Estas personas tienen desventajas para conseguir empleo y por eso algunas optan por el crimen

INVESTIGACIÓN

¿Anatomía criminal?

Un grupo de economistas estadounidenses sostiene que las personas de baja estatura, obesas y de mala apariencia física son más proclives a cometer actos de delincuencia.

23 de mayo de 2010

Durante muchos años se ha discutido si las conductas criminales de un individuo son producto de la biología o de su contexto social. Aunque científicamente se ha dicho repetidamente que no hay pruebas contundentes de que los criminales estén genéticamente dispuestos a conductas punibles, una reciente investigación ha vuelto a poner sobre la mesa la relación entre el crimen y el aspecto físico.

Un grupo de economistas de Estados Unidos estudió cómo la estatura, el peso y la belleza influyen en la probabilidad de que una persona cometa un crimen. El trabajo fue realizado por Howard Bodenhorn, Carolyn Moehling y Gregory Price, profesionales de varias universidades, quienes a partir de datos históricos de las cárceles en Estados Unidos encontraron que las personas de baja estatura tienen 20 y 30 por ciento más probabilidades de terminar en prisión, y que el sobrepeso y la falta de atractivo físico están vinculados con la delincuencia.

La explicación a esta hipótesis está en que ciertos atributos físicos hereditarios se traducen en desventajas a la hora de conseguir empleo. "Encontramos que características como la obesidad, la fealdad o la baja estatura son fuente de discriminación en términos laborales, sobre todo cuando el trabajo requiere ciertas habilidades físicas. Esa desventaja aumenta la probabilidad de que estas personas encuentren en la delincuencia una alternativa", dijo Price a SEMANA. Según los expertos, estudios recientes han demostrado que existe una relación entre la talla y las oportunidades laborales, lo que indica, por ejemplo, que las personas más altas tienen mayores posibilidades de conseguir trabajo. Otras investigaciones han encontrado, igualmente, que cada centímetro de altura adicional está asociado con un aumento de los ingresos en 2 por ciento, y que los empleados considerados más atractivos tienden a ganar? 5 por ciento más que una persona con aspecto promedio.

Howard Bodenhorn le explicó a esta revista que el interés por abordar estos temas surge de una corriente llamada antropometría económica, que se encarga de estudiar cómo algunas características físicas influyen en el comportamiento social de los individuos.

Otros científicos como Naci Mocan, economista de la Universidad de Lusiana, y su colega Erdal Tekin también se han dedicado a estudiar la relación entre la delincuencia y la apariencia física. Ellos analizaron los datos de 15.000 estudiantes de bachillerato y hallaron que los adolescentes poco agraciados tenían un promedio de calificaciones más bajo, presentaban más problemas con los maestros y eran suspendidos más veces. Encontraron también que los estudiantes catalogados como poco atractivos eran más propensos a robar o vender drogas, y que los de baja estatura participaban poco en competencias deportivas, lo que producía una caída en su autoestima y eran más reacios a desarrollar habilidades sociales.

La investigación no ha estado exenta de críticas. Algunos consideran que estos hallazgos son un retroceso a prácticas que ya fueron descartadas hace años como la frenología, una antigua teoría según la cual a partir de la forma del cráneo era posible determinar tanto el carácter y los rasgos de personalidad del individuo como sus tendencias criminales. El médico italiano Cesare Lombroso es quizá la persona que más influyó en la relación entre crimen y anatomía. En el siglo XIX expuso una teoría que dice que el delito era el resultado de aspectos innatos del individuo, que se reflejaban en sus rasgos físicos. Lombroso definió su estereotipo del hampón: mentón prominente, orejas aladas, colmillos salientes y ausencia de barba o bigote.

Según Nancy Vargas, sicóloga experta en criminología, el problema con este tipo de estudios es que se enfocan solo en la apariencia de la persona, y no en los aspectos sicológicos y sociales de la delincuencia. Si bien Vargas no descarta el campo de la biología, aclara que este debe analizar las características neurofisiológicas del individuo y no su figura exterior.

Price aclara que el objetivo del estudio no es crear un estereotipo del criminal sino explorar cómo ciertas características como el peso o la estatura son una fuente de discriminación laboral, que limita la productividad de la persona y por eso opta por la fechoría. Pero este argumento también tiene su crítica. Según Vargas, al hablar de apariencia física se estigmatiza a un tipo de población. "El solo estereotipo de belleza es de por sí excluyente, dice Vargas. Y agrega: El hecho de que una persona no consiga empleo no quiere decir que vaya a ser un criminal. Si esto fuera cierto, cómo se podría explicar que personas con empleo y buenos ingresos incurran en actos delictivos".

En su defensa, Price argumenta que sus hallazgos pueden contribuir a desarrollar políticas para reducir la obesidad, e intervenir para eliminar la discriminación laboral. El 20 por ciento del desarrollo de las personas depende de las condiciones en las que crece, y por eso los expertos señalan que el estudio es un llamado para tomar cartas en el asunto. "Al mejorar la nutrición y la atención en salud de las personas en la niñez, se puede reducir la probabilidad de que las personas encuentren en la delincuencia una opción", dijo Bodenhorn a SEMANA.

Pero este argumento no convence del todo. Gregory Mankiw, un economista de Harvard, dijo al diario The New York Times que era escéptico sobre la utilidad de la investigación y anotó que esta, en lugar de cerrar el debate, dejaba abiertas más preguntas. Y entre ellas, la más importante: el eterno debate de si el criminal nace o se hace.