NEUROCIENCIA

El sueño en el lado oscuro de la luz

Un nuevo libro habla de la importancia de dormir para la salud en un momento en el que la gente prefiere sacrificar horas de sueño por trabajar, ver televisión o viajar.

11 de agosto de 2012

Siempre ha habido quienes piensan que dormir es una pérdida de tiempo. Thomas Alva Edison dijo alguna vez que la persona que lo hacía durante ocho horas, en lugar de tres, nunca estaba ni despierta ni dormida. Es comprensible que lo haya dicho el inventor del bombillo, un avance que le dio a la sociedad la posibilidad de prolongar la vida social más allá del atardecer y de ampliar la jornada de trabajo casi 24 horas.

Luego de este invento, "dormir quedó en la silla de atrás de la vida nocturna para darle paso a otras prioridades, y nunca ha vuelto a recuperar su antiguo lugar", dice David K. Randall, quien lanza esta semana el libro Dreamland, en el que demuestra la importancia del sueño para el funcionamiento del organismo.

El autor es un reconocido periodista británico para quien resulta irónico que en el momento actual, cuando hay camas más cómodas, casas mejor construidas y mayor salubridad, dormir sea casi un lujo de pocos. Un tercio de los trabajadores de Estados Unidos duermen menos de seis horas, según el Center for Disease Control (CDC).

En la era victoriana, cuenta Randall, los más afortunados lo hacían en un catre, con los brazos colgando y en medio de bichos que los despertaban. "La modernidad trajo una mejora en estos aspectos pero ahora dormir es más esquivo debido a la luz eléctrica, la televisión y otros tipo de entretenimiento que han vuelto un caos los patrones de sueño".

Según el inglés Roger Ekirch, historiador y autor del libro At day's Close, antes de la luz eléctrica la gente tenía dos períodos de sueño en la noche. El primero empezaba en cuanto el sol se ocultaba y se prologaba hasta la medianoche. El segundo iba de las primeras horas de la madrugada hasta la salida del sol. Entre las dos fases de sueño la gente rezaba, leía, contemplaba sus sueños o tenía relaciones sexuales.

Todo apunta a que este es el patrón natural en los seres humanos. Así lo comprobó Thomas Wehr, psiquiatra del Instituto Nacional de Salud Mental en Bethesda, quien privó a un grupo de personas de toda fuente de luz artificial durante la noche para simular las condiciones naturales de las noches de épocas antiguas. Con el tiempo, los participantes empezaron a tener los dos segmentos de sueño que observó Ekirch.

Wehr descubrió además que la hora entre estas dos fases es una de las más lúcidas en la vida de las personas. "Químicamente el cuerpo se encuentra en un estado similar al que se observa cuando ha pasado un día en un spa", señala Randall. Lo interesante es que cuando alguien hoy reporta despertarse a esa hora de la noche, lo ve como una señal de que algo anda mal.

Randall dice que la invención de la luz eléctrica permitió extender la vigilia muchas más horas al punto que hoy, incluso se puede viajar de noche, ir a cine, hacer guardias nocturnas en hospitales, todo a costa de sacrificar horas de sueño. La cantidad de luz es tal que en 1994, cuando un terremoto dejó a Los Ángeles en la penumbra, muchos llamaron alarmados a la policía preocupados por una nube gigante en el cielo. "Era la vía láctea. Ellos nunca la habían visto porque esa ciudad es una de las que más brilla de noche en Estados Unidos".

Pero la situación actual trae problemas más serios que este. De hecho, la falta de sueño se relaciona con la depresión y aumenta los problemas cardiovasculares. Un estudio publicado hace un par de semanas en The British Medical Journal, hecho entre dos millones de personas, mostró que quienes trabajan de noche tienen 41 por ciento más riesgo de sufrir infarto. Otro, realizado por investigadores del centro médico de Ohio State University, halló que cuando los ratones de laboratorio se exponían a luz tenue en la noche, aparecen signos de depresión.

A comienzos de este año, la American Medical Association (AMA) publicó una serie de consecuencias nocivas de usar luz artificial en la noche, entre las que se observa una mayor incidencia de obesidad, diabetes, problemas de reproducción sexual, cáncer de próstata y seno. La semana pasada, un estudio mostró que quienes duermen menos responden menos a una vacuna contra la hepatitis B.

Randall explica que ante la luz artificial nocturna el cerebro interpreta que está de día. Si esto sucede, el cuerpo deja de emitir melatonina, una hormona que, además de regular el sueño, está al frente de los ciclos circadianos, que a su vez controlan 15 por ciento de los genes. No se sabe cómo es el proceso en el que el sueño está ligado a las enfermedades pero ciertos indicios muestran que en la noche el cuerpo se repara en el nivel celular. De esta forma, cada hora nocturna extra que una persona pasa en su trabajo impacta directamente su salud.

Además, se sabe que la falta de sueño causa el 20 por ciento de los accidentes automovilísticos. Y según datos de organismos militares, también es la causa más importante de las muertes por error (fuego amigo) en los ejércitos.

Pero no solo no dormir es perjudicial, sino que hacerlo bien resulta sorprendentemente beneficioso. Randall descubrió que cuando la gente duerme a plenitud el cerebro detona un proceso crucial para aprender, y que favorece tanto a la memoria como a la creatividad.

En 1980, Francis Crick y Graeme Mitchinson postularon que durante el periodo REM de sueño, cuando los ojos se mueven rápidamente, la mente soluciona problemas, y un grupo de científicos de la Universidad de Lubeck lo comprobó en 2000. Para el trabajo, pidieron a un grupo de colaboradores que resolvieran un problema. A unos los dejaron dormir ocho horas, otros se mantuvieron en vigilia hasta el dia siguiente y al resto le permitieron dormir toda la noche, pero le solicitaron resolver el asunto ocho horas después de despertar. De esta forma todos estarían apartados del problema el mismo lapso. "Dormir evidentemente fue clave. Quienes lo hicieron durante ocho horas resolvieron el problema 17 por ciento más rápido que los demás".

Se cree que durante el sueño la mente es capaz de ver las cosas en forma diferente a como las observa en sus horas de vigilia. Durante la fase REM suceden los sueños más vívidos y, por lo tanto, la mente está más activa, casi igual a cuando la persona está despierta. Eso es tan importante que si en una noche un individuo pasa poco tiempo en esta etapa, el cerebro compensa esa falta aumentado el tiempo en la noche siguiente.

Mathew Walker, profesor de la Universidad de California, demostró con otro experimento que la calidad del sueño también es crucial. Según él, en el proceso de aprendizaje lo más importante sucede en las primeras horas de sueño. En la investigación le pidió a los participantes hacer una operación motriz después de aprender algo. Quienes pudieron dormir ocho horas sin interrupción completaron la prueba 21 por ciento más rápido que quienes fueron despertados antes de cumplir seis horas de sueño. Para los que no duermen todo lo que deben hacerlo en la noche, una siesta de 15 minutos es suficiente para mejorar el desempeño cognitivo en el día, según estudios patrocinados por la NASA.

Randall no ofrece recomendaciones más allá de lo obvio: adoptar una rutina cada noche que incluya dormirse siempre a la misma hora. No recomienda los medicamentos para dormir pues la evidencia muestra que quienes toman fármacos se duermen solo 13 minutos más rápido que quienes toman un placebo. Eso sí, es importante apagar las luces y desconectar los aparatos una hora antes de dormir pues las luces azuladas de los computadores, la televisión y los teléfonos inteligentes son interpretadas como luz del día por el cerebro, lo cual retarda el sueño.

Y no hay más consejos porque la misión de su libro es demostrar que el sueño no es una pérdida de tiempo en la vida sino "la tercera parte misteriosa del rompecabezas que es vivir".