Religión

El punto Dios

Las investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro demuestran que la religión y la espiritualidad son inherentes a la naturaleza humana.<br><br>

12 de julio de 2008

Reflexiva, conciliadora y, sobre todo, muy espiritual. Así vio la mayoría de colombianos a Íngrid Betancourt luego de seis años de cautiverio . Pero el suyo no es un caso aislado. Como ella, muchos de los liberados han reportado experiencias similares. Porque, como afirma Dary Lucía Nieto, sicóloga de País Libre, los ex secuestrados cuentan que necesitaron la espiritualidad y por eso unos lograron encontrar la paz con una Biblia, otros, apegados a un árbol o a un río.

Aunque parece un recurso frente a la enfermedad y la desgracia, los científicos creen que la necesidad espiritual y religiosa es inherente al ser humano. Es un fenómeno omnipresente, un rasgo característico de la especie. Y la prueba es que hay 10.000 religiones en el mundo y 5.100 millones de creyentes de cualquiera de ellas, según la enciclopedia Oxford World Christian. Aun los ateos creen en algo: la democracia, el Estado, el ser humano.

Recientemente la ciencia ha querido comprender mejor este proceso, mediante los nuevos equipos que muestran cómo funciona el cerebro, para ver qué ventajas tendrían la religiosidad y la espiritualidad para un individuo. Casi todos coinciden en que "estamos cableados para Dios", según Andrew Newberg, de la Universidad de Pensilvania y pionero en esta disciplina.

Encontrar el punto G del cerebro (G por god, dios en inglés), es uno de los objetivos. Algunos estudios señalan los lóbulos temporales, pues pacientes con un tipo de epilepsia cuyos ataques suceden allí reportan experiencias religiosas intensas. Esto no invalida la vivencia, dice el investigador I Vilayanur Ramashandran, "sólo muestra cuáles partes del cerebro estarían involucradas". En estudios con monjes tibetanos y hermanas cristianas, Newberg ha detectado otro sector conocido como área asociativa de orientación, responsable de ayudarle al cerebro a diferenciar entre la idea de sí mismo y la de otro objeto. También se ha indagado en el cerebro límbico. Los expertos sospechan que la presencia de un receptor que regula la función de la serotonina allí tiene una relación directa con la capacidad de la gente para trascender y entender fenómenos que no pueden ser explicados de forma objetiva. Un equipo de científicos suecos encontró, por ejemplo, que personas cuyos escáneres del cerebro mostraban mayor actividad de este receptor eran más proclives a llevar una vida espiritual.

Según el antropólogo Robin Dunbar, la espiritualidad llevaría además a generar una sensación de bienestar, lo que confirmaría la teoría de Carlos Marx de la religión como "opio del pueblo". Las endorfinas, calmantes naturales del dolor, al inundar el cerebro causan una especie de euforia que genera felicidad. Dunbar asegura que estas sustancias se liberan durante el canto y el baile, el balanceo repetitivo, en la posición de loto o al arrodillarse, lo cual explicaría la alegría que producen algunos rituales religiosos.

Las más recientes investigaciones, sin embargo, muestran que no habría un sitio específico, sino que esta función estaría distribuida en muchas partes del cerebro. Francis Collins, director del proyecto Genoma y autor del libro El lenguaje de Dios, sugiere que algunas estructuras básicas de la mente "necesitan a Dios" y que dichas estructuras evolucionaron, así como el amor, la memoria, el lenguaje y los sueños. Después de todo, para tener un concepto de Dios se requiere un cerebro más especializado que, por ejemplo, el de un chimpancé. Según Dunbar, se necesitan ciertos niveles. Uno de ellos es ser consciente de que cada cual tiene una mente y, segundo, que el otro también tiene la suya propia. Así mismo, se requiere la capacidad para creer en un dios y pensar que éste quiere que la persona actúe de una manera específica, lo que sería el tercer nivel. El cuarto es la capacidad de persuadir a otros a compartir esas creencias. Y por último, se requiere que otros también crean en lo mismo, algo que él llama religión comunitaria. "La mayoría de las actividades humanas se puede desarrollar con el segundo y el tercer nivel. La razón por la cual tenemos los dos niveles extra debe ser la religión", dice.

David Linden, neurocientífico de la Universidad Johns Hopkins, explica que el cerebro humano tiene tres partes, la reptil, encargada de las funciones básicas; el cerebro límbico, que controla las emociones, y la neurocorteza o cerebro racional. Los dos últimos causan la mayoría de tribulaciones, pues la naturaleza de cada uno provoca un conflicto que se resumiría en el viejo dicho de que "el corazón tiene razones que la razón no entiende". Linden considera que la religión buscaría explicar, o al menos darle sentido, a la información incompatible entre los dos cerebros, el racional y el emocional.

Los biólogos dicen que un cerebro así ayuda a explicar el universo y a generar bienestar. Según el siquiatra Ariel Alarcón, hay estudios que confirman que los más espirituales viven más y se deprimen menos que los ateos y poco místicos, quienes a su vez reportan más dolor físico, conflictos y angustias. Por eso hoy en los hospitales una pregunta importante para los pacientes es su grado de espiritualidad. "Un profesional, y no un cura, guía a los enfermos para que manejen esta dimensión en medio de la enfermedad", asegura.

La religión también sirve para mantener cohesión en la sociedad. Dunbar explica que los niveles de endorfinas en el cerebro se suben con el ejercicio. Pero cuando esto se da en grupo, su efecto es diferente, pues el individuo se siente bien no sólo consigo mismo sino con los demás. Por eso la religión ayudaría a esa conexión con el otro. Pero el ritual solo no funcionaría si no es por la teología y el sistema de valores de una creencia que se encargaría de ofrecer los premios y los castigos al grupo, algo para lo que se necesita habilidades cognitivas superiores.

Los estudios sobre la neuroteología han recibido muchas críticas y una de las más fuertes es que confunde espiritualidad con religión. Alarcón explica que la espiritualidad es tener un sentido de trascendencia de la vida, de reconciliación, e incluye un propósito vital, como el amor. A veces la religión riñe con esto. "Es el caso de una monja que cuando supo que tenía cáncer, no dejó de pelear con Dios y de maldecir su suerte", recuerda.

Otro problema es reducir la experiencia religiosa a un producto biológico al sostener que es un simple truco del cerebro, pues aun cuando hay conciencia del 'truco', Dios no desaparece de la mente de la gente. Y por último está la limitación de la ciencia, que aunque puede entender lo que sucede cuando alguien medita o reza, no puede probar o negar la existencia de Dios. Algunos han entrado en el terreno de la especulación y, como Collins, opinan que un ser superior creó el universo y al hombre con el cerebro que conocemos. Otros sugieren que existe Dios pero que no intervino en la evolución de una manera tan directa. Si lo hubiera hecho, dice Linden, habría realizado un trabajo más elegante e impecable. Lo que lleva al mismo punto de partida: si Dios creó el cerebro del ser humano o si éste creó a Dios, es una cuestión de fe.