entretenimiento

La era del "Homo reality"

Mezcla de 'talk show', video clip, melodrama y noticiero, los 'realities' se consolidaron este año como un rentable (y cuestionable) producto televisivo. Imposible detenerlos, dice el crítico Ómar Rincón.

12 de febrero de 2006

El reality es un formato de televisión que todos aprendimos a ver, un negocio que amplía las posibilidades industriales del medio, una estrategia del entretenimiento para crear famosos de la nada, un campo de experimentación de las peores perversiones humanas. Según el evangelio reality, tener sexo en público ya no motiva, meter toda clase de drogas aburre, jugar la carrera de los espermatozoides es un chiste. Para todo alcanza en el cielo de la farsa, hasta para que Higuita desfigurado y el Tino pistolero, se conviertan en héroes morales de esta nación. Su horizonte es infinito, pues toda perversión es bienvenida. A pesar de las voces molestas de la moral pública encarnadas por educadores, sacerdotes e ilustrados; señoras y señores, el reality llegó para quedarse para siempre, su próximo límite: experimentar la muerte en vivo y en directo (¡Bueno, ya lo hizo con el 9-11-USA!). ¡Todo vale! Los realities son un formato exitoso en cuanto logran combinar múltiples formas de hacer televisión: concurso, talk show, melodrama, video-clip, noticiero. Son concursos que permiten vivir de manera directa la lucha por sobrevivir en el mundo de la ficción televisiva: unos por ser actores, otros por aprender de negocios, unos más por intentar el canto, muchos más por exponer su persona a múltiples vejaciones, y los más por exhibir las peores obsesiones de esta sociedad donde todo es individuo, todo es para vender, todo para consumir entretenidamente. Los realities son talk show o programas de conversación en los cuales cada sujeto puede exponer sus miedos, sus estrategias de seducción; ser como cada uno es y pensar que Dios ayuda, son los valores que se venden. Estar en pantalla es la obsesión, confesarse en público es el libreto. Los realities son melodrama, historias en las cuales el amor-sexo lo es todo, situaciones en las que el exceso moral y la exageración personal son vistas como cualidades a premiar. Son pura telenovela infeliz. Y son video-clip, relato en el cual el vértigo visual y la emoción moral impiden pensar. En realidad, como en la vida, nada pasa, todo es edición, una manipulación dramática que disimula la ausencia de significado. Los realities son (también) noticiero, se informa sobre "la vida en directo", somos testigos de la realidad -que se vuelve espectáculo televisivo, fraude de experiencia-. No importa que no pase nada, se ve en directo, y esa la estrategia de seducción. ¡La televisión se hizo para vender! El reality es un negocio: Todo el programa es una vitrina comercial, todo lo que pasa en la pantalla es para la venta. La televisión con los realities ha perdido la vergüenza y asumió su real ser: a los canales sólo les interesa hacer dinero. ¿Cómo? No importa. Al final, da lo mismo vender jabones que ilusiones. La televisión, por fin, reconoce que el negocio consiste en empaquetarnos como audiencia-masa para poder vendernos a los anunciantes; rating mata cabeza, los contenidos no importan. Lo perverso es que los televidentes respondemos bastante bien a ese llamado hacia el vacío entretenido, caemos como moscas en esa seducción del no sentido, nos emocionamos con ese creernos el ojo que todo lo ve y nada siente. Los realities nos hacen creer que somos inteligentes y parte del espectáculo. Es una mentira creer que uno como televidente tiene algún grado de participación en la trama de ficción televisiva. ¡El experimento moral! Los realities demuestran que los hombres y las mujeres de hoy morimos por salir en televisión (el altar-pantalla). Todo es válido: consumir drogas, tener sexo, odiar al prójimo, robar, mentir, embarazar rápido. Lo importante es que genere polémica, despierte el morbo y la estupidez humana. Los realities están dispuestos a llevar al extremo nuestros prejuicios, nuestras percepciones de la realidad, nuestra capacidad de decir ¡imposible! La virginidad televisiva se ha perdido para siempre, la pantalla acepta cualquier idea que prometa ganancias rápidas y efectivas. Con el reality, la televisión llegó a ser lo que siempre dijeron que era: una prostituta, todos quieren usarla, todos quieren gozarla, pero nadie se quiere hacerse responsable de ella; y todo por dinero. El reality es el supermercado de las peores perversiones sociales y los escándalos privados. Tal vez se deba a que nos aburrimos de la vida pública, mientras nos encantamos con el individuo. Y es que el gran descubrimiento de nuestro tiempo es la infinita capacidad del ser humano para ser cretino. ¡Nunca antes habíamos sido tan estúpidos! Todo puede ser. Los seres humanos experimentamos nuestras peores perversiones para ser objeto de visibilidad pública. Hoy no es necesario pensar, ni siquiera sentir; el único requisito para existir es estar en vivo y en directo, perdernos a nosotros mismos en la pantalla para encontrar la efímera fama. Este formato pone a prueba la creatividad televisiva en la medida en que parte de la tesis de que todo es posible de ser realizado: concursos de competencia, experimentos sobre las obsesiones de esta sociedad, vivencias perversas de la individualidad, celebración del dios del consumo, religión del mercado. Hay que inventarse múltiples y variadas formas para estar en vivo y en directo, para ser entretenidos; no importa si perdemos nuestra humanidad. ¡Esta es nuestra religión: salir en televisión, promover el consumo!? ¿Hasta dónde? Bienvenidos al nuevo ser humano: ¡El homo reality! Aquel ser que no sólo quiere ser famoso por 15 minutos, sino que está dispuesto a perder su humanidad con tal de tener la adulación histérica de un público cada vez mas leve. De los realities nada quedará para la memoria (y cultura es todo lo que queda antes del olvido). En el mundo reality, todo es posible, nada sorprende. Su promesa: la celebración del escándalo como estrategia de la fama. Los realities serán analizados por los antropólogos del futuro como el diván de las perversiones que habitaba la sociedad del consumo del siglo XXI. Su realidad presente: Todos devenimos "actores de reality". Su próximo límite: Vivir la muerte en vivo y en directo.