El amor en los tiempos del condón

Un matapasiones, una forma de chantaje o un salvavidas son algunas de las imágenes que genera el preservativo. Aunque cada vez pierde más adeptos es tema obligado en las relaciones de pareja., 49506

26 de febrero de 2002

Así como la píldora anticonceptiva llegó a simbolizar la revolución sexual femenina, el condón se ha convertido en un protagonista de mucho peso en las relaciones de pareja. Aunque parezca mentira la presencia o no de un preservativo determina el bienestar de una relación sexual. Desde cómo pedirle a su pareja que lo use, dónde comprarlo y hasta cuándo dejar de usarlo, todos estos temas hacen parte de las conversaciones que las parejas tienen tarde o temprano. Muchos pelean porque no les gusta, otros se indignan cuando se los exigen y hay quienes se extrañan porque son las mujeres las que los tienen a la mano. El caso es que el condón siempre está en las conversaciones pero muchas veces no dónde debería estar. Un reciente estudio realizado por la fundación Oriéntame, que entre otras cosas buscaba determinar cómo las parejas se ponen de acuerdo sobre las decisiones reproductivas, acaba de demostrar que el uso del condón tiende a disminuir a pesar de las grandes campañas para promoverlo. El rechazo al condón entre los mayores de 22 años es muy alto debido a que por lo general este grupo de edad tiene relaciones estables. Además argumentan que les limita la satisfacción sexual. Por otra parte, aunque las parejas jóvenes lo utilizan en un principio, lo abandonan cuando creen que han logrado cierto grado de confianza. Aún más, como el condón es percibido por algunos exclusivamente como un método para evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual, entre novios se siente miedo de ofender a su pareja al exigir su uso.

Odiado por muchos, la salvación para otros y usado con resignación por una gran mayoría, el preservativo es determinante en una relación. SEMANA exploró las diferentes caras que adquiere el ‘gorro’ de látex de acuerdo con la situación en la que se encuentra.

El matapasiones

El condón puede arruinar el momento romántico más perfecto. Sobre todo si se trata de la primera vez que una pareja tiene relaciones sexuales. Verónica Gómez, una atractiva joven estudiante de ciencias políticas de 23 años, lo vivió en carne propia con un amigo de la universidad.

Un día organizaron un paseo con varios compañeros y al calor de los tragos empezaron a besarse. “Luego de los besos me empezó a quitar la ropa y en el momento más candente del asunto le pregunté: ‘¿tienes un condón?”. La pregunta le cayó como un baldado de agua fría. “Mi amigo me dijo que no tenía y puso cara de ¡Oh! ¡Oh!, tenemos un problema”. Aunque ella sabía que no tenía riesgo de quedar embarazada esa noche insistió en usar preservativo para evitar el contagio de cualquier infección o enfermedad. Ella siempre lo exige, al menos cuando se acuesta con alguien que apenas está conociendo.

“El dijo con un tono despreocupado que no importaba y que no molestara tanto pero yo no cedí y al final me tocó irme a la cocina a tomarme un tecito”. Por supuesto, las ganas se esfumaron y no tuvieron más remedio que unirse al grupo de amigos que estaban entretenidos con un juego de mesa. Ella nunca ha comprado condones. Una vez llevaba en la cartera unos que le habían regalado en una promoción publicitaria pero siempre le ha dejado ese asunto a los hombres. “Casi siempre ellos tienen”. El problema, según Verónica, es que las parejas dejan la discusión de ese tema para el último minuto.

Pero no hay otra salida. Hablar de eso antes para ella sería hacer un terrible oso. “A uno le da pena preguntar eso porque es, de alguna forma, decirle: ‘bueno y… ¿ya nos vamos a acostar?”. Verónica no es la más amiga de este método de anticoncepción. Además de considerar que le quita la magia y la espontaneidad a la relación es alérgica al látex, pero esta situación la resuelve tomando un antialérgico. “Con tanto avance tecnológico no sé cómo no se han inventado otras cosas. Yo odio el condón. Es como de las cavernas porque uno siente el caucho, no la piel. Como medio anticonceptivo es el peor pero como no hay nada para las infecciones pues no hay nada que hacer. Es un verdadero matapasiones”.

“Es un chantaje”

El condón se puede convertir en un campo de batalla en el que gana el más fuerte. Claudia López, una ingeniera industrial de 25 años, tuvo este tipo de problema en una relación con un arquitecto de 30 que no era tan riguroso como ella en el uso del preservativo. Ella creció escuchando los anuncios y viendo las campañas del Ministerio de Salud sobre el uso del condón y las cátedras de sexualidad responsable que la concientizaron de usar este método, no sólo para evitar embarazos sino también enfermedades. Pero todo eso sonaba muy bonito en la teoría. Cuando se conoció con Alfonso, el arquitecto en cuestión, que era más fresco frente al uso del condón, nunca imaginó que el tema fuera a ser tan importante en la relación de pareja. Los problemas se presentaron cuando Alfonso se fue a vivir a otra ciudad y debido a la distancia los encuentros sexuales de la pareja se fueron espaciando en el tiempo. “Yo sé que por la distancia pasábamos mucho tiempo solos y eso me hacía pensar que durante mi ausencia él podía matar la gana con otra mujer”, dice. Por eso le pedía condón. Pero la negociación era todo un lío porque le echaba en cara que desconfiara de él. “El punto llegó a tal extremo que me decía que los condones le tallaban, que no sentía nada, que era el único del grupo de amigos que hacía el amor con condón porque las novias de todos usaban pastillas y que yo también debía hacerlo”. Claudia reconoce que parte de su negativa a hacerlo sin condón era el temor de quedar embarazada o contraer una infección y no contar con el apoyo de su novio. El caso es que el condón se convirtió en un instrumento para chantajearse mutuamente. “A veces yo le decía que sin condón no lo hacíamos y él me contestaba que con condón no lo hacía tampoco. Terminábamos peleando y ambos nos quedábamos con las ganas”.

“El que las hace las imagina”

En algunos casos ser precavido puede resultar desastroso. Carolina, una música de 30 años que es muy consciente de la importancia de tener sexo seguro, pecó por exceso de prevención. Llevaba tres meses sin hacer el amor cuando conoció a un amigo. Con él salió durante tres meses sin que pasara nada. “No nos tocábamos ni nos besábamos”, dice. Pero un día decidió ponerle fin al celibato. “Fui y compré condones y me dije a mí misma: ya estoy lista”. Esa noche invitó al amigo a su casa y después de una corta charla se besaron y cuando la situación ya se estaba poniendo muy apasionada ella le preguntó si tenía condones. “Ante su respuesta negativa yo le dije: ‘Bueno, aquí tengo unos”. Lo que siguió no fue propiamente una escena de amor. Por el contrario, su amigo la miró extrañado. “Yo sentí que él pensó que yo era una persona muy promiscua por tener condones en la casa”. Luego vino una discusión frente a la conveniencia o no de usarlo. “El argumentaba que si se ponía condón no iba a tener una erección”. Carolina intentó convencerlo. “Le dije: ‘Yo no quiero quedar embarazada. Además yo me he acostado con otros hombres y lo hago para protegerlo a usted también”. Para entonces la pasión de Carolina ya se había esfumado y después de tanta discusión decidió decirle adiós a su noche de placer. Al otro día volvieron a retomar el tema y con más calma su amigo le dijo que entendía su posición y que la consideraba muy chévere. “Pero le impresionaba que yo tuviera los condones en la casa porque era como si estuviera aperada para lo que resultara”. El problema adicional con este hombre era que asociaba impotencia con condón. Entonces la noche que hicieron el amor —con condón— Carolina tuvo que desplegar sus mejores conocimientos sobre sexualidad masculina para impedir que eso pasara.

“Una prueba de amor”

Las encuestas sobre el tema del condón han encontrado que muchas parejas tienen la percepción de que es sólo un método para evitar contagios de enfermedades transmisibles sexualmente y por eso no lo usan cuando en la relación de pareja hay respeto y amor. Así lo ve Cristina Rodríguez, una antropóloga de 32 años a quien nunca le había interesado el tema del condón. Hasta que se separó. “La primera vez que iba a hacerlo después de mi fracaso matrimonial estaba con un tipo en la habitación en la etapa de los besos y los abrazos. Cuando el tipo empezó a ir más allá no sabía cómo pedirle un condón. Entonces preferí irme, decirle cualquier excusa, salir de ahí, me daba oso, yo no sabía cómo se pedía eso”. La pareja siguió conociéndose sin tener contacto físico y cuando Cristina sintió que el tipo le gustaba lo suficiente como para iniciar una relación también sexual le propuso irse de viaje juntos. “El llegó muy preparado con caja de condones y todo y yo lo primero que pensé fue: ¿y éste que creyó, que yo soy una vagabunda o qué? Igual lo hicimos así, con condón, pero como a los 15 días yo le pregunté que por qué tanta desconfianza y él me lo expuso muy claro: el no sabía de mí y yo no sabía nada de él, que no era desconfianza y que era mejor estar seguros”. Pero al año de la relación Cristina seguía incómoda con el tema del condón. “Sentía que él no me quería lo suficiente porque iba con sus condoncitos para todas partes. Yo sí quería botarlos. No sé, de repente en la etapa de más enamoramiento no le veía sentido a esa cosa, me indignaba y sentía que en ese tema se enfocaba una especie de falta de compromiso y de amor”. Un día, como dos años después de empezar la relación, su pareja le pidió que se hicieran un examen de sida para poder tener sexo sin el preservativo.

“Ese día yo sentí que el tipo de verdad estaba enamorado, me quería y me adoraba. Fue la prueba de amor. Mucho después terminamos pero hoy, sin enamoramientos, pienso que el tipo fue muy chévere al exigir el condón y prueba de sida. Se protegió él pero también me protegió a mí”.

“Yo salgo con niñas bien”

Para tomar la decisión de cuándo usar condón y cuándo no muchos estudian factores del comportamiento. Ese es el análisis que hace Alberto Gómez, un administrador de empresas de 28 años quien, asegura, “sabe con quién se mete”. Cuando una mujer le gusta e intuye que va a terminar en la cama, a la cuarta cita Alberto le pregunta disimuladamente por su pasado. “En esas conversaciones uno se va dando cuenta si es brincona o calmada”. Si nota que la mujer le coquetea a todos los tipos y le encanta seducir a los hombres él se imagina que debe tener una vida sexual muy activa y eso le genera desconfianza. Por lo general no se fija en este tipo de mujeres y si llegase a acostarse con una de ellas usaría condón sin remedio. Otro sello de seguridad para Alberto es que el nivel socioeconómico de la niña sea alto: que haya salido de un buen colegio, que sea de buena familia, con cierto nivel sociocultural, que tenga modales y cierta cultura. “Eso para mí es garantía de que lleva una vida sexual sana, no tiene ningún tipo de infecciones y que se lo da también a gente bien”. Le da más seguridad si su pareja le dice que ha tenido pocos novios y que esas relaciones pasadas hayan durado un buen tiempo —por lo menos dos años— y que hayan sido estables. “Eso me hace creer que no se involucra en prácticas riesgosas”. Lo peor es encontrar a una mujer que termina en la cama esa misma noche. “Pienso que se lo da a cualquiera fácilmente y, aunque me guste, me genera desconfianza”. Para curarse en salud, en todo caso, tiene como regla general que en las primeras relaciones sexuales con alguien siempre usa condón. Pero cuando han pasado unos meses y hay un noviazgo más serio resuelve con su pareja planificar con algún otro método. El reconoce que clasificar a las personas por estas actitudes no es el mejor método. “Es bastante precario, es como medir a la gente por la apariencia, pero lo voy a seguir aplicando”.

“Don’t worry, be happy”

En las seis últimas experiencias sexuales de Ricardo Martínez han sido las mujeres quienes aportan el preservativo. Este economista de 40 años no lo ve mal. “Para mí es un acto de autoestima, de que es una mujer responsable con su cuerpo y que está segura de su sexualidad”. De esas seis últimas mujeres tres le han exigido una prueba de sida, un acto que ve con naturalidad y como una prueba más de que las mujeres cada día son más responsables frente al tema del sida. Eso sí, cuando hay amor las cosas cambian drásticamente. “Cuando uno no esta detrás de un cuerpo sino detrás de un alma no uso el condón pero para hacerlo así ellas me piden el examen”. Aunque aparentemente su conducta frente al uso del condón es muy natural y nunca se opone a usarlo si su pareja lo exige siente que hablar de estos temas es muy complicado. “Los nombres de las enfermedades son muy feos, entonces uno no se sienta a preguntarle a una mujer: ¿has tenido una gonorrea, una sífilis o un chancro blando? Esas infecciones deberían tener otros nombres como, por ejemplo, gladiolo o gardenia, qué se yo”. Por eso él nunca habla del asunto y han sido las mujeres quienes ponen el tema sobre la mesa. “Eso me parece bien. Es un acto de soberanía sobre su propio cuerpo y mucho mejor en este momento, cuando todo el mundo tiene un pasado sexual alto porque cada día hay más relaciones efímeras”.