ERA UN BIKINI AMARILLO, DIMINUTO, DE LUNARES...

A los cuarenta años de su nacimiento, el bikini está más joven que nunca

1 de septiembre de 1986

"¿No era más que eso?" --se encogió de hombros el profesor Simon Alexandrov, observador científico soviético invitado al primer estallido de exhibición de una bomba atómica norteamericana, el 1° de julio de 1946, sobre el perdido atolón de Bikini, en el Pacífico. Pero su desdeñoso escepticismo era un error. Si no con respecto de la bomba --hoy viven en el atolón de Bikini tortugas y lagartijas, como si nada hubiera sucedido-- sí con respecto del nombre del lugar. Que fue el que cuatro días más tarde el diseñador francés Louis Reard le puso al nuevo modelo de vestido de baño que acababa de inventar: el bikini. En estos cuarenta años, la expansión del bikini ha sido aún más incontrolable que la proliferación de las armas nucleares. Las dos piezas cada día más leves del bikini cubren --es un decir-- las playas y piscinas del mundo, desde Montecarlo en el Mediterráneo hasta Cafam en Melgar. Hasta en los balnearios del Mar Negro, en la patria del incrédulo profesor Alexandrov, es posible ver hoy lejanos descendientes del bikini de Reard, aunque, por pudor socialista, suelen ser negros.
Para el bikini, pues, la vida empieza a los cuarenta. Pero no ha sido fácil. Porque nadie se opuso a las bombas atómicas, con la casi solitaria excepción del filósofo Bertrand Russell. Pero al bikini sí. Contra él se levantaron como un solo hombre, y en el planeta entero, todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, y hasta las comerciales. En Italia, España, Bélgica, Portugal, la atrevida prenda (que por aquel entonces tenía las incómodas dimensiones de un pañal desechable) fue rigurosamente prohibida. En el propio París, tan impermeable al escándalo, el inventor tuvo que contratar para exhibirla a una striptisera profesional, Michele Bernadini, porque ninguna modelo decente le quiso prestar su cuerpo. En el corrupto Hollywood la nadadoraactriz Esther Williams se negó indignada a echarse al agua vistiendo algo tan obsceno. Y aunque la más alta autoridad en asuntos morales de los Estados Unidos, la cadena de tiendas Sears Roebuck, aceptó anunciar el bikini en sus catálogos, sólo lo hizo después de borrar el ombligo de la modelo en la foto.
El ombligo. Así como el secreto explosivo de la bomba atómica está en el quebrantamiento del núcleo de los átomos, el del bikini está en la exhibición de los ombligos. Era la época en que el político republicano y devoto presbiteriano Will H. Hays actuaba como presidente vitalicio de la Motion Pictures Association of America, que reunía a todos los productores y distribuidores de películas de los Estados Unidos. Hays había hecho aprobar el tristemente célebre "código Hays" de autocensura cinematográfica, que entre otras cosas enumeraba la lista negra de lo moralmente inaceptable en la pantalla. En ella figuraba en primerisimo lugar el ombligo femenino, porque Hays creía que ombligo y genitales eran una misma cosa, y en vista de su poder dentro de Partido Republicano nadie se atrevió nunca a sacarlo de su error. El código fue reformado en 1966; pero todavía hoy, como un tardio homenaje a los desvelos de Will H. Hays por la moral presbiteriana, las pantalonetas de los boxeadores cubren púdicamente el ombligo de su propietario. Y es que brazos, piernas, espaldas, incluso nalgas y hasta senos, eran presas conocidas desde hacia décadas: "La falda corta permite ver hasta el lobillo de la mujer..." decían las letras salaces de las operetas de principios de siglo. Pero el ombligo no. El poder de escándalo del bikini, y la garantía de su durabilidad, consistió en que mostraba por fin ese fruto prohibido.
Pero, ya se dijo, la victoria no fue fácil. Para derrotar las fuerzas combinadas del Vaticano, Hollywood, las dictaduras fascistas de España y Portugal y la comunidad científica soviética representada por el escéptico profesor Alexandrov fue necesario que Dios creara a Brigitte Bardot. En el Festival de Cannes de 1956, el impúdico cuerpo dorado de una Brigitte salida apenas de la adolescencia recorrió, como levitando, las playas de la Croisette en medio de un desmayarse de actrices hasta entonces famosas y repentinamente olvidadas, un crepitar de fotógrafos enceguecidos y un silencio reverencial de gendarmes estupefactos. Iba en bikini. En un instante mágico, tras diez años de esfuerzos, el bikini había ganado la guerra. Y se inauguró entonces una era de bonanza para los cirujanos plásticos. Porque no todas las mujeres nacen, triste es decirlo, con un ombligo perfecto, ya sea en su versión vertical, como la de Christie Brinkley, u horizontal, como la de Brigitte Bardot (ver fotos).
En Colombia, donde el bikini llegó con veinte años de retraso, como suelen llegar todas las revoluciones, el problema se planteó también por el lado del ombligo. Cuenta a SEMANA Edna Margarita Rudd, elegida reina de belleza en Cartagena en 1965, último año de batalla antes de que el bikini se impusiera definitivamente en el 66 con la caucana Elsa Garrido: "Yo tuve la suerte de lucir uno de los trajes de baño más escandalosos en el desfile privado. Acababa de llegar del Canadá, donde estudiaba, y me había traído un vestido de baño con una malla en el estómago que permitía ver el ombligo. ¡Era divino! Se podría decir que ya era un dos piezas, pero sin serlo. Fue uno de los más atrevidos. Otros llevaban malla pero en las caderas. De las dieciocho compañeras quizá una o dos también tenían vestidos con malla en el estómago".
No fue sólo en el reinado de Cartagena, en el que las reinas tenían hasta entonces que desfilar en shorts o con cortas falditas sobre el traje de baño, donde el bikini, o el seudobikini con malla protectora, causó escándalo. El año anterior, en el club de Los Lagartos de Bogotá, una joven socia recién llegada de Europa había sido obligada a abandonar la piscina envuelta en toallas y roja de verguenza por exhibirse vestida con tan indecente prenda. Eduardo Lozano Posso, uno de los dueños de la empresa fabricante de vestidos de baño Catalina, dice a SEMANA que "nosotros fuimos excomulgados por la Iglesia por fabricar bikinis" en los años sesenta.
Hay que tener en cuenta que en Colombia el uso del vestido de baño en sitios públicos era todavía bastante reciente, pues se había estrellado siempre contra la oposición resuelta de la jerarquía eclesiástica. Sólo se permitía, en el mar o en los ríos, y con aguas turbias, el chingue, una especie de larga sotana flotante que, mojada, se pegaba lascivamente al cuerpo, dibujándolo. Y sólo entre las clases altas, cuyos valores religiosos habían sido erosionados por los viajes, las mujeres usaban pesados y acartonados vestidos de baño de una pieza, de colores austeros, material grueso y áspero y anchas tirantas de doble costura, rígidas copas en el pecho y muy bajos de pierna, completados por una pequeña falda. La evolución fue lenta. Andrés Báez, fabricante de los vestidos Vesca, cuenta a SEMANA que el cambio fue paulatino: "El vestido entero empezó a sufrir modificaciones como la malla, primero en las caderas, después en el estómago. Luego se abolió la malla y se dejó sólo el hueco con la piel al aire libre. Luego la parte que unía el brassier con el pantalón se fue adelgazando hasta que desapareció, y los vestidos quedaron de dos piezas". Dos piezas todavía bastante grandes. Edna Margarita Rudd, que en 1966 representó a Colombia en el concurso de Miss Universo en Miami, cuenta que "mientras aquí en Colombia lo más pequeño que se había usado tenia cinco dedos de ancho en la cadera, allá las niñas, sobre todo las concursantes europeas, lo llevaban de tres dedos".
Dos años antes, en el 64, el diseñador Rudi Gernreich había inventado el monokini, limitado a la parte de abajo y con tirantas para cubrir los pezones. Pero no tuvo éxito. Tampoco lo tuvo el sexykini diseñado por el propio Reard, el padre del bikini original. A principios de los ochenta estalló en las playas de Río la tanga, que los cariocas llaman "fio dental" (hilo dental), pero que exige condiciones anatómicas difíciles de hallar lejos de Ipanema. De modo que el bikini, a sus cuarenta años de existencia, sigue siendo el rey. Y sólo logra competir con él --quién lo creyera-- el viejo vestido entero (ver a Christie Brinkley en la foto). O a lo mejor, quién sabe, el chingue.--