calidad de vida

Felicidad sobre todo

La dicha ya no es monopolio de místicos y poetas. Ahora son los economistas quienes quieren medir el bienestar de la gente más allá del dinero.

12 de agosto de 2006

¿Quién es más? feliz: una persona que gana menos de lo que debería pero cuyo salario es mejor que el del promedio de sus amigos, o un individuo que gana bien pero cuyo ingreso está muy por debajo del de sus vecinos? La ciencia dice que es más feliz el que gana menos. Ahora esta: ¿qué afecta más a una persona: recibir sorpresivamente 100.000 pesos o que le roben esa misma cantidad? Respuesta: si alguien pierde 100.000 pesos su humor empeora dos veces más que lo que mejoraría si los ganara. Pero quizás el verdadero reto, que trasnocha a muchos economistas, es esta pregunta: ¿por qué en las sociedades desarrolladas, que han aumentado su riqueza en más del doble durante los últimos 50 años, las personas no son más felices? Porque hacer feliz a la gente no es tarea fácil.

Los economistas creían lo contrario. Pensaban que era suficiente con aumentar el ingreso de las personas para que estuvieran mejor. Por eso se enfocaban en estimular el Producto Interno Bruto per cápita, que mide el ingreso promedio por habitante en un determinado país. Pero en 1974 el economista Richard Easterlin publicó lo que hoy se conoce como la paradoja Easterlin, que fue suficiente para entristecer las caritas felices de los economistas. El experto comprobó que tener un mejor ingreso sí es sinónimo de mayor felicidad, pero esa relación desaparece cuando la gente alcanza un nivel de ingresos entre 35 millones y 45 millones de pesos anuales. Esta paradoja se ha replicado en múltiples estudios. El resultado es el mismo: a pesar de que los ingresos se han duplicado y el nivel de vida ha mejorado, las personas hoy no son más felices que hace medio siglo.

Desde entonces, estos y muchos otros interrogantes rondan en las cabezas de cientos de economistas del mundo, conscientes de que el PIB per cápita, que durante años ha medido el éxito de un país, no es suficiente para indicar el nivel de felicidad de sus habitantes. La preocupación ha abierto una nueva disciplina, 'la economía de la felicidad', y estos expertos, de la mano de los sicólogos, investigan cómo medir de la mejor manera la felicidad de las naciones.

Bután es uno de los países más avanzados en este terreno desde cuando su rey ordenó que se incluyera un nuevo índice dentro de las cifras macroeconómicas: el de la Felicidad Interna Bruta, que en ese país es más importante que el PIB. Muchos quieren seguir la senda de este pequeño reino. Medir la felicidad sería "una herramienta con mucho potencial para guiar a los gobiernos en la promulgación de políticas sociales", le dijo a SEMANA Sam Thompson, sicólogo de New Economics Foundation (Nef), un think tank que realiza el Índice del planeta feliz. Por ejemplo, ayudaría a invertir más en programas de salud mental teniendo en cuenta que las investigaciones señalan estas enfermedades como las que mayor infelicidad le traen a la gente.

Una cosa está clara y es que la felicidad no es sólo riqueza. Los expertos señalan que para procurar el bienestar colectivo se debe tener en cuenta el tiempo libre, la desigualdad, la calidad del medio ambiente. El economista Richard Layard, autor del libro Felicidad: lecciones de una nueva ciencia, señala siete grandes variables. La primera es la genética. Los científicos creen que los seres humanos vienen con un coeficiente de felicidad preestablecido. No importa qué eventos gratos o tristes le depare la vida, la gente vuelve a ese punto.

También está el dinero, por supuesto. Pero tiene un mayor impacto en la felicidad cuando se incrementa entre la población que vive alrededor de la línea de pobreza. Cuando se llega a un nivel de bienestar material, el dinero no produce mucho más goce. Esto sucede porque sentirse satisfecho con los ingresos depende en gran medida de la comparación, "de lo que ganan nuestros colegas con lo que ganamos nosotros, dice Layard.Si a ellos les suben el sueldo más que a nosotros, nos sienta fatal". En un experimento que realizó la Universidad de Harvard se les pidió a los estudiantes escoger entre dos opciones: ganar 50.000 dólares al año en un ambiente en el que el promedio era 25.000, o recibir 100.000 en un grupo donde el ingreso medio era 200.000. La mayoría prefirió recibir la mitad de la plata pero ser más rico que sus vecinos. "La única situación en la que estamos dispuestos a aceptar un recorte es cuando a los demás les pasa lo mismo", dice Layard. Además, la gente no reacciona de manera racional todas las veces. Por ejemplo, si llega a un concierto y se da cuenta que perdió su boleta, que valía 20.000 pesos, ¿compraría otra nueva en la taquilla? La mayoría responde que no. Ahora bien. Si la persona va al concierto con 40.000 pesos en la billetera y le roban 20.000, ¿al llegar compraría el tiquete? La mayoría responde que sí. "Las dos circunstancias son idénticas -vas al concierto y pierdes 40.000 pesos-. Pero la gente siente que gasta más dinero si reemplaza algo que ya tenía, mientras que en el segundo caso es como si estuviera comprando algo nuevo", explica Thompson.

La familia también es un factor importante, así como el trabajo, los amigos, la salud, la libertad personal y los valores. "El reto -dice Thompson- es encontrar la manera de medir estos otros aspectos diferentes al dinero y ver cómo se relacionan".

La manera más fácil de medir la felicidad es preguntarle a la gente qué tan feliz se siente en una escala de 1 a 10. Pero hay quienes piensan que esta medición no es interesante, pues no dice por qué son felices, ni qué hacen en su tiempo libre, ni cuáles son sus valores o sus aspiraciones. Para solucionar este problema, Nef diseñó el Índice de Eficiencia de felicidad, que se calcula de acuerdo con la expectativa de vida y con otra variable llamada huella ecológica (ecological footprint). Esta última representa la cantidad de recursos naturales que cada país consume por persona. Si el área total productiva de la Tierra se divide entre el total de sus habitantes, se obtiene la cifra de 1,8 hectáreas por persona. Cuando un país tiene una huella ecológica mayor a ese número está usando más de lo que le corresponde del planeta. Para ellos, lo importante es que "la felicidad en últimas depende de si usamos los recursos del planeta cuidadosamente".

A Colombia le va bien en este índice. Aunque no diga exactamente que este país es el más feliz del planeta, explica Thompson, indica que su expectativa de vida es buena, hay educación y salud y que consumen menos por persona que, por ejemplo, los gringos. En el más reciente estudio sobre este tema, que realizó la Universidad de Liecester, Dinamarca aparece como el más feliz, y Colombia, en el puesto 34. Aunque utiliza la misma información de satisfacción en la vida que se produce para el reporte de Nef, no tiene en cuenta la variable de la huella ecológica. Para Thompson, lo interesante es que la diferencia entre la felicidad de Dinamarca y la de Colombia es tan pequeña, que estadísticamente no existe. "Es triste porque la persona promedio en Dinamarca usa cinco veces más recursos naturales que una en Colombia", agrega Thompson. Y explica que si todos vivieran como lo hacen en el Reino Unido o en los países escandinavos, se requerirían tres planetas Tierra. Si lo hicieran al estilo gringo, se necesitarían cinco.

Lo curioso es que muchos de los países en desarrollo tratan de emular los esquemas de desarrollo de los países del Primer Mundo. El peligro, según Thompson, es que para estos últimos resulta muy difícil hacer recortes en su estilo de vida, mientras que los demás están a tiempo para buscar otras alternativas de progreso.

Para Layard, la conclusión es que hay que tomarse la felicidad en serio. Es decir, los gobiernos deberían supervisar el desarrollo de la felicidad más allá de los índices puramente económicos. La academia debería investigar más sobre el bienestar y ofrecer cursos a sus estudiantes, como lo hace la Universidad de Harvard, cuya cátedra de felicidad es uno de los cursos más populares. Y, finalmente, rescatar un concepto de bien común, pues "si la única meta es alcanzar lo mejor para sí mismo, la vida se vuelve demasiado agotadora, demasiado solitaria". Sin duda, como dice Pambelé, es mejor ser rico que pobre. Pero no a cualquier precio.