LA ERA DEL BETAMAX

Aseguran que hay 50.000 aparatos en Bogotá para proyectar magnetoscopios en gran número importados ilegalmente.

14 de junio de 1982

Fue un amor a primera vista. En 1975, solo tres años después de la producción del primer magnetoscopio comercial. el endiablado aparato se había instalado ya cómodamente en los hogares de centenares de colombianos.
Dicen que llegó con las "bonanzas". Y por eso, de recién llegado, tuvo una connotación no muy dichosa: era símbolo de una supuesta clase emergente y de fortunas derivadas de actividades "non santas" (esmeraldas, marihuana, cocaína y otras yerbas).
Hoy ha ganado "estatus" y su posesión se asocia tan sólo con el mayor o menor ingreso de sus posibles compradores. Por su precio, los magnetoscopios -Betamax- son un implemento elitista.
Los magnetoscopios o videocassettes han ido generando una subcultura dentro de la cultura de la televisión. Subcultura ligada en Colombia al nombre de Betamax (o sencillamente "betamás"). El Betamax, en realidad, es una marca de fábrica, correspondiente a uno de los productos del sistema Beta patentado por la compañía japonesa Sony. El ser el primero en llegar condujo a la metonimia: en nuestro uso cotidiano Betamax equivale al sistema de reproducción y de proyección de cintas fonópticas compatibles con una pantalla de video.
Quizá en ningún otro país como en Colombia fue tan presurosa la aceptación del nuevo invento. Muchos afirmaron que la razón de ello estribaba en que la programación de la TV en el país no era ni variada ni abundante y el betamás constituía un buen sustituto. Sin embargo, en países como Estados Unidos y la mayoría de los europeos, de cuya TV no se puede decir lo mismo que de la colombiana, el número de usuarios ha crecido rápidamente en los últimos años. Para no mencionar a Japón que sigue siendo el país con más "betamasistas". Otras razones habrá (la facilidad de grabación de programas atractivos, la comodidad en su reproducción, las facilidades de manejo), pero lo cierto es que el sistema gano rápidamente un buen número de adeptos. Ya en 1976 Bogotá contaba con un establecimiento dedicado al alquíler de cintas. Se llamaba "Betamaru" y su propietario era el señor Eduardo Martínez. Hoy en día la capital cuenta con más de 100 establecimientos de este tipo, repartidos por toda la ciudad (en la sola calle 100 hay más de una docena).
En tales establecimientos se consiguen desde viejas series de TV (exitosas en su momento) como "Raíces", hasta una ecléctica variedad de películas "hollywoodenses"; desde los más grandes éxitos de taquilla hasta producciones de pornografía "blanda", estas últimas con un precio un poco superior.
La proliferación del aparato ha generado serios problemas. En los Estados Unidos ya se están planteando querellas jurídicas sobre la legalidad de copiar la programación de la TV. En la mayoría de los casos las cintas alquiladas en los almacenes son cintas "piratiadas", es decir, cintas copiadas ilegalmente, ya sea de programas originales para TV, o de películas de estreno (con la complicidad en este caso del proyeccionista de las mismas).
Hace unos años la exhibición de la película "Tiburón" en los teatros de Barranquilla produjo ingresos anormalmente bajos; la película ya se había divulgado ampliamente en la ciudad a través del betamás.
En Colombia, sin embargo, no existe aún ninguna norma que impida grabar cualquier programa transmitido por Inravisión, con el fin de mirarlo privadamente en fechas posteriores. Pero grabarlo para alquiler o para venta, obviamente viola las normas universales sobre propiedad intelectual. Hasta ahora, los establecimientos dedicados al alquiler de cintas se han cuidado de hacerlo con programas producidos en el país. Aunque la verdad es que no existen muchos programas que inviten a hacerlo.
La única producción colombiana que ha sido comercializada legalmente es la serie sobre Bolívar producida por el escritor cartagenero Eduardo Lemaitre (se obtiene, mediante los servicios de una tarjeta de crédito, a un precio bastante elevado). Pero si las cintas constituyen un amplio mercado negro, ¿qué decir de las máquinas? También aquí el fenómeno es abrumador. Igual a lo que sucede con los televisores (especialmente los de color), una gran proporción de los "betamases" introducidos al país lo son de contrabando. San Andrés y los "sanandresitos" son los sitios usados para adquirir la TV en color y su "betamás" complementario. Los precios de los aparatos allí adquiridos son casi la mitad de los importados legalmente.
Resulta muy difícil hacer ún cálculo de número de aparatos existentes en el país. Las sumas suministradas por los establecimientos que alquilan películas (únicos con alguna posibilidad de realizar un censo) fluctúan entre los 30 mil y los 50 mil para la ciudad de Bogotá. Cifras semejantes se dan (exageradamente dadas las proporciones) para ciudades como Medellín y Barranquilla. En países como España, según una reciente información del diario El País, se están importando legalmente más de 90.000 magnetoscopios domésticos por año. La fiebre del "betamás", no obstante, es una fiebre que al igual que las producidas en su momento por la calculadora, la grabadora o el equipo estereofónico, tiende a quedarse en las sábanas. Pero en este caso se trata de un fenómeno que no tiene que ver exclusivamente con el ocaso de la novelería.
Sucede que no se pueden emplear satisfactoriamente sus posibilidades: los niños se aburren de ver una y otra vez los mismos programas; los adultos, por cinéfilos que sean, vacilan antes de ver por quinta vez "Casablanca" o "El Padrino". Y dada la escasa oferta de cintas para alquilar y la inexistencia de cintas para comprar, el magnetoscopio corre la suerte de la mayoría de los equipos sofisticados en los países de menos desarrollo: permanecen subutilizados.
Es posible que las condiciones cambien un tanto próximamente, pero creemos que sólo de manera temporal. Ello sucedera cuando el campeonato mundial de fútbol justifique la existencia del aparato y el hincha de salón pueda ver cuántas veces quiera sus jugadores favoritos y los mejores partidos de su equipo. Perspectiva deleitosa para el hincha, por supuesto.