Develar el misterio

Con el Nobel de Medicina se premió a los pioneros en la investigación del cerebro humano. Esto es lo que se conoce hoy de este órgano.

13 de noviembre de 2000

El cerebro es el órgano más complejo del cuerpo humano por la gran cantidad de conexiones que establecen las más de 1.000 millones de células nerviosas, o neuronas, que se encuentran allí. Ellas son las responsables de que el cuerpo sienta placer y dolor, disfrute de la música o aprecie una sutil fragancia. También del movimiento de los músculos, del control de las vísceras y de otras actividades más sofisticadas, como el lenguaje, la memoria e incluso la conciencia de la propia existencia.

Por eso no es de extrañar que muchos científicos se hallan interesado en esta estructura. Entre ellos se encuentran Arvid Carlsson, Paul Greengard y Eric Kandel, quienes fueron honrados la semana pasada con el Premio Nobel de Medicina. Sus trabajos han ayudado a dilucidar cómo viaja la señal nerviosa a través de la sinapsis y cómo necesitan de los neurotransmisores para comunicarse entre sí (ver recuadro).

Kandel es un austríaco nacionalizado en Estados Unidos y quien se desempeña como profesor de neurociencia en la Universidad de Columbia en Nueva York. Quería ser sicoanalista pero pensó que primero era mejor entender cómo funcionaba el cerebro y se matriculó en un curso sobre neurofísica que cambió su interés profesional de por vida. Para sus trabajos empleó un organismo conocido como aplysia, el cual habita en el mar y cuyo cerebro es menos complejo que el de los mamíferos. Encontró que sus neuronas siempre se conectaban de la misma manera. Kandel comprobó que los comportamientos simples se daban mediante grupos de células nerviosas conectadas a circuitos que no varían. Pero en el proceso de aprendizaje estas señales cambian en fuerza. Entonces se producen modificaciones en el comportamiento, no tanto por la alteración del circuito básico sino por la manera como ellos se ajustan a la fuerza de las conexiones.

Paul Greengard, cabeza del laboratorio molecular y de neurociencia de la Universidad Rockefeller, centró su interés en la bioquímica de las neuronas en un momento en que la mayoría de biólogos creían que lo único interesante para investigar de una neurona era si disparaba o no una señal a otra. Pero Greengard encontró que un proceso llamado fosforilación era clave en la transmisión de mensajes pues generaba cambios en la fuerza sináptica. Estos cambios de fuerza son características esenciales de la operación del cerebro porque afectan procesos como la memoria y el estado de ánimo.

Carlsson, de 77 años, miembro de la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, descubrió porqué la droga Reserpina provocaba temblores y síntomas similares a los del Parkinson en animales de laboratorio. En 1957 comprobó que esos efectos de la droga podían ser revertidos con inyecciones de una molécula similar a la dopamina llamada levodopa (o L-dopa). A partir de esa observación el experto demostró que la Reserpina provocaba el Parkinson debido a que reducía los niveles de dopamina en el cerebro y que la L-dopa —que una vez en el organismo se convierte en dopamina— restauraba esos niveles.

Aunque los tres utilizaron metodologías diferentes, el trabajo de Carlsson, Greengard y Kandel tiene un hilo que los une y es haber dilucidado cómo las neuronas se envían mensajes entre sí, una actividad que explica en gran parte el funcionamiento del cerebro. Con esta información aportaron conocimiento sobre enfermedades como el mal de Parkinson y la depresión y gracias a sus estudios fue posible el desarrollo de drogas como la L-dopa y el Prozac, que hoy se consideran estándares para su manejo. Pero tal vez lo más importante es que han abierto el camino hacia nuevas áreas de investigación (ver recuadro) para que otros científicos continúen desenmarañando ese complicado y misterioso órgano.