REDES SOCIALES

La política 2.0

En las elecciones pasadas, gracias a las redes sociales, los jóvenes accedieron a la política y los viejos conocieron Internet.

Juanita León*
27 de junio de 2010

Desde que Barack Obama llegó a la Presi-dencia de Estados Unidos impulsado por las redes sociales, los candidatos colombianos tomaron nota y arrancaron la campaña montando una página web, abriendo sus perfiles en Facebook e interactuando con sus seguidores y detractores en Twitter. Algunos, incluso, crearon un grupo en Ning. Pero lo hacían un poco a modo de ‘tarea’ (en efecto, era la tarea del practicante).

Pero la penetración de Internet en Colombia, aunque crece día a día, sigue estando alrededor del 35 por ciento, y la mayoría de los que interactuaban con los candidatos al final eran siempre los mismos: jóvenes que, al final, ni siquiera era seguro que salieran a votar. Por eso, poco a poco los candidatos abandonaron Twitter, y la goma por Facebook dio paso a las giras por las regiones y los encuentros cara a cara con los líderes de barrio, congresistas y concejales. La política que siempre ha dado resultados.

Todo esto, hasta que Antanas Mockus ganó la consulta interna de su partido y se creció la ola verde.

La ola verde nació y creció en las redes sociales y jamás habría sido posible si no fuera por ese nuevo medio de comunicación, que se ha convertido en la principal fuente de información para las nuevas generaciones.

Según lo reportó lasillavacia.com, para finales de marzo Mockus ya tenía más de 100.000 fans en Facebook y de manera espontánea habían surgido 141 grupos a favor suyo con casi 200.000 miembros y más de 6.000 seguidores en Twitter. Estos números se multiplicaron por tres en el mes que precedió las votaciones de la primera vuelta. En ese momento, Juan Manuel Santos ni siquiera había abierto una cuenta en Twitter, tenía menos de 20.000 fans en Facebook y había 45 grupos con su nombre, pero en contra, con un total de 68.825 miembros (las redes sociales no funcionan bajo la lógica de un control centralizado).

Mockus tuvo éxito en la red casi por las mismas razones por las cuales fracasó en la televisión: porque no piensa de manera lineal sino que ofrece links a otros temas que tienen que ver pero que abren más que cerrar las ideas; porque es interactivo; porque no establece fronteras entre lo público y lo privado; porque usa imágenes y símbolos, porque es transparente y porque más que ofrecer soluciones desde arriba estimula la acción colectiva. Es decir, porque él piensa como Internet. Pero sobre todo, Mockus tuvo éxito porque, como Obama, es una celebridad, alguien que no es como los otros, que es original, y en la red solo triunfa el que logra llamar la atención por su excepcionalidad.

Después de que los resultados de la primera vuelta fueron muy inferiores a los proyectados por las encuestas, un frustrado usuario de Internet escribió en La Silla Vacía: “El seguidor de Mockus seguro era un EMO que se quedó chateando en su casa y no salió a votar”.

Es difícil saber si el usuario tiene razón o no. Yo creo que no. Yo creo que todos los fans de Mockus en Facebook salieron a votar. Y que convencieron a por lo menos otros dos de hacerlo. Que sin su fuerza en las redes sociales, los medios de comunicación lo habrían ignorado como hicieron hasta pocos días antes de la consulta verde, cuando si retrataban a los ex alcaldes lo hacían en el contexto de ‘los tres chiflados’.

El poder de las redes sociales radica precisamente en que son imposibles de controlar, y en esa medida, los candidatos pueden tener acceso a sus futuros votantes de manera directa sin la intermediación de los periodistas y de los dueños de los medios. También permite contar con todo el contexto y no solo con la frase de un minuto. Por ejemplo, si bien toda la gente que solo se entera por televisión quedó convencida de que Mockus había dicho que extraditaría a Uribe, los cibernautas que rebotaron el link miles de veces pudieron escuchar la entrevista completa y darse cuenta de que lo que había dicho Mockus es que solo lo haría si la Constitución se lo exigiera, pero que él prefería no tener que hacerlo nunca porque no tenía pendencias con el Presidente.

La de Mockus fue la primera campaña open-source. Es decir, fue hecha por la gente a partir de un ‘código’ compartido, que era la visión de Mockus a favor de un país que respetara la ley. A través de las redes sociales, sus seguidores se organizaron no solo para compartir información sobre él, sino para organizar flash-mobs, ir de puerta en puerta en los barrios convenciendo ciudadanos de votar por él, discutir sus ideas, consolarse en la derrota y luego revisar formularios E-14 de los jurados para convencerse de que no había habido fraude. Sus seguidores se tomaron la campaña en sus manos y por un momento soñaron con desbancar al candidato de Uribe y del establecimiento. Y quizás fue un sueño, pero fue poderoso.

La campaña de Santos comprendió un poco tarde, pero aún a tiempo, el poder político de las redes sociales. Y contrató a Ravi Singh, uno de los gurús en Internet, que con un equipo de 80 personas trató de contrarrestar la ola verde en Internet. Con una estrategia centralizada y sofisticada, lograron ampliar sus bases de datos y generar contenidos de calidad como el juego de Supersantos, para llegarles a audiencias específicas de votantes. Pero, paralelamente, desde la Universidad Cooperativa del cuestionado César Pérez, aliado de Santos, arrancó una operación de usuarios ‘fantasma’ cuya única misión era comentar en todas las redes sociales para introducir rumores falsos sobre Mockus.

En la campaña de Obama, el bando de los Clinton intentó con cierto éxito la misma estrategia. Pero Obama, que estaba más preparado que Mockus, reaccionó inmediatamente con su campaña Fight the Smears, con lo cual sus fans cibernéticos tuvieron otra razón para votar por él.
La campaña de 2010 será recordada por muchas cosas. Pero para los jóvenes menores de 30 años fue su despertar a la política 2.0. Y Santos podría ser el último candidato de los medios tradicionales de comunicación.
 
*Directora de lasillavacía.com