autoayuda

La unión hace la fuerza

El encuentro de padres que perdieron a sus hijos ha resultado ser una de las terapias más efectivas para sobrellevar esa pena. La fundación Lazos cumple10 años en esa misión.

22 de noviembre de 2005

La muerte de un hijo es más difícil de aceptar porque va en contra de una de las leyes naturales de la vida: que los hijos entierren a sus padres. Para sobrellevar esta pena se requiere de mucho espacio y tiempo para que las heridas puedan sanar. Eso es lo que busca Lazos, un grupo de autoasistencia establecido hace 10 años para dar apoyo afectivo y orientación a padres que han perdido un hijo. La fundación fue idea de la sicóloga Isa Fonnegra de Jaramillo. El duelo de un hijo pone a prueba la relación de pareja. Más del 60 por ciento de los casados que viven este drama terminan separados. Aun los matrimonios que resisten este golpe tienen dificultades a diario porque coincidir en el dolor y la alegría en esas circunstancias es difícil. Lazos se encuentra en siete ciudades de Colombia. Cada capítulo recibe 20 personas que se reúnen dos veces al mes durante un año. La terapia consiste en darse apoyo a través de las historias propias. "Todo dolor compartido es dolor diluido", dice uno de los principios de la fundación. Poner en palabras esa experiencia ayuda a entender la dimensión de la pena y le hace ver al otro que no es el único que la está viviendo. "Uno cree que nadie entiende su dolor hasta que llega aquí", dice Alejandra di Colloredo, una de las madres de Lazos. Esa es su gran fortaleza: abrirles a los padres un espacio para desahogarse sin miedo al efecto que tendrán sus palabras. "Yo pensaba que estaba loca porque creía que iba a volver, dice Alejandra. Aquí me di cuenta de que otros sentían lo mismo". Otra de las ventajas es que sin necesidad de sicólogos ni de pagar por ingresar se logra que los padres reciban asesoría para vivir sin ese ser querido. En Colombia no existe cultura del duelo y esto se refleja en el poco espacio y tiempo que la sociedad les da a sus ciudadanos para llorar a sus muertos. "Queremos que mañana el otro ya esté bien, que perdone antes de elaborar el duelo", dice Isa Fonnegra. Los consejos que reciben no son los más indicados. Muchos les dicen que sean valientes. Pero en estos casos llorar es más sano que ser fuertes. O les aconsejan seguir adelante y no mirar atrás. Otra equivocación, pues un duelo no busca olvidar sino recordar a ese ser querido, ya sea con una sonrisa o con una lágrima. En esos momentos la familia es como un edificio sin cimientos: uno quiere apoyarse en el otro, pero esa persona tampoco tiene soporte. "Uno de mis hijos me dijo: 'yo puedo lidiar con la muerte de mi hermana, pero no puedo verte destrozada'. Entonces yo trataba de mostrarme fuerte", dice otra de las madres asistentes. Para muchos ni siquiera la religión ayuda. Algunos se enfrentan a Dios por no haber protegido a su hijo. Otros sienten que los mensajes de algunos sacerdotes los hacen sentir más culpables que aliviados, al decirles que "todo pasó porque nos alejamos del Señor". Para otros, en cambio, la fe ha sido indispensable, no importa de cuál credo se trate. Fe en ellos mismos, en el futuro, en que sus hijos están bien en cualquier lugar donde se encuentren o en que algún día se volverán a encontrar. Un duelo bien elaborado puede ser una oportunidad para crecer. Llegan con culpa, rabia y tristeza. Todo esto se va elaborando hasta que aprenden a buscarle un nuevo sentido a la vida ayudando a otros a atravesar ese mismo trayecto. Con el tiempo logran disfrutar la vida sin sentir que se olvidaron de ese ser querido. Para Alejandra, las opciones eran muy claras: esconder de su vista las cosas que le fascinaban a su hijo porque a ella le causaban mucho dolor; o recordarlo bien, con amor, y a través de un símbolo que lo identificara. Ella optó por lo segundo y por eso lleva en el baúl de su carro una cometa, el juguete preferido de su hijo. Nada mejor para honrarlo que disfrutar de la vida como su niño seguramente lo habría hecho.