Pandemia

Asesino mortal

Científicos recrearon el virus que ocasionó la gripa española de 1918 que mató a 40 millones de personas. La mala noticia es que se trató de una gripa aviar como la que hoy amenaza al mundo.

22 de noviembre de 2005

Los seres humanos siempre han estado en contacto con el virus de la influenza. Pero en 1918 algo hizo que ese patógeno se volviera más virulento y se extendiera por todo el mundo, matando a cualquiera que entrara en contacto con él en cuestión de 48 horas. Se calcula que en un año murieron cerca de 40 millones de personas, especialmente jóvenes y adultos sanos que, por lo general, no sucumbían ante esta gripe. Hasta hace poco, el misterio de cómo este virus mutó para convertirse en la pandemia de influenza más importante del siglo XX parecía sellado de por vida. El virus desapareció tan rápidamente como llegó y no se preservaron muestras de él, pues en esa época aún no se conocía y sólo sería aislado y bautizado como influenza una década más tarde. Pese a que esa mortandad tuvo lugar casi un siglo atrás, resolver el caso se ha vuelto urgente, pues en los últimos años se han encendido las alarmas por la inminencia de una nueva pandemia. Por eso, nuevos descubrimientos divulgados la semana pasada representan un hito en el campo de la virología. Un grupo de científicos liderado por Jeffrey Taubenberger, patólogo molecular del Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, anunció haber "resucitado" el virus de influenza de 1918, conocida también como gripa española. El hallazgo fue posible gracias a que en 1995 los investigadores encontraron muestras de tejidos de personas que habían sido infectadas. Una de ellas era de una mujer que al morir a causa de la gripe fue enterrada en las tierras congeladas de un poblado en Alaska. Otra era de un tejido que pertenecía al cuerpo de un soldado que había sido preservado en formaldehído en los laboratorios de patología del Ejército estadounidense. El virus estaba fracturado y degradado, pero había permanecido casi intacto durante 80 años en ambas muestras. Para revivirlo, los científicos primero tuvieron que determinar su secuencia genética. Ésta se transfirió luego a una bacteria que posteriormente se puso en un recipiente donde había un cultivo de células. Fue en ese ambiente donde los elementos genéticos se unieron para formar un virus real. El peligroso agente se encuentra bajo llave en el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés). El aporte más importante de la investigación fue encontrar que el virus que causó la pandemia de 1918 era de origen aviar, tal como lo es el patógeno H5N1, el mismo que desde 1997 está circulando por 11 países asiáticos, donde ha diezmado en millones la población de aves. Desde su aparición se han presentado dos brotes importantes. El primero, entre 2003 y 2004, que ya era más agresivo que el de 1997; y el otro, en septiembre pasado. Las dos oleadas han causando la muerte de más de 60 personas, el equivalente a la mitad de los infectados. Las víctimas enfermaron por contacto prolongado con el animal portador del virus o por consumir su carne sin previa cocción. Hasta el momento, la infección entre humanos ha sido muy baja, contrario a lo que sucedió con la influenza de 1918. La influenza que ataca las aves generalmente no tiene la capacidad para afectar a los seres humanos. A veces produce síntomas tan poco visibles, que ni la persona se percata de ello. Pero el H5N1 ha mostrado ser más agresivo que las cepas anteriores, debido a su habilidad para cruzar la barrera de las especies. Es precisamente esa habilidad de mutar la que tiene alarmadas a las autoridades, hasta el punto de que muchos ya no se preguntan si va a haber una nueva pandemia, sino cuándo. Y este cuándo tiene que ver con las mutaciones. De ahí la importancia de la investigación de Taubenberger. Sus hallazgos señalan que hubo una serie de transformaciones genéticas que convirtieron el virus de 1918 en el arma biológica letal más grande que se conozca hasta hoy. Lo fue incluso más que las cepas que provocaron las pandemias de 1957 y 1968. Estas últimas eran virus de influenza humana que se volvieron altamente perjudiciales porque adquirieron uno o dos genes extra de la gripa aviar. Con el de 1918 sucedió lo contrario, pues era un virus completamente aviar que se adaptó a los humanos. Para detectar esas mutaciones, los investigadores debieron crear variantes del virus que luego introdujeron en ratones, pollos y en células humanas del pulmón. Encontraron, por ejemplo, una versión especial de una proteína que hace parte del patógeno, llamada hemaglutina, crucial para que el virus pudiera causar enfermedades graves en los pulmones. Al descubrir los cambios genéticos que transformaron este inofensivo elemento en un asesino en serie, los científicos esperan detectar las modificaciones en el virus H5N1 que podrían incrementar su capacidad para infectar a los humanos. El virus de influenza es muy simple. Tiene sólo unas cuantas proteínas, pero eso es todo lo que necesita para introducirse en una célula viva para replicarse (ver recuadro). Para entrar en la célula huésped no sólo utiliza la hemaglutina (de ahí la H del nombre del virus), sino la neuraminidasa (la N del nombre), que es la que le permite salir de la célula infectada para empezar un nuevo proceso en otra célula. Esta última proteína es la que hace eficaz la labor del virus de reproducirse fácilmente. Si bien el sistema inmunológico de las aves permite el ingreso del virus, el humano no. Sin embargo, la preocupación radica en que un ligero cambio genético en el patógeno facilite que las células de los mamíferos se vuelvan igualmente receptivas a él. Pero para ser letal necesita de otras transformaciones que están en proceso de estudio, como el hecho de no transmitirse directamente de animal infectado a humano, sino como una gripa cualquiera, por la saliva y las mucosas. También necesitaría desarrollarse de modo que pueda entrar en diferentes tejidos, que se reproduzca fácilmente dentro de ellos y que ataque al sistema inmunológico del huésped. La investigación podría ayudar al desarrollo de vacunas efectivas. Pero como se trataría de un nuevo virus para el que no existe protección natural, habría que esperar a que mute en una cepa mortal para los humanos para poder aislarlo y desarrollar una vacuna contra él. Esto tomaría alrededor de seis meses. La paradoja es que sólo cuando empiece la pandemia se podrían empezar las investigaciones para prevenirla. Durante la espera, miles de personas morirían. Y un inconveniente adicional es que el mundo no está preparado para elaborar el número de vacunas suficientes que se requerirían ante una pandemia. Actualmente se producen 300 millones de vacunas, pero en el contexto de una 'supergripa', se requerirían de miles de millones. La pandemia no se puede detener y el panorama se ve negro. Los científicos estiman que morirán más de siete millones de personas y se producirían 5,2 millones de hospitalizaciones. Por el momento, lo único que se puede hacer es seguir insistiendo en las recomendaciones que organismos como la Organización Mundial de la Salud vienen haciendo a los gobiernos: establecer mecanismos de monitoreo y vigilancia para detectar posibles casos en aves o en humanos, tener protocolos para el manejo de posibles pacientes y prevenir la propagación de la enfermedad en caso de presentarse un brote.