PSICOLOGÍA

Este año prometo que…

Los propósitos de año nuevo no son tan inofensivos como algunos creen. ¿Por qué muchos se quedan en el tintero? ¿Qué significan esas promesas para la psicología de cada persona? Los expertos dan sus recomendaciones.

8 de enero de 2011

Año nuevo, vida nueva. Esta parece ser la premisa que muchos adoptan los primeros días de enero: "A partir de hoy dejo de fumar" o "llegó el momento de bajar de peso" son apenas dos de las promesas más populares que se hacen la mayoría de las personas al comenzar el año. Otros se fijan metas materiales como comprar una casa nueva o cambiar de carro. Y algunos más les apuestan a metas más subjetivas como mejorar el genio o ser más organizados. Todos estos propósitos tienen un punto en común: le apuntan a cambiarle algo a la vida que llevaban el año pasado.

Sin embargo, también es habitual que muchas de esas metas se queden a mitad de camino o que algunas, incluso, no sean más que simples deseos. La gente, en general, lo toma como una anécdota más en su vida. Pero esos propósitos revelan más de la psicología de las personas de lo que ellas mismas creen.

Los expertos en el tema coinciden en que el principal problema por el que la gente no consigue sus propósitos del nuevo año es la falta de claridad y realismo a la hora de fijarse objetivos. Según Bibiana Cortázar, personal coach de Vigor Empresarial, esto sucede por el furor de final de año que lleva a que se establezcan compromisos sin tener claro cómo alcanzarlos y sin saber si realmente disponen de la energía y los recursos para ello. "El inicio de un nuevo año genera un sentimiento de que el tiempo se va y esto produce cierto afán en algunos que los hace plantearse promesas poco claras o irreales", explica. En el mismo sentido se expresa el psicólogo británico Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire, quien le dijo a The Guardian que las promesas que surgen en el último minuto no tienen una motivación real y las personas no las cumplen porque no significan nada para ellas.

La tradición de fijarse propósitos y no cumplirlos es un fenómeno común en varias partes del mundo. Wiseman entrevistó a 700 personas sobre sus metas de año nuevo y solo el 22 por ciento confesó haberlas alcanzado con éxito, y en una muestra más amplia con 3.000 participantes, apenas el 12 por ciento admitió haber consumado sus objetivos. En Estados Unidos también lo han confirmado con creces: la consultora Marist Poll determinó que la mitad de los norteamericanos hacen promesas; y un estudio dirigido por John Norcross, profesor de Psicología de la Universidad de Scranton, en Pennsylvania, concluyó que solo el l9 por ciento hace realidad sus votos de fin de año.

Wiseman explica que la razón por la que muchos dejan sus promesas a medias es porque escogen un método equivocado para cumplirlas. Según él, la mayoría se basa en la idea de la fuerza de voluntad, inspirada en el auge de libros de autoayuda, y cree que solo con buena energía las cosas se dan por sí solas. Esta reflexión la comparte Diego Castrillón, del Colegio Colombiano de Psicólogos, quien señala que la mayoría de personas piensan más en deseos que en planes concretos para mejorar sus vidas. La diferencia entre estos dos conceptos es que mientras alguien que hace un plan evalúa los recursos con los que cuenta, el tiempo para lograrlo, la metodología y los fines, los que desean solo esperan que sus propósitos se cumplan de la nada.

Este último tipo, según Castrillón, es muy común en Latinoamérica y se da por lo que él llama una "cultura milagrera", en la cual las personas siempre están esperando que fuerzas externas operen en su vida y sean estas las responsables de que sus anhelos se cumplan. "Una paciente me dijo que este año quería comprarse un carro y para eso había puesto una foto del carro en su cuarto y en la oficina en espera de que alguna fuerza divina le hiciera el milagro", cuenta Castrillón.

¿Cuál es la solución? Los expertos recomiendan dejar de lado los propósitos generales y reducirlos a objetivos concretos. En el caso de quienes quieren mejorar su figura, la promesa no debe ser bajar de peso, sino, por ejemplo, establecer una cantidad específica de libras a perder en un tiempo determinado. O, como escribió en The New York Times la nutricionista Lisa R. Young, de la Universidad de Nueva York, quien va a comenzar una dieta es mejor que se centre en mejorar una de las tres comidas diarias y no todas a la vez. El dicho popular de que el que mucho abarca poco aprieta aplica para estos casos.

Por otra parte, quien hace una promesa también debe preguntarse si los planes realmente se ajustan a las necesidades propias o a ajenas. Según Patricia Morales, experta en organización profesional, uno de los errores más comunes es que mucha gente pretende imitar metas que se fijan otros sin evaluar que de pronto estas no son necesarias para su vida o que no se tienen las mismas capacidades, financieras o físicas, para alcanzarlas. "Hay personas que empiezan a estudiar francés solo porque el vecino lo hizo, cuando la prioridad para su trabajo es aprender primero inglés", comenta Morales.

Para Adoree Durayappah, máster en Psicología de la Universidad de Pennsylvania, en Estados Unidos, otro de los retos con este tipo de propósitos es que no basta con cumplirlos, sino que también se debe mantenerlos. La encuesta del profesor Norcross, en Estados Unidos, mostró que solo el 46 por ciento de los participantes mantuvo sus promesas por seis meses. Esa capacidad de mantener los propósitos, explicó Durayappah a SEMANA, implica utilizar la autorregulación, que es la facultad de controlar los pensamientos, sentimientos, impulsos o apetitos. El problema cuando las promesas no se cumplen, dice Waseman, es que esa frustración es perjudicial psicológicamente, porque la persona pierde su sentido de autocontrol. En este caso las metas se convierten en una tortura más que en una motivación, y por eso muchos prefieren no adquirir compromisos. "Es más fácil decir no me comprometo, y así la persona se quita un peso de encima", anota Castrillón.

Por eso los expertos coinciden en que, sin importar cuál sea el propósito, la idea es disfrutar. Y lo mejor es no esperar a que el año se acabe para fijarse metas en la vida.