EN LA PALMA DE LA MANO...

A pesar de ciertos cambios aparentes, los gitanos permanecen fieles a sus más viejas costumbres

17 de octubre de 1983

Como el Melquiades de "Cien años de soledad", ese hombre corpulento de barba montaraz envuelto en un aura triste con una mirada que parecía conocer el otro lado de las cosas, los gitanos sobrevivieron a la pelagra de Persia, el escorbuto en el archipiélago de Malasia, a la lepra en Alejandría, al beriberi en el Japón, a la peste bubónica en Madagascar, al terremoto de Sicilia y a un naufragio multitudinario en el estrecho de Magallanes", para no citar las dos guerras mundiales, la revolución rusa, la guerra civil española y esas pequeñas grandes persecuciones de las que han sido víctimas en los países a donde llegan, como lo testimoniara en su "Romancero gitano" Federico García Lorca:
La ciudad libre de miedo, multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles entran a saco por ellas.
(...)
Un vuelo de gritos largos se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos y las orzas de monedas
(...)
¡Oh ciudad de los gitanos! La Guardia Civil se aleja por un túnel de silencio mientras las llamas te cercan.
Dispersos por el mundo
Romany, tsiganos, zíngaros o simplemente gitanos; 20 millones de ellos --según estadísticas de un censo realizado en 1978-- se hallan dispersos en 27 países del mundo; 400 mil solamente en España, concentrados la mayoría en Andalucía, la tierra del cante jondo, los naranjos, los olivos y el Guadalquivir.
En Colombia, donde las estadísticas en ciertas materias o no son confiables o simplemente no existen, se ignora el número de gitanos que residen en el país. Pero que los hay, los hay, y las gentes se han acostumbrado a su presencia, no sin esa desconfianza atávica que ya les profesaba Ursula Iguarán a las tribus que, cada año por el mes de marzo, llegaban a Macondo para mostrar los últimos inventos.
Están lejanos ya los tiempos de las migraciones originarias, probablemente desde la India en los años 1.100 o 1.200, emprendidas para establecerse primero en los Balcanes y luego extenderse por el resto del mundo. Sus pintorescos viajes en carretas, sus toldas de lona e inclusive las leyendas negras que los perseguían a donde quiera que llegaban a clavar sus tiendas, son cosa del pasado. Actualmente se los ve, especialmente a las mujeres, reconocibles por sus largas faldas y pañoletas de colores, montando en busetas, comprando tomates en los supermercados y circulando por las céntricas calles de las ciudades con la huella de la civilización a cuestas: suéteres de lana acrílica y "chanclas" de plástico.
Los hombres ya no sudan la gota gorda con hierros al rojo vivo moldeando herraduras para caballos. Embadurnados de grasa y aceite, metidos de cabeza entre motores de automóviles, han cambiado la forja por los talleres de mecánica, latonería y pintura, como si la legendaria vocación por los metales los hubiera marcado irrevocablemente. Y han sustituido los violines de sus primeros padres por los transistores de pilas. Eso fue lo que SEMANA pudo verificar en un recorrido que hizo por algunos barrios que, como el Trinidad Galán en Bogotá y el Santa María en Medellín, concentran el mayor número de gitanos en el país.
Los gitanos no son ya los que llegan a los pueblos como Macondo con los últimos inventos. Por el contrario, han incorporado algunos de los últimos inventos a sus costumbres ancestrales.
Por eso no es raro encontrar que las tiendas han sido reemplazadas por casas de ladrillo y que el betamax convive con las tradicionales ollas de cobre, en medio de unas especies de colchonetas que hacen de cama durante la noche y que, durante el día, cuidadosamente amontonadas y cubiertas por una tela, sirven de sofá.
Su errancia no pasa de ser el diario trasegar de las mujeres por las calles vendiendo su fama de adivinas, de expertas quirománticas: "un viaje... una carta... Veo un hombre rubio en tu camino... Cuidado! Te trae mala espalda. Si me das 200 pesos te doy el "contra", dice una gitana sacando una pequeña almohadilla de raso rojo, llena de yerbas, y rematada con una media luna de cobre. "Tienes que llevarla siempre, cerca del pecho, para que se aleje el mal" le dice profética a la reportera de SEMANA con un dejo de acento que revela la permanencia de un idioma que, se cree, tiene sus primitivas raíces en fuentes indostánicas.
Mundo propio
Al parecer, la lengua es el vínculo más fuerte entre los gitanos del mundo. Aun cuando poseen gran habilidad para incorporar palabras y expresiones idiomáticas de los países en donde se establecen, bajo todas las variaciones dialectales hay cerca de dos mil palabras que se han conservado más o menos intactas entre los gitanos dispersos por la geografía del planeta.
Como se mantienen sus leyes o normas de convivencia social que no han sido escritas, pero que se respetan por encima de todo y explican su carácter endogámico. Principios de lealtad y fidelidad a ciertas tradiciones y costumbres, y una rígida estructura patriarcal dentro de la cual la mujer pasa de la autoridad del padre a la del marido, los obligan a vivir, a pesar de los cambios, cerrados en sí mismos. De ahí que los "bluyines" de los más jóvenes, los monos de los mecánicos, las telas acrílicas, las estufas de gas, los electrodomésticos y el sedentarismo, sólo signifiquen modificaciones de forma. Los gitanos siguen siendo seres exóticos y los pensamientos y actitudes frente a ellos continúan inspirados más por temor que por atracción. A pesar de gozar de esa condición terrestre que, como a Melquiades en "Cien años de soledad", lo "mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana" en torno suyo subsiste un ámbito de misterio.--
Leyendas negras
No son precisamente las anécdotas más pintorescas las que acompañan la historia de los gitanos. En el siglo XIV había gitanos en Grecia, pero sólo en el XV la primera banda grande se internó hacia los países del oeste de Europa. Se dice que la banda se dividió en dos grupos dirigidos por los duques Miguel Ahdrés y Manuel, quienes posteriormente fueron seguidos por otros grupos. Y con ellos se extendieron esas leyendas más negras que blancas que los han acompañado durante sus siglos de errancia y que han llenado de episodios la literatura. Según una de ellas, la familia de la cual descienden había rehusado darle hospitalidad al Niño Dios y a su madre cuando huyeron de Egipto, razón por la cual fueron condenados a errar por el mundo. Y en esa errancia la leyenda original fue llenándose de lunares negros.
Algunos cuentan que tenían la costumbre de envenenar a los cerdos con un narcótico que les afectaba el cerebro sin dañar su carne. Los hombres ganaron fama de hábiles ladrones de caballos y de niños y las mujeres de adivinas. Han sido muchos los niños del mundo que han crecido con miedo a los gitanos. El temor a ser robados los ha hecho tomar litros de sopa, comer kilos de hígado y de verduras.
Además, el común oficio de herreros que ejercían dio lugar a una extraña historia que ha dejado sus huellas: según ésta, los gitanos habían sido condenados a la vida nómada, porque un gitano había hecho los clavos de la cruz de Cristo. Sin embargo, debido a que había robado después uno de los 4 clavos, Dios les había dado permiso a sus descendientes para continuar robando cuando tuviesen necesidad. Es interesante anotar que cuando aparecieron por primera vez en Europa, se comenzaron a pintar figuras de la crucifixión que mostraban sólo 3 clavos.--