Condomania

Como cualquier metrópoli, Bogotáa cuenta ahora con los famosos sex shops. La afluencia de gente ha sido tanta que ya se abrió una sucursal.

17 de enero de 1994

Hace dos años era impensable un almacén de condones en Colombia. El preservativo debía comprarse en droguerías y quie- nes lo solicitaban usaban diversas formas para llamarlo; de igual manera, lo hacían en voz baja y con la consabida coloreada. Ahora no sólo se expende en todos los supermercados, con profusión de marcas y colores, sino que recientemente se han abier- to en Bogotá dos almacenes donde el preservativo es el rey de las estanterías.
Con sorpresa, hace tres meses los bogotanos vie- ron un pasacalles en la carrera 19 con calle 122 que anun- ciaba la inauguración de Kondomanía: No era para menos. Era la primera vez en que se anunciaba con bombos y platillos la aparición de un almacén dedicado exclusivamente a vender preser- vativos. Hasta entonces, los sex shops en Bogotá habían existido sin mayor aspaviento ni surtido, en la clandestinidad de los corredores comerciales del centro o de Chapinero. Hace tres semanas, el aviso se repitió en la exclusiva zona rosa de la calle 82. Al lado de los elegantes almacenes de ropa, zapa- tos y discos, junto a cafés y restaurantes, apareció un gran aviso de neon fosforescente donde un gran condón rosado anunciaba Kondomanía. La vitrina no ha pasado inadvertida para los transeúntes que, en mayoría, se asoman por el vidrio para curiosear. Los más tímidos son generalmente los de más edad, especialmente mujeres, quienes miran apenas de reojo y pasan de largo con un poco de más color en las mejillas. Otros, los más jóvenes y más desinhibidos se aventuran y entran a curiosear.
El interior del almacén es sencillo, sin el lujo propio de las exclusivas boutiques de la 82. Pero las estanterías, atiborradas de objetos eróticos, llaman la atención de todos los clientes. Si bien lo primero que los compradores piensan encontrar es una enorme gama de condones, lo cierto es que Kondomanía es más que una enorme despensa de pre- servativos. El ambiente es el de los famosos sex shops de Amsterdam, Londres o Los Angeles, con todo su inventa- rio de objetos raros y exóticos para hacer más variada la intimidad sexual.
Quienes se embarcaron en la idea de montar estos almacenes son Diego Gamoneda y Janeth López, un joven matrimonio que, después de haber viajado por Europa y Estados Unidos, descubrió que esta podía ser una pequeña mina de oro. "Despues de visitar a Holanda nos dimos cuenta de que en Colom- bia no existía algo similar -dice Diego-. Nos pareció buena idea atenderlo nosotros mismos porque no es sencillo encontrar vendedoras para ese tipo de objetos. Pero lo hicimos no solo como negocio sino pensando también en la importancia de incentivar el uso del condón, sobre todo en los jóvenes, para evitar que el riesgo del contagio del sida siga creciendo. Por eso le pusimos Kondomanía. El resto de las cosas que vendemos tienen la intención de que las parejas se lancen a innovar en su intimidad"
La reacción de la gente no se hizo esperar. Poco a poco empezaron a llegar clientes y algunos curiosos atraídos por el aviso y las novedades que se exhiben en la vitrina. La afluencia de gente fue tal que a los tres meses de haber inaugurado su primer almacén la pareja decidió abrir el segundo. Y hoy ya son muy pocos los pudorosos que se resisten ante la curiosidad. "Es poca la gente que no se atreve a entrar por lo menos a echar una mirada -comenta Janeth López-. La mayoría de la clientela de Kondomanía está formada por parejas jóvenes. También hombres o mujeres solos, que superan los 40 años. Los jóvenes entran atraídos por los condones, los aceites estimulantes y las lociones de sabores. La gente mayor compra artefactos más sofisticados como los vi- bradores o los muñecos de inflar. "Definitivamente lo que más se vende son los vibradores y las cremas de sabores" comenta Janeth.
Las reacciones de los compradores son variadas: desde los lanzados que saben lo que quieren hasta los nova- tos que miran con detenmiento las etiquetas. Algunos ni siquiera se atreven a cojer los vibradores y los observan mientras mantienen sus manos guardadas entre los bolsillos. Otros. más desparpajados preguntan para qué sirve todo, se ríen con nalicia y hasta se untan todas las lociones y las cremas de demostración. Hay quienes comentan que llegaron allá porque en su despedida de solteros les regalaron alguno de esos "grotescos y desproporcionados objetos". Tam- poco faltan los hombres y mujeres maduros que, con una profunda seriedad y total conocimiento de causa, entran, y, como si fueran a comprar el pan y la leche del día, no se demoran más de dos mi- nutos, toman exactamente lo que quieren y se van con cara de satisfacción.
Es claro que los jóvenes, a quienes el dinero no les alcanza para comprar los artefactos más sofisticados, salen casi sin excepción con alguno de los exóticos con- dones -de sabores, de colores fosforescentes, con diversas formas que prometen ser "más estimulantes"-, simplemente con el tradicional o con algunas de las bromas con forma de sexo para regalar. A ellos, la inauguración de este tipo de almace- nes les parece "una cosa chévere. Por fin se deja de lado el tabú por todo lo que tiene que ver con el sexo y se deja la libertad a cada uno de practicarlo como mejor le parezca, siempre recordando que debe ser una costumbre responsable", dice un joven y asiduo comprador.
En todo caso, mucho tiempo ha pasado desde cuando el rey Carlos II, asesorado por su fiel médico de cabe- cera de apellido Condum, puso de moda en Occidente la prác- tica de utilizar un adminículo para evitarle al pro- miscuo rey el contagio de alguna enfermedad venérea. Luego de estar por siglos condenado a la oscuridad, el preservativo pasó a ser prohibido por la Iglesia como método para contro- lar la explosión demográfica. No obstante, hace una década salió a la luz pública, con la aparición del sida, y desde entonces ha sido el protagonista de la campaña para evitar el contagio de la mortal enfermedad.
Pero en Colombia el condón no había logrado pe- gar. Al contrario de lo que sucedía en otras naciones don- de los preservativos se encontraban en los supermercados, al lado del champú y las curitas, en el país había que pedir- lo a un dependiente y esto provocaba ciertas reservas por parte del usuario.
Hoy las cosas han cambiado. Los condones están, junto a los chicles y las cuchillas de afeitar, al lado de las cajeras de todos los supermercados. Además, a principios del año entrante varias universidades y almacenes de cadena instalarán dispensadores en los que se podrán adquirir condones tan fácilmente como si fueran cigarrillos. Todo esto demuestra que finalmente los colombianos han adoptado al preservativo co- mo un elemento fundamental de la intimidad sexual. Y a tal punto se ha llegado que ya empieza a existir en el país una gran industria alrededor del condón.