LA MANZANA SIGLOS DESPUES

Pasada la revolución sexual de los 60 hoy la humanidad se debate entre el derecho al placer y el derecho a decir "no"

20 de septiembre de 1982

Siempre se había creído que era algo primario y simple: un cierto rubor en la cara, el roce tímido de las manos, la huída hacia un anhelado objeto de deseo... cosas sencillas que se pueden resumir en cuatro letras: AMOR.
Pues no. Hay que escuchar a los sexólogos, psiquiatras, consultores matrimoniales y demás especialistas en el tema para concluir que el amor es asunto complicado, difícil de asir y al que sólo se puede hincar el diente desgajándole en "aspectos". Aspectos psicosociales, transculturales, filosóficos y hasta antropológicos.
Lo que nadie sabe muy bien es si después de tantas horas de erudición y de tanto darle vueltas al tema, se está más cerca de conocer lo que es el amor, o más bien todo lo contrario.
Los españoles, que durante la era de Franco perdieron, entre otros derechos democráticos el de vivir su sexualidad en paz, están tratando de reponerse rápidamente de tantos años perdidos, y de sacarse de encima la montaña de prejuicios acumulados.
Lo cual no les va a quedar fácil, pues van a tener que empezar por modificar la letra de su Himno Nacional, que aunque parezca mentira, aún proclama airadamente la "guerra al mundo, al demonio, a la carne. ¡Guerra, guerra contra Lucifer!"
QUIZAS, QUIZAS
Algunos pasos concretos están dando los académicos españoles, para lograr que el análisis científico acompañe al desbocado "destape" en las costumbres y en el arte que desde hace unos siete años se vive en ese país. Uno de esos pasos ha sido el ciclo de conferencias sobre Amor y Sexo dictado hace un par de semanas en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo en el cual los especialistas llegaron a algunas conclusiones interesantes.
En esa "cumbre del sexo", se partió de la apreciación de que las relaciones personales y sexuales de la pareja durante el período franquista se habían visto fatalmente recortadas por una serie de estrictos códigos que las ordenaban y tipificaban. Lo más nefasto del tipo de relación permitida era la falta de comunicación de la pareja, la imposibilidad de que dos seres humanos se mostraran sinceramente el uno al otro, porque había que seguir unos ritos que lo prohibían.
No sólo en la Madre Patria, sino también en el resto del mundo hispanoparlante, las relaciones convencionales y socialmente aceptadas hace 20 años tenían mucho de bolero, empezando por el "Quizás, quizás", que colocaba al borde de la desesperación más pura a los impetuosos pretendientes, y que encontraba en México su correlato en el "A todos dices que si, pero no les dices cuándo...".
En contraposición, hoy en día parece que el "quizás, quizás" ha sido reemplazado por el sí a secas, lo cual se debe a que las mujeres han comenzado a abandonar el papel pasivo que les asignaban las pautas amorosas tradicionales. En vez de la dudosa fórmula consabida de mantener encendida la pasión del novio mediante la ambiguedad y la evasión a sus propuestas, ahora las mujeres prefieren el "sí o no como Cristo nos enseñó", y en todo caso dar ellas el paso adelante que concrete la relación que les interesa y la baje a tierra.
SINDROME DEL PETIRROJO
Este paso al frente femenino parece ser una contestación al "síndrome del petirrojo", original animalito que valora tanto la pasividad de su pareja que intenta copular con hembras muertas.
El cambio hacia la actitud activa por parte de la mujer se traduce notoriamente en la crisis de la fidelidad conyugal. Los norteamericanos, tan amantes de las estadísticas, han llegado a tabular las cifras de las relaciones extramatrimoniales, con resultados sorprendentes.
Según el viejo y controvertido informe Kinsey, el 26% de las esposas norteamericanas han tenido relaciones extramatrimoniales, y cifras más recientes muestran que este porcentaje se está acercando rápidamente al 50% de maridos que confiesan haber echado alguna cana al aire.
Según otro estudio más reciente, el de Bell, el 15% de mujeres de 3 a 13 años de casadas, y que se autocalificaban de "felices afectivamente" y de ideas conservadoras, manifestaban haber tenido relaciones extramatrimoniales, mientras que entre las que contaban con mínimas cuotas de felicidad matrimonial y se definían como liberales, las tasas se disparaban hasta el 81%.
A partir de la revolución sexual de los años 60, se dio un enérgico rechazo de las mujeres frente a su propia pasividad en la cama. Si el hombre, como el petirrojo, se puede contentar con una mujer sin iniciativas en este terreno, a la mujer, por el contrario, esta actitud no le reporta ninguna ventaja.
La Fernanda del Carpio de "Cien Años de Soledad" -supuesta representación gráfica de las bogotanas- es el mejor retrato de pasividad sexual femenina, y su indumentaria para la noche de bodas es todo un símbolo: un pudoroso camisón de tela gruesa cerrado del cuello hasta los pies, salvo un pequeño hojal estratégicamente colocado.
Tal actitud suprime de plano una posibilidad que la mujer contemporánea no parece dispuesta a desperdiciar: el derecho al placer, a obtener de la actividad sexual no sólo hijos, sino también goce.
EL DERECHO AL PLACER
La pelea que ha dado la humanidad por rescatar el placer ha sido larga. El primero que se animó a darla fue el griego Epicuro, quien construyó su "Moral" partiendo del reconocimiento de las necesidades naturales del hombre y el intento de dar satisfacción a estas. Aunque los placeres que este griego reclamaba -consideraba que el más sublime era la paz del alma- seguramente resultarían demasiado espirituales para los actuales adictos a la revolución sexual, hay que reconocerle de todos modos el mérito de haber sido el precursor.
Durante el nazismo, el alemán Wilhelm Reich fundó un centro para la investigacion y la información sexual, el Sexpol, que llegó a tener 50.000 adherentes entre hombres y mujeres. En un manifiesto que sacaron y que se hizo mundialmente famoso tras proclamar el derecho al placer, planteaban otras cuestiones que en su momento fueron piedra de escándalo y que hoy en día son moneda corriente: hablaron de una sexualidad sana, y sin sentimientos de culpa; de las ventajas de no casarse sin conocer sexualmente a la pareja; de no mantener un matrimonio fastidioso por escrúpulo moral.
Reich pagó cara su audacia. Hitler lo obligó a salir de Alemania, en los Estados Unidos el macartismo lo persiguió y lo encarceló, y lo que es más paradójico, el partido comunista, al cual pertenecía, lo expulsó por el mismo motivo: sus ideas sobre la nueva sexualidad.
Curiosamente, si bien un creciente número de mujeres parece dispuesto a pasarla bien en la cama, a muchos hombres este aspecto de la liberación femenina no les entusiasma en absoluto.
En el mencionado congreso español de sexología, se estudiaron encuestas en las que se pedía a personas de ambos sexos que señalaran las características más deseables en el sexo opuesto. La mayoría de los varones coincidieron en señalar la boca, los senos o las piernas de las mujeres como los principales desencadenantes de la atracción erótica. Esto no es de extrañarse si se tiene en cuenta que el fetichismo sexual puede llevar a extremos tales como el del novelista francés Flaubert, a quien enloquecían de pasión los zapatos femeninos. Lo que sí llama la atención es que muchas de las encuestas respondidas por hombres señalaban, como un elemento antierótico y que les restaba estímulo, el que la mujer diera el primer paso en materia de seducción, o se mostrara exigente en el lecho.

¡NO!
Isabel Escudero, coordinadora del congreso de sexología, introdujo la discusión sobre el eterno dilema: "se habla mucho de sexo, pero poco de amor". Aún en la multiplicidad de definiciones sobre el amor, todos los autores parecen coincidir en la imbricación íntima entre amor y sexo. Este es, además, el arquetipo de los grandes mitos amorosos de la literatura universal, en los que siempre las grandes motivaciones fisiológicas producidas por una persona del sexo opuesto van acompañadas de ardorosos sentimientos hacia ella.
A pesar de esto, los especialistas españoles se mostraron escépticos sobre el particular, y señalaron una cierta decadencia en el grado de romanticismo de las parejas actuales.
Según el doctor Kepht, en el desarrollo de la relación el romanticismo disminuye en las mujeres y aumenta en los hombres. Para este autor, la razón está en que el matrimonio es, por motivos culturales y económicos, un asunto de mayor trascendencia en la vida de una mujer, y eso la lleva a sustituir sus impulsos románticos por otros más pragmáticos a medida que se acerca la edad matrimonial. Así por ejemplo, el novio ideal para muchas mujeres debía ser protector, tierno, apasionado, mientras que las características del marido ideal eran, en primer lugar el éxito, seguido del liderazgo y de la capacidad económica.
Sin embargo, en una sociedad más materialista como es la de los Estados Unidos hay encuestas que parecen indicar lo contrario. El famoso "Informe Hite", por ejemplo, reseña varias reacciones adversas por parte de las mujeres ante algunas secuelas laterales de la revolución sexual de los años 60.
Muchas se quejan de que, si bien ganaron el derecho al placer, perdieron el derecho a decir "no". Una de ellas se pronunció así: "La táctica que más aborrezco es que me digan, 'No quieres acostarte conmigo porque eres una reprimida'. Esa es la que más se emplea en la revolución sexual para amedrentar a las mujeres".
Al contrario de lo que temen los españoles, las cifras del "Informe Hite" indican que, aunque es creciente el número de mujeres que aceptan y practican el sexo sin matrimonio, es bajo el número de las que encuentran positivo el sexo sin amor, ternura o algún tipo de sentimiento. Según declaraciones de esas mismas mujeres, los hombres, en cambio, siguen manejando la dualidad milenaria que les ha permitido siempre deslindar sexo y amor, y más aún, que muchas veces los lleva a no poder amar a la mujer que desean, y viceversa.
Los sexólogos y especialistas del congreso español, de la Alemania de Hitler y de la América de McCarthy, devanándose los sesos, han producido estadísticas, sembrado dudas, fomentado polémicas sobre ese escurridizo tema que es el del sexo y el amor. Sin embargo, toda su erudición no les ha permitido descubrir nada sustancialmente distinto a lo que en mejores épocas Adán y Eva descubrieron por puro instinto.