La casa de visitantes Yewae, que funciona desde hace un año, ha atraído el mayor número de turistas en la historia de Amacayacu.

Ecoturismo

La joya del Amazonas

En medio de la selva colombiana está el parque Amacayacu, un santuario de la megadiversidad y un valioso proyecto de turismo sostenible.

19 de agosto de 2006

El lugar: par-que nacional natural Amacayacu, en la Amazonia colombiana. La hora: 4 de la mañana. La actividad: dosel. Tras una caminata a oscuras entre la maraña se llega a una ceiba centenaria, un árbol de 300 años de edad que se levanta majestuoso en medio de la selva. El objetivo es escalarlo, bien por unas escaleras, bien 'yumariando', como dicen los guías nativos. Es decir, ascendiendo por una soga, a modo de gusano, sostenido por un arnés e impulsándose con agarraderas para las manos y los pies. Con un buen estado físico se llega a la copa, a más de 30 metros del piso, en 15 minutos. La recompensa: contemplar el amanecer sobre el mar verde y espeso de la manigua.

El dosel es la parte del bosque donde se encuentran las copas de los árboles y en el que habitan especies que nunca bajan a tierra. Desde la plataforma que se ubica en lo más alto de la ceiba se aprecian los tucanes que se posan en las ramas, o los loros y las guacamayas que pasan volando junto a la plataforma, mientras cientos de mariposas de todos los colores revolotean alrededor de flores de muchos pétalos. Para rematar la actividad, hay que caminar a través de un puente colgante de 60 metros de largo que se mece como una barca, para luego descender al aire libre en rapel.

El dosel es apenas uno de los tantos planes para hacer en Amacayacu, un santuario de la megadiversidad a una hora y media desde Leticia por el Amazonas. En sus 293.500 hectáreas alberga cerca de 500 especies de aves y otras tantas de peces, 152 de mamíferos, 12 de primates y diversas especies de serpientes y reptiles. Hace un año funciona allí el centro de visitantes Yewae ('Madre de las aguas' en lengua ticuna) que fue otorgado en concesión -y en medio de una fuerte polémica- a las empresas Aviatur, Decamerón y Cielos abiertos. Desde entonces, el volumen de visitantes ha aumentado de 3.547 en 2004 a 5.600 en 2005, y en lo que va corrido de 2006 ya se cuentan 3.044. "El punto es cómo atraer más visitantes, respetando la capacidad de carga del parque", afirma Jaime Celis, jefe del mismo.

En ese tiempo las seis comunidades indígenas que lo habitan han recuperado más de 20 senderos ecológicos para recorrer en compañía de los guías nativos, quienes enseñan, mientras narran leyendas de la selva, a escuchar sus sonidos, a interpretar los cantos de las aves y el mundo de los insectos y a entender las utilidades artesanales y medicinales de las plantas. Para los turistas más avezados se programa una noche en el bosque, a cuatro horas del centro de visitantes, durmiendo en hamaca, marcando el territorio como los cazadores y tomando un desayuno indígena entre los árboles.

También se puede visitar la isla de Mocagua, una de las 10 más grandes del Amazonas colombiano, que alberga un ecosistema único en el que conviven reptiles como el caimán negro, aves como el piuri (en vía de extinción), peces como el pirarucú (el más grande de agua dulce) y, por supuesto, la flor reina del Amazonas -y el loto más grande del mundo-: la victoria regia. También es posible acercarse a las culturas ticuna, cocama y yagua, antiquísimos nativos de la región, en visitas a las comunidades que viven en el territorio del parque. Y si se quiere un acercamiento íntimo y silencioso con la naturaleza, lo mejor será una velada en canoa por la quebrada Matamatá, que bordea el parque por el oriente, y que en la noche se llena del croar de las ranas, el chirriar de los grillos y el canto de los pájaros noctámbulos.

Para quienes prefieren un plan más tranquilo, siempre será una opción quedarse en las instalaciones de Yewae y contemplar el atardecer en el mirador que da al río. Hacia las 6:30 de la tarde, observarán que un grupo de monos se pasea por las ramas de los árboles justo encima de sus cabezas. O, mejor aun, podrán pasar la noche en la casa flotante, una plataforma de dos pisos con todas las comodidades de Yewae, sólo que en mitad del río.

Quizás uno de los mayores placeres de este viaje es la comida. Tortas de frutas como el copoazú, jugos de arazá o borojó, postres de huito o ensaladas de carambolo acompañan pescados como el bocachico o el pirarucú cocidos en hojas de plátano, o aderezados con salsas de pomarroso, carambolo o arazá.

Para Celis, la concesión ha sido buena desde muchos puntos de vista. "Nosotros no somos expertos en atender turistas, y antes de la concesión nuestras verdaderas funciones, como conservar y educar, no eran llevadas a cabo como queríamos porque estábamos tendiendo camas y preparando almuerzos". Pero más que a los mismos turistas o funcionarios del parque, ha traído beneficios para sus comunidades indígenas. "El objetivo es que los recursos no se queden concentrados en quienes prestan los servicios, sino en toda la comunidad involucrada. Esa es la idea del turismo sostenible", afirma Rafael Varela, de Decamerón. Todos los guías e intérpretes son nativos de la región, lo que ha consolidado un proceso de educación ambiental dentro de las comunidades. Los artesanos indígenas venden sus productos a muy buenos precios y los 'curacas', o jefes de las comunidades, se reúnen continuamente para concertar las decisiones políticas y administrativas junto con los funcionarios de Parques Nacionales. Y todas las frutas, las verduras y los pescados que se consumen en Yewae se les compran a los indígenas.

El experimento lleva apenas un año en funcionamiento, pero promete mucho para el futuro. Aunque queda el peligro de que los precios restrinjan la entrada de muchas personas, Amacayacu es un valioso ejemplo de ecoturismo sostenible. O, en palabras de Celis: "El ecoturismo no es encenderles velas a los palos y a los micos, sino saber usarlos para poder conservarlos".