MEMORIA

Borrón y cuenta nueva

Científicos de varios países desarrollan métodos para eliminar los malos recuerdos del cerebro. Ellos dejarían de atormentar a la gente, pero aún no se sabe a qué precio.

18 de abril de 2009

La idea de suprimir aquellos recuerdos que hacen sufrir a las personas inevitablemente evoca películas como El eterno resplandor de una mente sin recuerdos, en el que una persona decide eliminar a su pareja de su cabeza luego de una relación fracasada. O el de Hombres de negro, en el que agentes secretos usan un aparato para que la gente no recuerde que ha visto extraterrestres. Algunos experimentos que se han publicado en las últimas semanas demuestran que esas ficciones, aunque exageradas, no están tan lejos de convertirse en realidad. Los trabajos científicos han mostrado buenos resultados y se podrían aplicar en el futuro a personas que han sufrido traumas sicológicos graves.

Por décadas, los médicos han buscado la forma de ayudar a pacientes cuyos recuerdos dolorosos les impiden llevar una vida normal. La enfermedad siquiátrica asociada por excelencia a las experiencias traumáticas es el síndrome de estrés postraumático descrito a partir de los combatientes de la guerra de Vietnam. Algunos soldados son invadidos por las imágenes de la guerra que les producen un estado de pánico que los incapacita permanentemente. También lo sufren las víctimas de desastres naturales, accidentes o violaciones, por ejemplo. Hasta el momento, el estrés es tratado con terapia, medicamentos o con una combinación de los dos, pero todavía no hay una cura permanente.

Por eso, los nuevos estudios encienden una luz de esperanza para estas personas. Están basados en el reciente descubrimiento de un proceso llamado reconsolidación, que fue descrito por el neurocientífico Karim Nader en 2004. Según éste, un recuerdo con alto contenido emocional, así esté muy bien establecido, puede ser olvidado.

Daniela Schiller, neurocientífica de la Universidad de Nueva York y quien hace parte de un grupo que trabaja el tema, le dijo a SEMANA que "cada vez que alguien recuerda un hecho antiguo, éste tiene que ser almacenado de nuevo a través de la reconsolidación. Esta supone la síntesis de nuevas proteínas que son usadas por el cerebro para fortalecer las conexiones neuronales. Hasta cuando ese proceso se complete, el recuerdo es inestable y hay una ventana en la cual puede ser borrado o modificado. Se están usando técnicas destinadas a actuar precisamente en ese momento y bloquear esta síntesis de proteínas para prevenir que el hecho se vuelva a almacenar en la memoria".

En la actualidad se están estudiando tres métodos para alterar ese ciclo. El primero es con un fármaco llamado propanolol (que se prescribe normalmente contra la hipertensión), que ha mostrado ser efectivo tanto en humanos como en ratones. El segundo es alterar genéticamente el proceso que produce una proteína en el cerebro que es clave en la reconsolidación. Y por último, una técnica basada en la vivencia repetitiva de un estímulo durante la ventana de reconsolidación, con lo que se forma un nuevo recuerdo que elimina el traumático. El doctor Merel Kind, quien ha hecho experimentos con propanolol, asegura que no se trata de borrar parte de la memoria. "Lo que borramos es la respuesta temerosa que estaba asociada a un estímulo y a un recuerdo específico", dijo a SEMANA.

El doctor en neurociencias Luis Felipe Orozco explica que este tipo de tratamientos busca modificar los recuerdos traumáticos almacenados como memoria a largo plazo, que por su carga emocional pueden dominar el funcionamiento mental de una persona. Asegura que no se está quitando esos recuerdos "sino la asociación entre ellos y la emoción. Eso que hizo de esa experiencia algo traumático se elimina, y por lo tanto el recuerdo pierde relevancia". Al hablar de su eventual utilidad, pone el ejemplo de un soldado que sufre de estrés postraumático porque vio cómo sus compañeros fueron ejecutados. "Si usted le borra esa asociación y después le muestra al militar fotos de personas ejecutadas, él no volverá a experimentar la emoción asociada a su experiencia. Ese recuerdo no va a seguir controlando su vida".

Pero no son las únicas formas que se están explorando para intervenir la memoria. Otros estudios han encontrado que un recuerdo no es una reproducción fidedigna del hecho original, sino una reconstrucción que puede ser afectada por la información disponible en el momento en el que se reproduce. Partiendo de ese punto, es posible crear recuerdos falsos y sobreescribirlos a los verdaderos.

Un mundo sin memoria

Aunque para la comunidad científica estas investigaciones son importantes porque han ayudado a entender mejor los procesos cerebrales, todavía existen varias dudas por resolver antes de que se puedan volver rutinarios los tratamientos resultantes. Orozco apunta que la primera preocupación es que sean específicos. O sea, que al borrar un recuerdo traumático no se borren otros que no se quieren eliminar. También se teme que afecten otras áreas del cerebro y que puedan llegar a disminuir la funcionalidad de las personas.

Aparte de estos problemas, que se podrían considerar técnicos, están los éticos. Un ensayo reciente del filósofo Matthew Liao, de la Universidad de Oxford, y del neurocientífico Anders Sandberg, ponía varias inquietudes sobre el tapete. Hablaba sobre el impacto que tendrían estas técnicas, por ejemplo, sobre la imagen que las personas tienen de sí. "Los recuerdos nos dan la idea de lo que somos. Si somos cobardes o valientes, altruistas o egoístas, generosos o tacaños. También nos identifica con alguna ideología", dice el texto. Ilustran el problema con el caso hipotético de una feminista que quiere borrar el recuerdo de los maltratos que recibió de su padre cuando era niña. Los autores se preguntan qué pasaría si ella eliminara ese hecho que fue fundamental para la identificación con su ideología.

También habría implicaciones morales. Alguien que ha cometido un asesinato normalmente se arrepentiría y tendría un castigo después del cual podría perdonarse. Pero si remueve ese recuerdo, no tendría esos sentimientos que le indican que ha hecho algo malo. El problema sería más grave si se hablara, por ejemplo, de un nazi que participó de los campos de concentración o de un paramilitar que tomó parte en una masacre. Esas personas casi tendrían el deber de recordar, ya que su testimonio es una evidencia histórica que afecta a muchas personas.

Matthew Lattal, profesor de neurociencia de la Universidad de Oregon, asegura que los únicos recuerdos que se deberían considerar para ser borrados son aquellos tan traumáticos que no le permitan a la gente llevar una vida normal. Y da una buena razón para que no ocurra, como en el caso de las películas, en donde hasta un simple mal de amores es susceptible de ser eliminado: "Todos tenemos recuerdos que nos avergüenzan o que desearíamos que no hubieran pasado. Pero los sentimientos incómodos que evocan evitan que cometamos errores en el futuro. Aprendemos por la experiencia y esos recuerdos son los que nos hacen ganar sabiduría".