PSICOLOGÍA

¿De qué se arrepiente, de lo que hizo o lo que dejó de hacer?

Con un experimento en Twitter, una periodista británica encontró que la gente se lamenta más por lo que no hizo en el amor, la familia y la educación.

4 de noviembre de 2017

Casi nadie ha vivido sin arrepentimientos, esa sensación desagradable de que la vida sería distinta de haber tomado otro camino. Pero pocos lo admiten, como pudo constatar recientemente la reconocida periodista británica Emma Freud cuando se embarcó en un experimento en Twitter al preguntar en su cuenta ¿cuál es su lamento más grande?

Ella quería buscar inspiración entre sus seguidores sobre qué escribirle a su hijo, quien comenzaba su etapa de universitario en Chicago, para que no tomara decisiones que pudiera lamentar en el futuro. En cuestión de horas, su cuenta se llenó de respuestas. Ella no solo se sorprendió de la cantidad (más de 300 mensajes), sino de la profundidad y honestidad con la que la gente respondió a pesar de tener para ello apenas 140 caracteres.

El ejercicio la llevó a escribir un artículo en el diario The Guardian, en el que destaca que la mayoría se arrepiente de sus propias decisiones. Es decir, nadie lo hace por tener una enfermedad ni por los golpes de la vida como, por ejemplo, perder a un ser querido en un accidente. Los humanos se arrepienten casi siempre por lo que hicieron y por lo que dejaron de hacer, es decir, por sus acciones y por sus omisiones.

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Según el psicólogo clínico Todd Kashdan, director del Instituto de Bienestar de la Universidad de George Mason, las primeras pueden traer más problemas en el corto plazo. Es el caso de quien saca su celular en una calle peligrosa y así atrae a los ladrones para atracarlo. Pero dejar de hacer algo es mucho más grave a largo plazo. “Ese sentimiento lo persigue porque nunca va a saber si tomó la decisión acertada”, dice el experto. ¿Qué hubiera pasado de haber mantenido el contacto con aquella persona con quien sostuvo una intensa conversación durante un vuelo? ¿Qué habría pasado de haber aceptado ese trabajo en París? ¿Cómo habría sido la vida si hubiera estudiado medicina en lugar de arte? Nunca se sabrá.

Vaughan Bell, psicólogo clínico de NHS en Londres, apunta que desde esta perspectiva la acción y la omisión son iguales porque es posible enunciar cada uno de los pesares de manera pasiva o activa. En otras palabras, lamentar haber abandonado la carrera es lo mismo que suspirar por no haber terminado la universidad. Y a pesar de que son prácticamente equivalentes, los lamentos enunciados como acciones resultan más intensos que al pensarlos como omisiones, “aunque estas últimas tienden a ser arrepentimientos más duraderos”, explica Bell.

En su pequeño experimento, Freud encontró en el miedo una de las seis fuentes de mayor lamento, pues en la mayoría de los casos lleva a no tomar una acción. No actuar por miedo a fallar, a ser rechazado, a no tener éxito apareció mucho entre las respuestas. Por ejemplo, alguien escribió: “Me arrepiento de haber tenido miedo a fallar en algo que realmente quería y ante eso haber preferido tener éxito en lo que no me generaba pasión”. Otros escribieron “no seguir mi sueño de trabajar en la radio”, “miedo de salir del clóset”. Alguno afirmó “no decirle a una persona que la amaba. Ahora, 20 años después ya es muy tarde”. Alguien incluso lo dijo simple y directamente: “Lamento preocuparme. De todo. Todo el tiempo”.

Pero la más frecuente fuente de lamentos, por encima del miedo, tiene que ver con no hacer lo correcto al momento de la muerte de un ser querido. “No llamar a mi papá la noche antes de sufrir un ataque fulminante al corazón porque no quería disgustarlo con la noticia de que solo había perdido media libra”, dijo alguien. O “no estar cuando mi mamá murió. Falleció dos horas después de que la dejé en el hospital. Todavía esa sensación me persigue”. Otro escribió “no contestarle el teléfono a mi prima porque estaba cocinando. Al día siguiente se suicidó”. Y una más dijo “no estar con mi mamá hasta el final. Tenía miedo y me fui a la casa con mis hijos. Murió en la noche. Siempre he tenido miedo de que ella tuviera miedo. Lo más difícil no es la decisión, sino lidiar con el ‘qué tal que’ que surge después”.

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También causa mucho pesar haberse callado ante una situación de abuso, maltrato o matoneo a pesar de estar en condiciones de hacerlo. Según Freud, aunque el trauma y el daño vienen de situaciones diferentes, tienen en común el arrepentimiento de no haber hablado a tiempo. Así lo manifestó uno de sus seguidores, quien le tuiteó “no haber tenido el coraje de decir que era una víctima de abuso sexual”. Otro escribió “no hablar antes sobre mi padrastro. Me tomó un tiempo convencerme de que me creerían”. Otro dijo que su más grande pesar era no haber tenido el coraje de decir que su abuelo abusaba de su hermano “para así haberlo protegido”.

Para sorpresa de la autora, no hubo ni una sola referencia al dinero ni a haber trabajado mucho en vez de pasar más tiempo con la familia, como era de esperarse. Y es que en 2012 Bronnie Ware, una enfermera australiana experta en cuidado paliativo, escribió el libro Los cinco lamentos de los moribundos, en el que relata las cosas que más lamentan las personas al borde de la muerte. Una de ellas, quizás la más importante, fue haber querido no trabajar tanto. Freud no encontró ninguna referencia al trabajo, posiblemente porque su muestra no estaba en esa situación límite frente a la muerte, pero sí observó muchas frustraciones con la educación. “No haber estudiado en la universidad. Me dejó en desventaja toda la vida, no viví de acuerdo con mi potencial”, le admitió uno de ellos. Otro se arrepintió de “escuchar a los profesores decirme que era estúpido porque no podía deletrear bien. Luego de dos diplomas me dijeron que era disléxico”.

Otros también se agobian precisamente por preocuparse más de la cuenta. Freud recibió muchos mensajes en los que las personas coincidían en haberse inquietado demasiado por cualquier asunto, especialmente por lo que dicen o piensan los demás, o por las apariencias. La enfermera mencionada lo resumió en el arrepentimiento por “no haber vivido una vida más honesta conmigo misma y menos con lo que los demás esperaban de mí”.

Este punto también está presente en las investigaciones de Karl Pillemer, profesor de desarrollo humano de la Universidad de Cornell y autor del libro 30 lecciones para amar. En su proyecto Legado, en el que participaron 1.200 adultos mayores para reflexionar sobre su vida, la exagerada preocupación salió a relucir en forma preponderante. Y lo más interesante es que esta intranquilidad surge en ausencia de verdaderas preocupaciones, es decir, la gente se inquieta cuando no tiene nada de qué alarmarse. “El mensaje de los viejos en este punto es sencillo y directo: preocuparse es una pérdida de su precioso y limitado tiempo”, dice Pillemer.

En la clasificación de Freud, la última categoría de las preocupaciones fue no tomar cartas en el manejo de problemas de salud mental por el estigma que aún persiste. Según los expertos, muchos de los arrepentimientos que la gente acumula tienen raíces en una mala salud mental, pues muchos viven con estos problemas, pero sin diagnóstico ni tratamiento.

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Algunos se preguntan, al igual que en la frase, para qué llorar sobre la leche derramada. Para autores como Oliver Burkeman no tiene sentido dar cada paso tratando de evitar arrepentirse porque la vida es muy corta. Aconseja más bien seguir el ejemplo del jesuita James Schall, quien en su libro On the Unseriousness of Human Affairs señala que para saborear la vida hay que estar dispuestos a malgastarla.

Un estudio publicado en 2012 en la revista Science observó que en la vejez es mucho mejor para la salud emocional no pensar en lo que hubiera podido ser y no fue. Pero también constató que para los jóvenes arrepentirse tiene gran valor porque los “ayuda a reflexionar sobre los errores y a tomar mejores decisiones en el futuro. Todos aprendemos y crecemos de nuestros arrepentimientos”, dice Kashdan. Precisamente, la periodista Freud señala que luego de leer todos los mensajes, aprendió más en una noche que en sus 55 años de vida. Al final, aconsejó a su hijo solamente no tener miedo y aprender de sus errores, pero también de sus profesores. Además, no dejó de agregarle: “Toma riesgos y llama de vez en cuando a tu mamá”.

Los seis motivos más comunes

1. No estar al momento de la muerte de un ser querido: muchos lamentan no haber estado con sus padres cuando fallecieron.

2. Sentir miedo: el miedo puede paralizar y muchos al reflexionar sobre sus vidas sienten que ese sentimiento ha influenciado sus decisiones.

3. Preocuparse de más: los viejos, según estudios científicos, lamentan haberse preocupado en exceso, y Emma Freud lo corroboró en su experimento.

4. No hablar a tiempo: presenciar una situación negativa y no denunciarla para prevenir el daño a personas causa arrepentimiento.

5. No estudiar: las decisiones frente a la educación pasan cuenta de cobro tarde o temprano.

6. Tener una enfermedad mental y no tratarla: la gente no se trata por miedo al estigma la depresión y la ansiedad.