La falta de confianza se refleja en el lenguaje verbal y no verbal y es más importante para ascender que las competencias profesionales. | Foto: Foto: INGIMAGE

GÉNERO

La brecha de confianza

Un libro reciente señala que la razón por la cual las mujeres no ocupan cargos directivos hoy es que tienen poca seguridad en sus competencias laborales.

26 de abril de 2014

Las mujeres modernas viven una paradoja: si bien reciben más diplomas universitarios que los hombres, representan casi la mitad de la fuerza laboral y se desempeñan con éxito en sus cargos, ellos se quedan con los puestos altos y los mejores sueldos. Algunos argumentan que esto se debe a que las mujeres deben asumir el cuidado de los hijos. Otros dicen que hay barreras estructurales que les impiden ascender en la escalera corporativa. Pero la semana pasada, un libro escrito por dos periodistas estadounidenses puso en el tapete otra posible razón: les falta confianza en ellas mismas.

Claire Shipman, corresponsal de la cadena ABC, y Katty Kay, presentadora del programa de la cadena BBC World News America, llegaron a esa hipótesis luego de entrevistar a muchas mujeres exitosas con apariencia de damas de hierro que, como ellas, dudan con frecuencia de sus capacidades. “Piensan que han tenido suerte o sienten que no merecen el ascenso que tuvieron”, dice Kay. Una de ellas –quién lo creyera–, Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, confesó que aún teme que en las reuniones la tomen desprevenida con una pregunta, por lo que siempre se prepara más de la cuenta. “Es una situación desgastante”, les dijo.

Esta hipótesis fue el punto de partida de una investigación que las llevó a hablar con neurocientíficos, psicólogos y expertos en género, con lo cual pudieron concluir que, infortunadamente, estaban en lo cierto. Las mujeres no confían en sus capacidades profesionales tanto como los hombres en las suyas. Esa diferencia hace que ellas detengan su impulso en el ámbito laboral y se estacionen en mandos medios mientras ellos corren a ocupar las sillas directivas. Esa es la tesis de su libro The Confidence Code.

Los estudios que la apoya son impactantes: uno muestra cómo las mujeres tienden a calificar su desempeño en exámenes más negativamente que los hombres, cuando el puntaje real de ambos es similar. En otro, hecho por Hewlett Packard, quedó claro que las mujeres solo aspiran a llenar vacantes cuando cumplen el 100 por ciento de los requisitos para el cargo, mientras que los hombres se le miden a la oportunidad con apenas el 60 por ciento. Otro trabajo, hecho por Marilyn Davidson, profesora de la Escuela de Negocios de Manchester, Inglaterra, muestra que rutinariamente las mujeres piden el 20 por ciento menos de sueldo que los hombres. “Encontramos muchos ejemplos de esta gran brecha de confianza que separa los dos sexos”, dicen las periodistas.

Shipman y Kay aclaran que no hay que confundir confianza con autoestima, que abarca la idea de valía personal. La confianza, en cambio, es una cualidad enigmática y poco explorada mediante la cual un individuo logra convertir un pensamiento en acción. “Aunque también se necesitan voluntad y coraje para actuar, el rasgo clave es la confianza en sí mismo porque es la que da la certeza de ser capaz”, dicen. La falta de confianza, por lo tanto, lleva a la duda y a la inacción. “Y cuando las mujeres dudamos, nos detenemos”.

Las periodistas encontraron que la autoconfianza es importante en el éxito, incluso más que la competencia, como demostró un trabajo de Cameron Anderson, psicólogo de la Facultad de Negocios de la Universidad de California en Berkeley. El estudio, hecho con 242 estudiantes, pretendía que estos marcaran eventos y personajes históricos dentro de los cuales estaban algunos falsos como Galileo Lovano o el Último Viaje de Murphy. Señalar estos eventos ficticios como reales equivale a un exceso de confianza, pues sugiere que esa persona cree tener más información de la que realmente conoce.

Pero lo interesante sucedió al final del curso, cuando Anderson hizo un sondeo para saber quién era el estudiante más prominente. Los más reconocidos por sus pares fueron aquellos que tuvieron más niveles de confianza en ellos mismos y no los más competentes. “Cuando las personas confían en sus habilidades lo demuestran tanto en su lenguaje verbal como en el no verbal. Si son buenos o malos es irrelevante”, les dijo Anderson a las autoras.

Lamentablemente no todos vienen equipados con esa capacidad. Según la ciencia, una persona nace con un nivel de confianza predeterminado. Y aunque los cerebros de hombres y mujeres son prácticamente iguales, ciertas estructuras y químicos hacen que cada uno tenga patrones de pensamiento y comportamiento que podrían afectar la autoconfianza.

Por ejemplo, la amígdala cerebral en las mujeres se activa más fácilmente con el estímulo negativo, lo que podría explicar la tendencia de ellas a rumiar durante días y semanas cualquier problema. La corteza cingular, un área relacionada con la capacidad de reconocer errores y peligros, es más grande en las mujeres, lo cual les da una capacidad para estar al acecho, algo muy ventajoso para sobrevivir entre cavernícolas pero de doble filo en el ambiente laboral moderno. El estrógeno también influye en la disparidad, pues dicha hormona genera en la mujer la capacidad de sostener lazos afectivos y evitar el conflicto, en tanto que la testosterona les da a los hombres más impulso para tomar riesgos.

Lo anterior no significa que los hombres no tengan sus dudas de cuando en cuando. La diferencia radica en que, posiblemente, por ese cableado cerebral diferente, ellos no se detienen a autoanalizarse sino que actúan sin cavilar. En ese sentido la autoconfianza masculina es natural y no impostada, pues, como afirmó Ernesto Reuben, profesor de la Universidad de Columbia, no están tratando de engañar a nadie. “Es un exceso de confianza honesto”, dice el experto.

Aunque la confianza es genética entre el 30 y el 50 por ciento, la educación ayuda a reforzarla o a disminuirla. Según los hallazgos de las autoras, las niñas por naturaleza son disciplinadas y buenas y por ese comportamiento reciben un premio, lo que hace que desde muy temprano se apropien de ese comportamiento. Pero eso no las favorece en el mundo corporativo, donde reinan los hombres que han sido entrenados desde pequeños para competir y levantarse luego de fracasar, un aprendizaje que luego les sirve en la vida. “Muchos psicólogos creen ahora que tomar riesgos y cometer errores es crucial para construir autoconfianza”, revelan las periodistas. Tal vez por esa falta de entrenamiento cuando ellas fracasan atribuyen el error a sus cualidades y se dicen a sí mismas: “No soy buena para matemáticas”. Ante esa misma situación, ellos les echan la culpa a otras variables como “no estaba preparado”.

Por fortuna hay mucho por hacer. El cerebro es maleable y se puede construir confianza en el camino. No se trata de impostarla sino de llegar a este estado naturalmente, como hacen los hombres. En ese sentido tener confianza es una decisión.

Pero el trabajo no debe recaer solo en ellas, sino también en un proceso de transformación cultural en la sociedad, si quiere ser más equitativa con las mujeres en el campo laboral.