| Foto: Gabriel Peña

POLÉMICA

Otra manera de morir

Pese a que la semana pasada el Ministerio de Salud reglamentó la eutanasia, esta se practica en Colombia desde hace 17 años.

25 de abril de 2015

La psicóloga Isa Fonnegra de Jaramillo escuchaba atentamente en su consultorio a su paciente, un dinámico emprendedor de 63 años. “Quiero irme”, le dijo a secas. Tenía alzhéimer de rápida evolución y aunque no se encontraba en etapa terminal, ya lidiaba con síntomas como no saber cómo destapar una botella o qué hacer con unas llaves, y otros problemas con su memoria reciente. Quería decidir sobre su muerte antes de perder totalmente sus capacidades mentales. “No quiero vivir ese deterioro, no quiero salir a la calle sin ropa, sin saber dónde estoy, ni que los demás sufran al ver en lo que me he convertido”.

Fonnegra constató que la decisión no fuera un impulso o estuviera provocada por un evento circunstancial, o por un cuadro depresivo ocasionado por ese diagnóstico. En las siguientes sesiones le habló de la opción de enfrentar la muerte natural y trabajaron el duelo anticipado. También habló con sus hijos, quienes se mostraron tristes pero respetuosos de la decisión de su padre. Era una actitud autónoma y libre y ante esto no tuvo otra alternativa que remitirlo a un médico experto en eutanasia.

El paciente buscó un momento que no coincidiera con alguna celebración especial. Se decidió por dos días después de recibir un cheque que les dejaría a sus hijos. Esa mañana ellos llegaron a la hora convenida y se ubicaron alrededor de la cama de su padre. Gustavo Quintana, médico de la Universidad Nacional y uno de los expertos en el tema, fue llamado a practicar la eutanasia.

“Es un momento triste porque es la muerte de un ser querido, pero la familia respeta la voluntad de su pariente y me agradecen la dignidad del procedimiento”, dice este profesional que ha practicado hasta 230 eutanasias en Colombia. Ha visto morir a muchos y ha estado él mismo cerca de la suya, hace un tiempo cuando sufrió un accidente que casi lo deja cuadripléjico. Asegura que es un momento angustioso, tortuoso, en el que hay mucha agonía, una mezcla de dolor físico y espiritual. “Pero nada de eso se vive cuando se practica la eutanasia”. Todo dura menos de diez minutos, aunque él se queda al lado del paciente media hora más para cerciorarse de que ha muerto.

El tema de la eutanasia protagonizó las noticias nacionales la semana pasada luego de que el Ministerio de Salud emitió el decreto que establece las directrices a las EPS para practicarla en el país. La normatividad llega con 17 años de atraso. En 1997, la Corte Constitucional despenalizó esa práctica pues consideró que la vida no era una obligación sino un derecho y los ciudadanos pueden optar libremente por vivir o no. En esa oportunidad se estableció que podrían acceder a ella los pacientes terminales, desahuciados por la medicina, que manifiesten esa intención de morir y que cuenten con un médico certificado para llevar a cabo el procedimiento. También señaló que el Congreso debería encargarse de reglamentar el asunto, pero ante su constante negativa le dio la orden tajante al ministerio. El decreto de la semana pasada determina que para proteger ese derecho, los hospitales deben tener un comité de tres profesionales que revisará la solicitud y se asegurará de que el paciente ha recibido los cuidados paliativos necesarios, todo en un plazo máximo de diez días.

No se había secado la tinta del decreto cuando el procurador, Alejandro Ordóñez, señaló que era una afrenta contra la familia. La Iglesia católica lo consideró un atentado contra el valor sagrado de la vida humana, un bien que solo Dios da y solo Dios quita. Otros consideraron que en un país donde se le arrebata la vida a la gente violentamente o donde muchos aún se mueren por problemas de acceso a la salud, hablar de eutanasia es como “darle un arma a un niño”. Así lo cree Liliana Támara, médica especializada en cuidados paliativos a quien le preocupa si realmente las personas que solicitan la eutanasia toman esa decisión con libertad o presionadas ante la precariedad, la falta de recursos y de apoyo de la familia en las etapas terminales. Además le inquieta que la práctica tenga efectos en los niños, que podrían “crecer con la idea de que la vida se puede terminar en el momento en que la gente lo desee”, señala. Cree que cargar con el peso de la muerte de otra persona es el peor favor que alguien puede pedir. “El deber ser de la medicina no es ponerle fin a la vida, para eso no nos formamos los médicos”.

Pero en otros sectores la decisión fue recibida como “un paso en el camino correcto”, como dijo a SEMANA Juan Mendoza Vega, presidente de la Academia Nacional de Medicina. “Pero quedan pendientes”, agrega. Uno de ellos es ampliar el cubrimiento de los beneficiados, pues no están cobijados otros individuos que también sufren mucho, tal vez no física pero sí mental y espiritualmente, y no están al borde de la muerte como es el caso de los cuadripléjicos. “En los enfermos terminales el tiempo es corto, pero en este caso el sufrimiento y la mala calidad de vida pueden prolongarse por mucho tiempo”, dice Carmenza Ochoa, directora de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente.

Tampoco cobija a quienes están inconscientes y no pueden dar autorización ni han dejado un documento de voluntad anticipada, ni tampoco a los niños, “como si no hubiera enfermos terminales menores de edad”, dice Quintana.

La muerte llega por cuatro causas posibles: suicidio, homicidio, accidente o muerte natural, que incluye la enfermedad. Según Emilio Herrera médico de familia, en Colombia fallecen 200.000 personas al año, el 70 por ciento como consecuencia de enfermedades crónicas y un tercio por cáncer. La mayoría de estos enfermos quiere morir sin dolor, rodeado de sus seres queridos y ojalá en la intimidad de su casa con la ayuda de cuidados paliativos.

Otros, por cuestiones religiosas, optan por el sufrimiento. “Una monja pidió que no se le hiciera nada porque consideraba que así se acercaba más a Dios”, dice Fonnegra. Hay quienes prefieren hacer lo que esté a su alcance para prolongar ese momento. A esto se le llama encarnizamiento médico y a veces sucede a pedido del paciente, pero otras veces se da a sus espaldas. También están los que no quieren sufrir y solicitan eutanasia. Son pacientes que no solo tienen una sentencia de muerte encima, sino que saben que su muerte va a ser difícil, como aquellos que además de cáncer de páncreas tienen una complicación pulmonar.

Morir dignamente, dicen los expertos, es ejercer la voluntad de decidir sobre la forma como se quiere morir, y eso incluye la decisión de no querer vivir más, un derecho que ejercen los suicidas. Los enfermos terminales de hecho son considerados suicidas por la Iglesia, pero para los expertos en muerte digna son casos diferentes. “Estas personas no quieren ejercer su derecho lanzándose de un décimo piso sino con la ayuda de alguien experto, en la intimidad de su hogar”, dice Fonnegra. Por eso se habla de suicidio asistido, pero a Quintana no le encaja la expresión y prefiere decirle culminación voluntaria. Dice que una cosa es un joven que trunca la posibilidad de vivir 40 años más, lo cual debe ser doloroso para la sociedad, especialmente si no tuvo tratamiento adecuado para su depresión, y otra muy distinta que lo haga una persona con un sentencia de muerte a quien solo le queda sufrir antes de morir. “¿Cómo se puede hablar de suicidio cuando quedan dos semanas de vida?”.

Los expertos consultados dicen que las personas que solicitan eutanasia, además del dolor persistente que no se calma con medicamentos, tienen otras dos razones recurrentes para hacerlo: una, no querer vivir sin autonomía, es decir, sin la posibilidad de valerse por su propia cuenta, y dos, por consideración con sus familiares. El tema sigue siendo tabú incluso en países donde ya se ha despenalizado como Holanda, Suiza, Bélgica, Luxemburgo y en algunas ciudades de Estados Unidos. “Los médicos que ayudan a cumplir la voluntad de un paciente siguen sintiéndose cómplices de un crimen”.

Ese no es el caso de Quintana, un exjesuita que asegura que lo que hace es un acto de amor y compasión. “Tenemos ese gesto con nuestros perritos, ¿por qué no con los seres humanos?”. Y aunque le tiene pavor a su propio final, si llegara a una situación de enfermo terminal también optaría por la eutanasia. “No quiero pañales desechables. Quiero morir con la frente en alto. Mi decisión estará marcada por la pérdida de mi dignidad más que por el dolor de mi cáncer”.

Los que quieren eutanasia son una minoría. Quintana calcula que de 200 muertes diarias, apenas dos son por eutanasia. Es posible que el número de casos aumente con la resolución, pues el debate ha ayudado a que la gente sepa que no es ilegal. Todos los expertos consultados están de acuerdo en que en Colombia por temas culturales la gente prefiere no pensar en la muerte, pero la noticia ha puesto a pensar no solo en la necesidad de discutir sobre la eutanasia, sino en la de garantizar que se ofrezcan y se respeten las otras formas de morir.

En Colombia debe haber un equipo interdisciplinario que ayude a los enfermos crónicos a morir dignamente, pero “en la práctica mueren en condiciones poco dignas”, dice Claudia Moreno, psicóloga clínica de la Unidad de Trasplante de Médula de la Clínica Marly. Angelo Volandes, autor del libro The Conversation, dice que es importante que los médicos les expliquen a estos pacientes si desean tener todos los mecanismos para extender la vida, que incluyen intubación, resucitación cardiopulmonar, diálisis, etcétera, o si prefieren morir preservando la dignidad de su cuerpo y solo aliviando el dolor. Cuando reclutó a 50 pacientes con cáncer de cerebro y les mostró cómo se hacían estos procedimientos, “la gran mayoría descartó los mecanismos artificiales para extender la vida”, dijo a SEMANA.

“Vivimos de espaldas a la muerte y no queremos aceptar que esto se acabará algún día”, dice Herrera, y con él coincide Quintana. “Cuando se tiene claro que ese es el final de todos, quiéranlo o no, la vida se valora más minuto a minuto”. Y esa idea también puede ayudar a prever no tanto cómo morir sino cómo vivir esos meses antes del final.

Diez minutos para morir

El paciente escoge la fecha y el lugar, que casi siempre es su residencia y en su cama. Él puede invitar al que quiera pero casi siempre se rodea de sus familiares más cercanos. Se vive un ambiente de mucho afecto y respeto por la determinación. Primero se toma una vena para inyectarle el suero, que es la vía por donde se van a suministrar los medicamentos. Luego se suministra la anestesia, es una dosis alta que lo duerme profundamente como en cualquier procedimiento quirúrgico. A los cuatro minutos se le aplica el medicamento para detener el corazón. Cuando se detiene este órgano deja de enviar sangre al pulmón y en cuestión de dos minutos el oxígeno que circulaba se consume. Todo sucede en cuestión de diez minutos. Yo me quedo al lado del paciente durante media hora más para que no se reanude el proceso vital. La familia presencia el acto con mucha tristeza y en medio del llanto. Me agradecen la dignidad de la eutanasia. Entienden que mi papel es el de cumplir los deseos de su familiar. Como se trata de un acto médico y los medicamentos tienen un costo, yo cobro por el procedimiento pero lo hago de acuerdo con las capacidades de la familia. Porque esta muerte digna la solicitan personas de todos los estratos. Le puedo decir que el 40 por ciento de mi trabajo es sin costo. He visto morir a muchas personas. La mayoría lo hace en medio de la angustia, con mucha agonía. Así muere todo el mundo menos los que solicitan la eutanasia”.

Casos emblemáticos

• Karen Ann Quinlan
En 1975 quedó en estado vegetativo como consecuencia de una mezcla de medicamentos con alcohol que tomó en una fiesta. Aunque fue desconectada del respirador artificial en 1976, solo falleció hasta 1985. Fue uno de los primeros casos en inspirar el debate del derecho a morir dignamente.

• Ramón Sampedro
Español, cuadripléjico desde los 25 años luego de un accidente de natación, luchó durante 29 años por su derecho a morir, sin ningún éxito. Finalmente logró el suicidio asistido con la ayuda de sus amigos en 1988. Nadie pudo ser culpado por falta de evidencia.

• Terri Schiavo
En 1990 sufrió un derrame cerebral que eventualmente la dejó en estado vegetativo. Durante 15 años, su esposo y sus padres sostuvieron una batalla legal en Estados Unidos para decidir si se debía desconectar la alimentación artificial que la mantenía viva. En 2005 la corte federal aceptó desconectarla y murió semanas después.

• Brittany Maynard
En abril de 2014 los médicos le dieron seis meses de vida por un cáncer de cerebro conocido como glioblastoma. Maynard, de 29 años, decidió que lo mejor para ella y su familia era una muerte digna y la planeó para el 1 de noviembre de ese año. Así lo cumplió en el estado de Oregon donde existe legislación para morir con dignidad.