CON SUDOR Y LAGRIMAS

Un novedoso y tortuoso método de entrenamiento gerencial se ha convertido en la pesadilla de los ejecutivos japoneses

21 de agosto de 1995

EN EL MUNDO ELLOS HAN GANADO siempre la medalla al mérito como empleados productivos. Sin embargo las compañías japonesas necesitan más de sus ejecutivos. Eso ha convertido los cursos de entrenamiento gerencial en un próspero negocio en Japón. Pero los cada vez más agresivos métodos también los han convertido en la pesadilla de los trabajadores nipones, al punto que en estos cursos ya no hay voluntarios. Todos los participantes ingresan porque sus superiores consideran que el rendimiento no es óptimo y que todavía pueden dar mucho más. En el mundo empresarial ya no hay cabida para los tímidos o los introvertidos. Y aunque parezca imposible cambiar la personalidad, eso se consigue en dos semanas de sudor y lágrimas en la Escuela de Entrenamiento Gerencial Kanrisha Yosei Gakko, en las afueras de Tokio.
Se trata de un lugar paradisíaco ubicado bajo la sombra del Monte Fuji, pero ser enviado a ese campamento es tan terrible para un japonés como para un adolescente colombiano ser llamado al servicio militar. Entre los ejecutivos se le conoce como el 'campamento infernal'.
Allí ingresan cada dos semanas un centenar de ellos, a quienes sus jefes consideran flojos, negligentes o bajitos de punto. Se trata de convertirlos en unos tigres para las ventas y en los más fieros negociadores. Y, según los instructores, eso no se consigue con agradables charlas y conferencias y ayudas audiovisuales, sino con extenuantes actividades y tortuosas pruebas de disciplina que más parecen un castigo divino.
Al empezar, cada uno de los inscritos debe hacer un acto de humildad suprema y confesar públicamente todos sus pecados laborales. "Soy un flojo y un inepto... Soy una basura... Mi récord de ventas es pobre...", son las frases que se escuchan a medida que cada uno de los ejecutivos, uniformados con batas blancas y sentados en el piso se levantan para manifestar sus faltas al jurado de instructores que preside la sesión como si se tratara de una corte marcial. Como si no fuera suficiente con admitir sus culpas, en sus batas blancas cada uno lleva colgados 30 cintas 'de la verguenza', que representan todas las deficiencias que los llevaron a ser inscritos en el curso. Esas son las fallas que tienen que superar para graduarse. Quien no logre enmendarlas tendrá que permanecer unos días más antes de regresar a su puesto.
Para aquellos que aún no conocen la última moda en entrenamiento gerencial, una cartelera con las actividades del día les da la pauta. "A las ocho, caminata nocturna de 40 kilómetros". Durante el recorrido a campo traviesa hay pruebas para estimular la creatividad que apenas podría sortear un veterano lancero. Una de ellas, es la de idearse cinco formas de retirar a un cuervo de un árbol sin hacer ningún ruido. Muchos ven el amanecer sin haber logrado cumplir el objetivo.
Como si esto fuera poco, deben repasar los 10 mandamienstos del ejecutivo. Ser estrictariiente puntual. Hablar siempre en voz alta. Conseguir en cada una de las funciones laborales los mejores resultados en el tiempo más corto posible... Y, si acaso olvidan qué diablos hacen allí, una canción que entonan unas 20 veces al día y además suena por los altoparlantes constantemente les recuerda: "Las cosas que hemos hecho con el sudor de nuestra frente, las venderemos con el sudor de nuestra frente... Las cosas que fabricamos derramando lágrimas, derramaremos lágrimas para venderlas...".
En opinión de los empleadores, los ejecutivos parecen estar poniendo gran parte de su corazón en su vida privada y es hora de retomar el espíritu de antaño, cuando para un japonés no había mayor felicidad que trabajar y conseguir lo mejor para su empresa. Pero también se han occidentalizado y sus costumbres son laxas y ya no respetan las jerarquías que existen ni hacen reverencias. Así que uno de los propósitos del campamento es el de enseñarles el respeto por sus superiores.
Pero no todo el entrenamiento tiene que ver con recuperar las tradiciones. También es necesario que aprendan algo de la cultura occidental. Educados para ocultar sus emociones y mantener un bajo perfil, los japoneses resultan inexpresivos para el resto del mundo, y eso parece cobrar un alto porcentaje de las ventas. Por ello, parte del curso está dedicado a aprender a manifestar adecuadamente las emociones. El entrenamiento de gesticulación pasa por toda la gama: sorpresa, disgusto, felicidad o tristeza. Como si se tratara de un manicomio, antes del examen final cada cual ensaya conversando por imaginarios teléfonos celulares, discutiendo precios con un árbol o celebrando ante un espejo el supuesto chiste de un cliente. Pero a pesar de los esfuerzos, no es raro ver al gerente de una compañía con los ojos encharcados cada vez que el instructor le grita desde el fondo del salón: "Más alto. Empiece de nuevo", como si se tratara de un recluta remiso.
Aunque los empleadores aseguran que los cursos han mostrado una gran efectividad,los ejecutivos japoneses viven al borde del pánico con sólo pensar en ser remitidos por sus jefes al 'campamento infernal'. Y lo cierto es que en cada curso no faltan los desertores que abandonan el campo a media noche, agobiados por las humillaciones y bañados en lágripas, aun a sabiendas de que con ello corren el riesgo de pasar el resto de la vida marginados de las altas esferas del mundo laboral.