la van a dar otra vez. Allí están los hijos ancestrales del territorio sufriendo, los espíritus ancestrales sufriendo".

López afirma que la deforestación de la Amazonía no se puede generalizar, pues depende del acceso que se tenga a las zonas y las posibilidades de sacar la madera. Sin embargo, enfatizó que si continúa al mismo ritmo, afectará a las comunidades indígenas del interior de la selva que aún no han tenido contacto con blancos. "Muy pronto podría pasarles lo que a los Nukak", añade.

La advertencia de los expertos es clara: la deforestación libera cientos de millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Si continúa, no sólo se aumentarán las emisiones, sino que se reducirá la capacidad de la selva para eliminar el gas. Esto, a su vez, calentará todavía más el planeta y hará que el proceso de degradación de la selva sea irreversible. Y entonces, se pregunta el abuelo Víctor, "¿qué habrá para la nueva generación?".