SEXUALIDAD

Lo que aprendí de sexo en un año

Un editor de ‘The Times’ pasó un año investigando el tema y encontró que las mujeres y los hombres son muy diferentes en la cama. En su libro señala esas diferencias y por qué importan.

31 de marzo de 2018

Por más que muchos quieran decir que las mujeres y los hombres son iguales, no lo son en un tema: el sexo. Esa es, a grandes rasgos, la conclusión de Tom Whipple luego de indagar durante un año. “La idea de que hombres y mujeres nacen idénticos, pero los crían para comportarse distinto es difícil de sostener”, dice a SEMANA este matemático de la Universidad de Cambridge y periodista científico del diario londinense The Times. Después de escudriñar en estudios académicos y en varias salidas de campo (en las que incluyó orgías y otras fiestas sexuales), el experto observó que las viejas reglas de la atracción siguen vigentes: los hombres quieren sexo fácil, mientras que ellas prefieren el romance duradero.

Ese año de investigación dio como fruto el libro X and Why: The Rules of Attraction, en el que Whipple explora los estudios científicos acerca de cómo y por qué los dos géneros se acercan al sexo de manera diferente. “Desde Estados Unidos hasta Zimbabue, los estudios muestran que los hombres tienen más sexo casual que las mujeres”, señala, y el umbral para hacerlo difiere notablemente. Si una mujer se acerca a un hombre en la calle y le ofrece ir a la cama con ella, el 60 por ciento acepta mientras que el 40 por ciento restante se disculpa. En el caso contrario, las mujeres responden no el 100 por ciento de las veces.

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La divergencia se da por una simple causa: las mujeres se embarazan y los hombres no, y según la teoría de la evolución el género que invierte más en la reproducción (la mujer, en la especie humana) toma más tiempo en pensar con quién se aparea. “Se ve en todas las culturas, a lo largo de la historia y aún ahora con aplicaciones como Tinder, en las que los hombres deslizan el dedo indiscriminadamente, mientras que el sexo opuesto es mucho más selectivo”.

Se observa entre casados. Sin importar la edad ni la etapa del matrimonio, los hombres quieren más sexo que sus esposas. Otro estudio encontró que los curas son más proclives a romper sus votos de castidad que las monjas. Los hombres comienzan a masturbarse más temprano que las mujeres y lo hacen más regularmente y por mucho más tiempo. Al final de la vida las mujeres se arrepienten más de ciertos encuentros sexuales pasados; ellos solo lamentan las oportunidades perdidas.

Aun cuando una mujer tenga mucho atractivo, prefiere calidad a cantidad. Por el contrario, los hombres más atractivos tienen más parejas sexuales. Dos tercios de ellos dicen que tendrían sexo con un robot, mientras que la misma cantidad de mujeres no lo haría. Cuando una pareja tiene sexo casual, la mujer tiende más a esperar que se convierta en algo romántico; los hombres se inclinan más por querer que permanezca como algo impersonal.

Esta situación trae ventajas para ambos. Para ellos, que el sexo es menos complicado. Un hombre puede, en teoría, tener 1.000 hijos en su vida con poco esfuerzo, lo que hace que “pueda darse el lujo de no preocuparse y tener más sexo”, señala Whipple. Eso explica por qué ellos tienden a sobredimensionar sus opciones de conquista aun cuando saben que determinada mujer está fuera de su liga. La respuesta es que tienen muy poco que perder y mucho que ganar: si llegan a tener relaciones, podrán tener un bebé y así salir victoriosos en el juego de la vida. En las mujeres el cálculo es diferente, pues a ella no le importa si un hombre la desea. Ella está enfocada en conocer si ese pretendiente, en caso de quedar embarazada, cuidará a su hijo.

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Eso no significa, sin embargo, que las mujeres sean castas y puras y permanezcan de brazos cruzados esperando al padre de sus hijos. Whipple encontró un estudio muy interesante según el cual ellas cambian su comportamiento sexual cuando son fértiles. En esta fase tienden a sentirse atraídas por hombres con mejores genes, o machos alfa, mientras que en otros momentos del mes prefieren a aquellos que serán buenos padres para sus hijos.

Si los hombres tienen la ventaja de que deben invertir poco en este juego, ellas tienen la de saber quiénes son sus hijos. Whipple menciona el dato de que 1 de cada 30 bebés no es de quien cree ser el padre. “Tal vez eso explica la doble moral patriarcal en la que a una mujer la castigan por promiscua, mientras que al hombre le aplauden ese comportamiento”.

En todos los países está demostrada la regla estadística de que los hombres tienen un tercio más parejas sexuales que las mujeres. En términos matemáticos esto es imposible, pues los promedios de ambos deben ser iguales, por lo que el dato muestra que la gente miente sobre el sexo. Pero es un hecho que los hombres tienden a tener más segundas familias que ellas, ya que se casan más después de un divorcio y lo hacen con alguien por lo menos una década más joven que su exesposa.

Los hombres, además, tienden a ejercer la poligamia, aunque no sea de manera simultánea “por lo que así pasa más desapercibida”, dice Whipple. Lo ilustra el caso del cantante Rod Stewart quien tuvo a los 17 años a su primera hija, y a los 66, cuando ella tenía 48 años y estaba terminando su ciclo reproductivo, el cantante tuvo a su retoño número ocho.

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En materia de excitación las mujeres también son un caso aparte. El científico Gerulf Rieger en 2014 publicó con Meredith Chivers un estudio para entender qué hacía aumentar la libido de hombres y mujeres, tanto homosexuales como heterosexuales. Para este experimento, les mostraron videos eróticos de hombres y mujeres mientras iban midiendo con un aparato el flujo de sangre a los genitales. En promedio, los hombres heterosexuales se excitaron con las mujeres y se apaciguaron con los hombres. Si decían que eran homosexuales, sucedía lo contrario.

Pero con las mujeres el asunto no fue tan claro, pues no se pudo predecir su orientación sexual por el aumento de flujo sanguíneo genital. “Cuando veían hombres o mujeres desnudas, los resultados eran iguales y sus cuerpos respondieron en preparación al sexo”, dice Whipple. Una explicación sería que las mujeres son bisexuales, pero en otro experimento los científicos encontraron que ellas también se excitaban al ver chimpancés apareándose. Esto hizo pensar a Rieger que las mujeres son genuinamente más fluidas en términos sexuales. También es posible que sea una respuesta evolutiva a la violencia sexual, ya que en cualquier situación, sea deseada o no, el cuerpo de la mujer se prepara para el sexo y así evita un trauma genital. Esto, según Rieger, haría que “la violación sea menos dañina”.

Cuenta Whipple que en los sitios para buscar parejas las mujeres más atractivas son delgadas, jóvenes y educadas, pero no mucho. Los hombres más populares son los adinerados, con doctorado y en busca de una relación estable. Ellos alardean de su trabajo; ellas, sobre su cuerpo. Las mujeres mienten sobre su peso y los hombres, sobre su estatura. Las damas prefieren a los hombres más altos. Las más maduras ven los perfiles de los más jóvenes, pero se abstienen de mandarles mensajes. La mayoría, sin embargo, prefiere a hombres de su misma edad. Ellos, sin importar si son jóvenes o viejos, eligen en promedio a las mujeres de 22 años.

Según Whipple, estas diferencias sí importan por más que sea políticamente correcto decir que la psicología del hombre y de la mujer es la misma “porque el sexo determina a la sociedad de muchas maneras”, dice. Aunque cree posible cambiar muchos de estos comportamientos biológicos, considera inconveniente negar la naturaleza humana. Pero hombres y mujeres sí parecen coincidir, dice, en que a la hora de ir a la cama, “ambos disfrutan mucho el sexo”.