DAISY ES COLOMBIANA

Al cumplir el Pato Donald 50 años, se descubre que un amor frustrado por una ciudadana colombiana inspiró a Walt Disney la creación de Daisy

30 de julio de 1984

Ella sólo tenía quince años pero ya estaba comprometida para casarse con un primo suyo. Había nacido en París y al cumplir un año, su padre, un comerciante en telas, de origen judío, decidió atravesar el Atlántico para instalarse en Colombia, donde deseaba probar suerte con una serie de almacenes. Y le fue bien.
Su familia se acomodó pronto en la Bogotá de los años veinte y en menos de una década, el comerciante logró establecer las tiendas La Nouvelle France, Primavera y Daisy. Este último almacén había sido bautizado en honor a su hija, una linda niña de ojos azules y pelo rubio, que crecía bajo la estricta tutela de su padre, en el ambiente de la calle 17 y en las frías aulas del Colegio La Concordia.
Daisy Hané, ése era su nombre completo, haba logrado burlar aquella vigilancia para enamorarse de su primo, quien no tardó en pedirla en matrimonio. Su padre había terminado por aceptar a regañadientes esta relación pero decidió llevar a su hija a Francia, para que allí pasara dos años de su juventud, recibiera una adecuada educación y meditara su posible enlace. En agosto de 1932, recorrieron en tren la cordillera oriental y en vapor el río Magdalena para subir al Colombie, lujoso barco de la época que debía tomarse 18 días para llegar al puerto francés de Le Havre.
Pocos colombianos abordaron la nave en el cálido muelle de Puerto Colombia, que esperaba recoger el grueso de pasajeros en Venezuela, Curazao, Martinica y Las Azores.
Justamente en Curazao, cuando apenas Daisy y su padre comenzaban a descubrir las delicias del viaje, un joven alto y desgarbado, de nacionalidad americana, vestido de lino crudo y como único equipaje, una libreta bajo el brazo, en la cual dibujaba permanentemente. Las caricaturas que allí pintaba a gran velocidad no eran sólo su pasatiempo: le servían como medio de comunicación. Alternaba las pocas palabras que pronunciaba con sus jocosos dibujos, a través de los cuales "dialogaba" con los otros pasajeros del barco.
En uno de los bailes ofrecidos a los viajeros por el capitán del barco Daisy se sintió atraída por el americano, quien en un momento dado la sacó a bailar. Resultó ser un magnífico bailarín y excelente conversador, tanto en francés como en castellano.
Entre tanda y tanda y mientras su padre asombrado se retorcía los bigotes, Daisy, sorprendida, escuchaba las excéntricas aspiraciones de su compañero de baile, quien le relataba sus planes de llevar al mundo de Hollywood sus muñequitos. Minutos antes, a la hora de las presentaciones, Daisy había escuchado el nombre del americano, que en aquel entonces nada significaba: se llamaba Walt Disney, quien por aquellos días contaba apenas con 22 años. Hoy, 52 años después, Daisy Hané, a los 68 años, casada con Sammy Mosseri y madre de dos hijos, recuerda en su apartamento del norte de Bogotá aquel encuentro: "Era chiflado, divertido, activo y pintaba encima de lo que fuera: servilletas, manteles, libretas de bridge. Sobresalía del resto de los pasajeros, casi todos franceses y latinoamericanos, porque su atuendo, a diferencia del de los demás, era bastante informal. No tenia el bigote que lo caracterizarla después, porque si lo hubiera tenido ni siquiera lo hubiera mirado. Echaba mucha paja y hablaba de tanta fantasia que mi padre lo consideró un fanfarrón, desconfió de él y me encerró en mi camarote. Nos cruzábamos escasas palabras a la hora del té y en los bailes, las únicas horas que yo podía pasar fuera del camarote. Me propuso matrimonio y comenzaron las promesas de un futuro feliz en Hollywood si nos causaba de inmediato el capitán del barco. El estaba seguro de que llegaría a ser un hombre famoso. Mi padre, al enterarse de la propuesta, se dirigió a él y le dijo: "O se baja usted, o nos bajamos nosotros" Y Walt Disney, con su libreta bajo el brazo, descendió del barco en Martinica".
Acaso, en el momento de la despedida, habría de surgir el personaje que ha acompañado al Pato Donald durante los últimos 50 años y que lleva el nombre de Daisy.
Cinco años después, ya casada, Daisy de Mosseri, vio por primera vez en un cine parisino, el éxito de su pretendiente, quien apareció como la revelación del momento, en un noticiero cinematográfico de la época. En ese mismo noticiero, aparecían también sus primeros personajes. Uno de los hermanos de Daisy, quien la había acompañado al teatro y era el único que conocía la historia del barco, gritó de pronto, al ver a la pata que acompañaba a Donald: "¡Mira, ésa eres tú!". Desde ese día, Daisy de Mosseri trata discreta y escépticamente el tema, invocándolo más en forma jocosa que admitiendo que su breve encuentro con Disney había sido inmortalizado en un personaje: "Yo no creo que se haya inspirado en mí, pero reconozco que hay algún parecido", admite modestamente.
Sin embargo, como es inevitable, una fantasía de esta naturaleza tiene sus secuelas. Las pocas personas que la conocen y conocen la historia se encuentran algún parecido, ya sea en los ojos azules y las pestañas largas o en la forma de llevar la cartera y de lucir los zapatos. Hoy, Daisy es una abuela feliz que ha llevado a todos sus nietos a Disneylandia, el mundo de fantasía creado por Disney y del cual ella puede estar formando parte. -