Baileys tiene una relaciòn muy particular con los perros. | Foto: Juana Salamanca

VIDA MODERNA

Baileys, el bebé pony que se cree perro

En Tunja, un pequeño caballito es la sensación por la forma en cómo se relaciona con los perros. El animal está siendo atendido en una veterinaria, después de que su madre muriera en el alumbramiento.

Juana Salamanca Uribe
31 de julio de 2017

Le falta mucho para ser adolescente, pero ya sufre crisis de identidad. Es un pony recién nacido, pero él no lo sabe, porque no ha tenido la oportunidad de identificarse con los de su raza; lo hizo con lo que tuvo a la mano: primero, con la médica veterinaria Karen Mora, que lo sacó del vientre de su madre moribunda y se convirtió de inmediato en su mamá adoptiva y, luego, con varios perros que lo vieron nacer y lo consideraron uno de los suyos.

No es fácil distinguir a Baileys entre sus “hermanos”, cuando todos corren por ahí: su tamaño es similar, y su crin de color gris se confunde con el pelo de un perro; andan todos en “parche”, baten la cola al mismo tiempo cuando aparece su ama y se echan en el pasto a tomar el sol.  

Le puede interesar: Gavel, demasiado tierno para ser perro Policía

Pero, de pronto, entre tantas patas se descubren cuatro cascos diminutos que hacen ruido al chocar con las piedras del piso, y se van identificando sus demás rasgos…. ¡Es un caballito! Exclama la gente al darse cuenta de la presencia de esta criatura, capaz de enternecer a cualquiera.  

Foto: Cortesìa Juana Salamanca

Todo se desarrolla en la clínica veterinaria Equimedic, en cercanías de Tunja, donde Baileys vino al mundo hace un tiempo, en condiciones nada fáciles.

La vida, tan cerca de la muerte

El embarazo de Caipiriña, la pequeña yegua, había llegado a término. En cualquier momento, su propietaria, la familia Sandoval Machado, esperaba la llegada del pequeño potro. Pero pronto notaron que el animal se había echado en una posición extraña, incómoda, que no favorecía el alumbramiento. Habiendo comenzado su trabajo de parto, decidieron dejar al animal tranquilo, en espera de encontrar la cría junto a ella, la mañana siguiente.

Pero al otro día, nada de nada. La yegua permanecía quietecita, en la misma postura. Preocupados, descubrieron que una de las patas de Caipiriña había sido fracturada gravemente por una patada de otro caballo.

Con el corazón en la mano y llenas de incertidumbre, Mapi Machado y sus hijas, tomaron la decisión de llevarla a la clínica. Con mucha dificultad y ayuda de varias personas, subieron el animal en una lona y lo ubicaron en un remolque para transportarlo.

Foto: Cortesìa Juana Salamanca

Ricardo García, el médico veterinario principal, que esperaba a la extraña caravana dio una rápida mirada a la lesión de Caipiriña y confirmó lo que ya sospechaba: era tan seria la fractura, que no había nada qué hacer: había que practicarle la eutanasia al animal, para proporcionarle el invaluable regalo de una “muerte digna”. Sus dueñas no tuvieron más que llorar y despedirse de su pequeña yegua.

Puede leer: ¿Es un perro o un gato? La confusión ronda a internet

“Un momento”, dijo entonces el profesional, que en ese instante terminaba de practicarle una ecografía: “¡el potro está vivo!” Vamos a tratar de salvarlo.

No había tiempo que perder y se hizo la cesárea. Fueron momentos de angustia y tensión, para los veterinarios y para las propietarias quienes, fuera del quirófano, esperaban con el alma en un hilo. Al salir de la panza de su mamá, el potro se veía desmadejado, sin fuerza, no se movía…. Y así transcurrió en rato que fue una eternidad.

De pronto, en medio del silencio y la zozobra, se escuchó, diáfano, el relincho del recién nacido.  Y ya en la sala de recuperación, fue la locura: todos lo abrazaban para darle calor; mientras Karen Mora, que lo había sacado de las tinieblas, lo limpiaba con una cobija, en claro remplazo de la primera función materna, las niñas Sandoval lo besaban y lo acariciaban. Spock, uno de los perros del lugar, comenzó a lamer la piel mojada del potro. Entretanto, Caipiriña ya descansaba en paz.

Pero, por supuesto, las dificultades que acompañaron el aterrizaje azaroso de Baileys en este mundo, apenas comenzaban, y la ausencia de la mamá hacía todo supremamente difícil. Primero, la alimentación: no es fácil encontrar una yegua que de leche de sobra; además, la de vaca, por varias razones, es dañina para los potros. Tampoco es viable acercar el potro huérfano a un animal que ha perdido su cría, porque con seguridad lo rechazará e, incluso, su vida puede correr peligro.

Foto: Cortesìa Juana Salamanca

La decisión fue conseguir con urgencia cantidades considerables de leche de cabra, que se consideró la más apropiada y, más adelante, hacerse a una buena reserva de leche equina en polvo importada, con la que actualmente se alimenta el potrillo.

Y luego enseñarle al bebé a mamar del tetero que le preparaban al principio, cada 15 minutos, para que se pudiera ir agarrando con fuerza a la vida. Así, los lazos que comenzaron a tejerse entre el potro y su cuidadora, la veterinaria Karen Mora, se fueron haciendo cada día más fuertes: como cualquier madre que ha dado a luz, en la noche debía levantarse cada hora, siempre que el caballito pidiera su alimento por medio de un relincho.

“Empieza Karen de una forma permanente a asistir a ese animal, al punto en que yo llego una noche y encuentro en la misma colchoneta a la doctora, a Baileys y al perro”, cuenta el veterinario García.

No habían pasado tres días desde el nacimiento de potrillo, cuando una tarde todo el personal de la veterinaria tuvo que ir a la ciudad. Como no había con quien dejar a Baileys, le compraron un suéter para perro, con un hermoso diseño de cebra, y se fueron a hacer visitas, y a pasear por las calles principales de Tunja. Por supuesto el animalito paró el tráfico como si se tratara de una reina de belleza. Y pronto, sus imágenes fueron a parar a las redes sociales.   

De cómo Baileys aprende a ser caballo

Pero claro: más allá de la sorpresa y de la ternura que despierta este caballito que a veces se comporta como perro y a veces como persona, porque hasta golpea las puertas de la casa y acompaña las reuniones de los humanos, lo cierto es que su suerte futura depende de que aprenda a ser lo que es, un caballo.     

No obstante el apego, la veterinaria entiende más que nadie que las cosas no pueden seguir como van y se concentra en lograr que el animal reduzca paulatinamente su dependencia.

 


Foto: Cortesìa Juana Salamanca

Lo primero que ha hecho este equipo profesional para ir acomodando al potro en su rol de caballo, es estimular sus carreras a campo traviesa, lo que hoy hace siguiendo a cualquiera que rompa a correr.  Cada día coge fuerza, ya no se tambalea. Por otro lado, es importantísimo, señala  Ricardo García, enseñarle a asustarse:        

“No es lo correcto criar a un potro como un humano. Sin embargo, al principio no tuvimos más opción, para salvarle la vida….  Al acostumbrarse a estar con la gente, el caballito no socializa con sus iguales. Además, los caballos evolucionaron para correr; es muy pequeña el área sobre la que se apoyan en relación con su peso corporal, para que puedan huir con rapidez de los peligros. La mejor pelea es la que se evita y la naturaleza lo sabe. Entonces si lo dejamos todo el tiempo en su ‘zona de confort’, con los humanos y los perros, nunca va a asustarse y si no se asusta, no se defiende de las amenazas de su medio y corre peligro”.

Por su parte, la veterinaria Mora ha logrado que el animal les reciba el tetero a los estudiantes que hacen su pasantía en la clínica, para ir reduciendo la dependencia. Y algunas señales indican que la lección está siendo aprendida por Baileys, al que se ha visto mandar patadas al aire como todo un equino, “cuando está de mal genio”, según asegura la profesional.

Otro paso de gran importancia es sacarlo definitivamente del interior de la casa donde aún reside, para que se acostumbre a vivir a la intemperie como los de su especie. Y cuando desarrolle bien sus dientes, que apenas asoman, Baileys estará listo para comer pasto en el potrero y para retozar con un potro un poco más grande, que llegará pronto y será su primer compañero.  Más temprano que tarde irá acomodándose a su verdadero rol, y se le verá con los de la manada.

Y si bien esos lazos que se tejieron en un primer momento podrán reducir su fuerza por efectos del tiempo y el espacio, cada vez que el caballo Baileys perciba la presencia de Karen Mora por medio del olfato y demás sentidos, evocará el amor y la protección de los primeros días y tal vez -eso es una especulación- recordará que un día tuvo muchas dudas sobre su propia identidad.