EL PARAGUAS DE REAGAN

Por ahora, la llamada "Guerra de las Galaxias" es un conjunto de estudios sobre la mejor manera de construir un sistema impenetrable que proteja a los Estados Unidos de un ataque nuclear soviético

22 de julio de 1985

En 1955, Winston Churchill resumió el nuevo espíritu de la estrategia de defensa de la posguerra al declarar que, en adelante, la seguridad sería la hija robusta del terror y que la supervivencia sería la hermana gemela de la aniquilación.
El legado de Hiroshima era claro. Las superpotencias, desde el inevitable momento en que la Unión Soviética desarrollara su propio arsenal nuclear, dependerían de su capacidad de destruir totalmente a sus adversarios en caso de ser atacadas para prevenir conflictos bélicos.
Esta doctrina llegó a ser llamada Destrucción Mutua Asegurada. Su acrónimo en inglés (MAD) significa, apropiadamente, loco. En teoría, cada superpotencia entiende que la otra responderá a la agresión con una fuerza tal que una guerra entre ellas sería en efecto un pacto suicida. El precio de la paz es el terror.
Desde entonces se ha mencionado con espanto la posibilidad de que una equivocación de una de las partes, o una falla técnica en los complejísimos sistemas de tección de misiles pudiera conducir a un apocalipsis involuntario.
Cada cierto tiempo, los expertos militares de las superpotencias redefinen su estrategia nuclear o adaptan sus teorías a nuevos teatros de guerra o posibilidades de conflicto. Sin embargo, persiste como una sombra que oscurece los esfuerzos de convivencia de los ultimos cuarenta años, la inquietante certeza de que, en última instancia, las superpotencias dependen para su seguridad, si nó para su tranquilidad, de la doctrina de Destrucción Mutua Asegurada.
Por esto, cuando el presidente Reagan anunció, en marzo de 1983, en un discurso que ha entrado a la historia, que los Estados Unidos comprometerían sus recursos físicos, científicos y humanos en el desarrollo de un sistema de defensa tan novedoso que volvería obsoletas las armas nucleares, el mundo se estremeció.
Los optimistas imaginan ahora un mundo libre para siempre de la amenaza nuclear, en que la paz será garantizada no por la capacidad ofensiva de todas las partes, sino por sus sistemas de defensa impenetrables.
Defensa y ataque
Pero otros entendieron el asunto de forma diferente. Los críticos no cesan de citar el enorme costo que tal empresa inevitablemente representaría. Además, añaden que en el pasado todo avance en el sistema defensivo de una parte trajo como resultado el refinamiento del sistema ofensivo de la otra. En este contexto, prevén que un esfuerzo por parte de los Estados Unidos por desarrollar su nuevo plan de defensa, que ha sido bautizado Iniciativa de Defensa Estratégica, obligará a la Unión Soviética a concentrar sus esfuerzos en la creación de nuevas y mejores armas ofensivas. En efecto, así lo declaró el jefe del comando supérior del ejército soviético, Nikolai Chervov, quien insistió que su país hará todo lo posible por minar el desarrollo del nuevo sistema de defensa, construyendo nuevas armas nucleares capaces de penetrar el escudo defensivo estadounidense.
Los soviéticos, que al oír al presidente Reagan anunciar su intención de volver obsoletas las armas nucleares, comprendieron que eran sus propios misiles a los que se refería el mandatario estadounidense, no tardaron en condenar enérgicamente la propuesta de Reagan, señalando que el único resultado posible era la intensificación de la carrera armamentista.
Es indudable que en poco más de dos años, la Iniciativa de Defensa Estratégica alteró totalmente el panorama nuclear, hasta tal punto que las negociaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética para reducir su arsenal nuclear se han visto dominadas por este problema.
Es imposible comprender el debate que se ha generado en torno de la Iniciativa de Defensa Estratégica, que ha sido apodada Guerra de las Estrellas, sin estudiar la cuestión desde un punto de vista técnico. Porque mientras que políticos y expertos militares discuten acerca de las implicaciones estratégicas del plan, los científicos están resolviendo los innumerables problemas de carácter técnico que será necesario solucionar antes de que la idea del presidente Reagan pueda ser considerada viable.
Tiro al blanco
La idea original, según fue esbozada por Reagan en su discurso hace dos años, consiste en la construcción de aparatos capaces de disparar rayos láser hacia los misiles enemigos destruyéndolos antes de que logren llegar a sus objetivos. Aunque el propósito general parece simple, los detalles no lo son.
En primer término, existe la dificultad de crear un sistema lo suficientemente eficiente para detectar los misiles y destruirlos en el menor tiempo posible. La trayectoria de un misil moderno, desde su lanzamiento hasta que llega a su objetivo en territorio enemigo treinta minutos más tarde, se puede dividir en cuatro etapas claramente definidas. Durante los primeros cinco minutos el misil cohético acelerador impulsa al misil hacia el espacio. Al llegar al espacio el misil se divide en un motor, que es dejado atrás, las cabezas de combate, que pueden ser hasta diez, cada una dirigida hacia un objetivo diferente, y, finalmente, los señuelos. Estos últimos tienen el propósito de confundir al sistema defensivo del enemigo, pues son difíciles de diferenciar de las cabezas de combate. Ambos atraviesan el espacio durante diez minutos. Luego viene la etapa de reingreso. Mientras que los señuelos se queman al contacto con la atmósfera, las cabezas atómicas siguen su curso, encaminadas hacia sus respectivos blancos.
Un sistema defensivo tendría que ser diseñado para poder destruir misiles en cada una de las cuatro etapas. Sin embargo, existen claras ventajas en eliminarlos durante la primera, pues sería entonces posible derribar, con un solo acierto, hasta diez cabezas de combate atómicas. Durante las siguientes dos etapas, luego de la separación de las diferentes cabezas atómicas, se multiplica el número de objetivos que hay que destruir. Además, como ha sido anotado, es difícil distinguir entre las cabezas atómicas y los señuelos. Este problema desaparece cuando las cabezas atómicas reingresan a la atmósfera, pero a partir de este momento le quedaría difícil al sistema defensivo destruir las cabezas de combate a tiempo. Y, obviamente, una explosión nuclear en la atmósfera, aunque no destruye los silos de los misiles, sí causaría grandes pérdidas en términos humanos.
Por las razones expuestas, un sistema defensivo completo tendría que ser flexible y poder destruir misiles de diferentes maneras en cada etapa de la trayectoria. Por el momento, los científicos que trabajan en el proyecto investigan tres alternativas principales.
Rayos y centellas
La primera incluye todas las armas que funcionan a base de rayos láser. Estos rayos, que viajan a la velocidad de la luz, pueden ser concentrados en la superficie de los misiles hasta destrozar su sistema de conducción o desactivar las cabezas atómicas. Hay dos tipos de láseres. En primer lugar, están los producidos por reacciones químicas. Dependiendo de la intensidad del rayo se calcula cuánto tiempo se necesita mantener el láser sobre el misil. Esto, a su vez, determina si el aparato generador se debe colocar en el espacio o en la tierra. Si el rayo es de onda larga, le toma más tiempo destruir el misil. Como el láser no puede seguir la curva de la tierra, este tipo de rayo tendría que ser lanzado desde un satélite espacial. Rayos de mayor intensidad, aquellos de onda corta, logran destruir el misil en menos tiempo, siete segundos en el caso de los rayos de onda larga en lugar de un segundo en el último caso. Pero requieren un aparato generador más poderoso, y por lo tanto, más pesado.
Tan pesado que sería imposible ponerlo en órbita. Consecuentemente, este tipo de aparato tendría que ser construido en los picos de montañas. De allí dispararían los rayos hacia satélites dotados de enormes espejos, que reflejarían el rayo hacia los misiles.
Sin embargo, según expertos tales como Edward Teller, uno de los más influyentes partidarios del programa, quien es considerado el padre de la bomba de hidrógeno, el costo de estas opciones es prohibitivo.
El otro tipo de láser es el rayo X. Parte de la energía producida por una explosión atómica en un generador sería convertida en rayos X que se proyectarían hacia los misiles. Este sistema tiene dos ventajas. Por una parte, los rayos X destruyen los misiles enemigos instantáneamente. Por otra, son tan anchos que es mucho más fácil dar en el blanco. Pero, por motivos políticos, es dudoso que sea factible poner en órbita los generadores atómicos. De manera que estos tendrían que ser guardados en submarinos y lanzados en caso de ataque.
Otra alternativa es el desarrollo de armas que disparen rayos de partículas subatómicas. Estas pueden viajar a una velocidad casi tan alta como la de la luz. Son teóricamente, más efectivas que los rayos láser en destruir misiles. Pero tienen muchas desventajas. Los aceleradores de partículas son inmensos. Pueden pesar más de 500 toneladas. Las partículas son difíciles de dirigir con precisión, pues el campo magnético de la tierra las puede desviar. Además, un sistema defensivo de este tipo podría costar hasta 20 mil millones de dólares.

La tercera alternativa consiste en el lanzamiento de diferentes objetos, tales como cohetes autodirigidos, o hasta perdigones, que al estrellar con los misiles los destruyan. Esta opción podría ser utilizada en cualquiera de las cuatro etapas. Es la más sencilla de las tres alternativas, y se calcula que a mediados de la próxima década la tecnología necesaria para construir un sistema defensivo basado en este tipo de armas de energía cinética estará disponible. Investigadores están tratando de desarrollar perdigones y cohetes capaces de seleccionar su víctima (la cabeza atómica) entre los señuelos. Entre las posibilidades está medir la cantidad de radiación emitida por los objetos que se acercan. Supuestamente, las cabezas atómicas emitirían mucha más radiación. Luego habría que desarrollar un método para hacer uso de esta información.
En manos de la máquina
Si los problemas de carácter técnico parecen difíciles de resolver, otros parecen sencillamente imposibles. Cualquiera que fuera la alternativa elegida, o la combinación diseñada, un sistema de defensa de esta complejidad no podría ser manejado por seres humanos. El sistema tendría que ser coordinado por computadores, que a su vez estarían programados por otros computadores. Además, estos tendrían que ser diseñados para poder funcionar normalmente en un ambiente de guerra. Probablemente habría que colocarlos en el espacio para protegerlos.
Si bien los sistemas de defensa actuales son muy refinados, hasta ahora el poder de decisión final ha estado siempre en manos de seres humanos.
En la eventualidad que la Iniciativa de Defensa Estratégica fuera puesta en marcha y los nuevos sistemas de defensa fueran desarrollados, por primera vez en la historia del hombre, éste le estaría otorgando a una máquina el poder de declarar la que sería la última guerra de la historia. Como es de suponer, se está llevando a cabo un vehemente debate entre los que creen que los computadores podrán, en un futuro próximo, asumir esta responsabilidad, y los que aseguran que hay tanto que podría fallar que confiar en el perfecto funcionamiento de un computador sería una locura.
Finalmente, a aquellos que invocan la visión de un mundo libre de la amenaza nuclear, los críticos responden que las dificultades técnicas, el alto costo del programa, y la incertidumbre que acompaña a toda empresa humana harán que la Iniciativa de Defensa Estratégica, en vez de reemplazar la doctrina de Destrucción Mutua Asegurada, solo logre complementarla. Si esto es asi, dicen ellos, la paz seguirá siendo pagada con el terror, y la propuesta del mandatario estadounidense solo logrará desatar una nueva carrera armamentista entre las superpotencias.
Lo cierto es que en sus dos años de vida la Iniciativa de Defensa Estratégica, o Guerra de las Estrellas, se ha convertido en uno de los principales temas en las discusiones de estrategia nuclear. Partidarios y detractores halcones y palomas tendrán que reconocer que hoy la gramática misma del debate es otra.-