Miranda Priestly, interpretada por Meryl Streep es el estereotipo de la jefe hiena que matonea a sus subalternas mujeres. | Foto: AFP

AMBIENTE LABORAL

Brujas o líderes

Las opiniones están divididas frente al tema de si las mujeres son buenas jefes o no. Lo que han encontrado los expertos es sorprendente.

24 de agosto de 2013

Cuando le piden hablar sobre sus jefes mujeres, Claudia Gómez, una ejecutiva del sector financiero, que las ha tenido en India, Colombia, Estados Unidos y México, no puede olvidar una anécdota con una de ellas a quien admiraba profundamente por su inteligencia y su profesionalismo. 

Todo cambió el día en que Gómez no pudo entregar un reporte y la jefe la regañó por incumplir, pese a que su excusa era más que razonable: su bebé de tres meses tuvo que ser sometido a una cirugía de alto riesgo para corregirle un defecto congénito. “Ella nunca entendió la circunstancia en que me encontraba y hasta hoy me reclama como un gran error no haber dejado a mi hijo para terminar el reporte”, dice, aún conmovida. “Yo fui una de las más destacadas ejecutivas, pero esa falla echó por la borda todos mis logros ante ella”.

¿Bruja? ¿Estricta? ¿Intolerante? En la medida en que más mujeres llegan a la cima de la escalera corporativa, muchos se preguntan si son jefes terribles. Los estereotipos de Hollywood, a la cabeza con el personaje de Miranda Priestly, la antagonista de The Devil Wears Prada, ayudan a reforzar esa imagen. 

Sin embargo, esa idea ha sido desvirtuada con estudios sobre liderazgo femenino en los que las mujeres superan a los hombres en promover el desarrollo profesional de los demás, en construir relaciones, integridad y compromiso, e incluso en iniciativa y liderazgo, dos habilidades hasta ahora consideradas propias de los hombres.

“En las investigaciones hemos visto que ellas piensan algo y lo hacen, mientras que ellos piensan algo y delegan. Los hombres ejecutivos tienen secretarias maravillosas”, dice la psicóloga Connie de Santamaría.

Así mismo, las investigaciones concluyen que tener al menos una mujer en la junta directiva disminuye el riesgo de que la empresa quiebre y que cuando hay conflictos ellas toman decisiones más justas. Además, se observó que los hombres se guían más por las reglas y los métodos tradicionales, mientras que las mujeres están más inclinadas a optar por soluciones novedosas.

A pesar de este dechado de virtudes, algunos siguen pensando que las jefes hienas, duras e implacables, existen, y de hecho, algunos reportes indican que el aumento de las mujeres en posiciones de poder ha traído consigo un aumento en el matoneo, al punto de que en los sondeos la mayoría, sobre todo las mujeres, prefiere tener jefes hombres. 

Sin embargo, el tema no se debe mirar desde esta perspectiva porque jefes malos hay de todos los géneros. Isabel Londoño, directora de la Fundación Mujeres por Colombia, señala que en el país  hay muy pocos líderes porque tanto ellas como ellos aplican un modelo tradicional basado en el autoritarismo, que está mandado a recoger. 

Además, la cultura organizacional los lleva a “convertirse en cómplices de los abusos de los dueños de las compañías”, dice.  A manera de ejemplo, señala que hay empresas donde tanto los hombres como las mujeres tratan a los empleados como prescindibles y no como diamantes en potencia que deben ser cultivados para tener un equipo estable. 

Debido a que las posiciones de poder han sido tradicionalmente ocupadas por hombres, las mujeres se sienten más a gusto cuando son dirigidas por ellos.  “Cuando de niñas muestran características de liderazgo les dicen mandonas, pero el mismo rasgo en los niños es motivo de felicitación”, dice.

Cuando crecen y llegan a un puesto donde deben mandar y tomar decisiones firmes, los demás las ven como arpías porque lo que se espera de ellas, según el modelo patriarcal de feminidad, es que sean dulces y sumisas. 

Según los estudios, las mujeres juzgan a sus jefes congéneres con estándares diferentes y rechazan a aquellas que asumen el papel de mando masculino porque esperan de ellas más camaradería y familiaridad. Pero no tienen problemas cuando un hombre las dirige porque de ellos no esperan eso. “Aún estamos atrapados en las expectativas sociales de que las mujeres estén al servicio de los hombres”, dice la psicóloga Peggie Drexler. 

Suzie Welch, una reconocida periodista de negocios y autora de libros sobre el tema, está de acuerdo con esta tesis y reitera que todos los jefes, sean del género que sean, tienen fallas. Por ejemplo, se ha visto que tanto los hombres como las mujeres pueden ser controladores y minuciosos en el trabajo o poco hábiles para comunicar instrucciones. 

No obstante, ella está convencida de que las mujeres tienden a caer en ciertas trampas con más frecuencia que los hombres. La más notoria es que no saben manejar la distancia emocional y eso hace que fluctúen entre la llamada  ‘reina de hielo’, dura y autoritaria, y la ‘buena madre’, aquella que trata de construir una gran familia en la oficina, promueve el desarrollo personal y procura el bienestar de todos. “Ambas situaciones se vuelven en su contra. La primera porque no da mucho y la hace ver déspota, y la otra porque borra la línea entre amigo y jefe”, dice Welsh.

La emocionalidad femenina les ayuda a ser más empáticas, pero también las lleva a tomar los asuntos laborales de manera personal. “Los argumentos de ellas son más emocionales”, dice Clara Reyes, psicóloga de CRM Psicología Empresarial. Agrega que tienden a ser más reiterativas, lo que disminuye el impacto del mensaje. Además, se enfocan más en los detalles.

“Uno tiende a enredarse en el asunto, mientras que los hombres son prácticos”, dice la experta. Es común verlos a ellos discutir por un asunto y luego hablar como grandes amigos sobre fútbol. Una empleada lo define así: “Ellos operan de manera racional, cuantitativa; para ellos todo es vertical y la cosas se juzgan por el desempeño, mientras que con las mujeres todo es emoción, sentimientos y subjetividad”.

La tesis de la emocionalidad femenina ha llevado a extremos como el de sugerir que ellas son más hormonales con lo cual se explica que un día saluden y al otro no. Según Londoño, esta es una excusa sin fundamento porque los hombres también son hormonales, pero ello nunca es argumento para explicar sus excesos ni fallas. 

Otros opinan que las mujeres han tenido que pasar toda suerte de obstáculos para llegar lejos. Paradójicamente, cuando llegan al poder no se sienten seguras sino que deben seguir demostrando que tienen capacidades para estar ahí. Eso las instala en un estado constante de paranoia que les genera mucho estrés. Además, se ven obligadas a  mostrarse fuertes para ganar el respeto de los hombres, al tiempo que luchan para ser cercanas a sus congéneres. 

Claudia Gómez, la ejecutiva de la anécdota del comienzo, dice que las mujeres que lo han sacrificado todo, como su jefe, y que llegan a esas posiciones sin marido y sin hijos son más duras, pero aún más lo son con las otras mujeres porque quieren que asuman los mismos sacrificios que ellas hicieron. 

“O simplemente no hay empatía porque no entienden lo difícil que es el equilibrio entre la profesional y la familia”, dice Gómez. Ella  ha encontrado muchas mujeres que no están en la cúpula pero sí en cargos directivos y que logran tener lo que ella llama ‘paquete completo’, es decir, realización personal y profesional. 

En el libro Lean In  Sheryl Sandberg, la jefe de operaciones de Facebook, lo resume todo en una palabra: miedo. “Miedo de no ser queridas, de tomar la decisión incorrecta, de atraer atención negativa, de ser juzgadas, de fracasar”. 

Y el problema es que al llegar a la cima se ven solas, precarias en el manejo del poder, y ese miedo les ha impedido establecer un nuevo modelo de liderazgo basado en las competencias femeninas. A cambio han adoptado el estilo tradicional masculino. Lo interesante entonces no es saber si las mujeres son o no malas jefes, sino en preguntarse por qué todavía son una minoría.