La Primera Guerra Mundial dejó 9 millones de muertos pero en comparación con las matanzas de la edad de piedra, su impacto en la población fue mucho menor. | Foto: Foto: A.F.P.

HISTORIA

Para qué sirven las guerras

Un experto de la Universidad de Stanford dice que, paradójicamente, los conflictos armados han convertido el mundo en un lugar más pacífico y próspero.

25 de mayo de 2014

En julio el mundo conmemorará un siglo del estallido de la Primera Guerra Mundial, uno de los conflictos bélicos más sangrientos de la historia de la humanidad que en solo cuatro años dejó un saldo de 9 millones de muertos. Al tiempo con los preparativos para recordar la fecha, Ian Morris, un profesor de la Universidad de Stanford, lanza el libro War! What is it good for? en el que propone una tesis provocativa, por decir lo menos: si bien las guerras son una absurda pérdida de vidas, han hecho que los seres humanos vivan hoy en un mundo más pacífico.

El primer asombrado con esa conclusión fue el mismo Morris, quien luego de hacer una investigación exhaustiva para su anterior libro Why the West Rules, se dio cuenta de que, a pesar de las apariencias, el mundo se ha convertido en un lugar mucho más seguro. Su tesis va en la misma línea propuesta en 2011 por el psicólogo Steven Pinker en el libro Better Angels of our Nature, en el que argumenta que este es el momento menos violento de la historia. La diferencia entre ambos catedráticos radica en las razones para argumentar por qué el mundo se ha pacificado. Mientras Pinker cree que la ilustración ha llevado a los individuos a alejarse del conflicto, Morris establece que lo han hecho las situaciones bélicas. Es la más grande paradoja de la historia. “La guerra es un asesinato en masa pero ha tenido un efecto secundario positivo: a largo plazo ha vuelto el mundo más seguro”.

Para sustentar su tesis, el historiador y arqueólogo echa mano de casi todas las ciencias, desde la historia hasta la biología evolutiva, y establece que gracias a los conflictos armados se ha logrado crear sociedades más organizadas en donde los riesgos de morir a manos de otro ser humano son reducidos. Morris las llama guerras productivas porque los ejércitos triunfantes incorporaron a los perdedores en sociedades más grandes y establecieron un gobierno fuerte para controlar la violencia interna. Era más fácil gobernar y cobrar impuestos a ciudadanos pacíficos que a individuos desbocados e impetuosos. Esos gobiernos centralizados, parecidos a los que Thomas Hobbes llamó Leviathan, opresivos y controladores, trajeron la paz.

Según los cálculos de Morris, en la época de las cavernas las matanzas eran en pequeña escala pues las comunidades no eran muy numerosas, pero sucedían y, de hecho, los esqueletos cavernícolas invariablemente muestran señales de trauma. A partir de estos registros se ha podido establecer que uno de cada cinco personas en aquella época terminaba sus días en forma violenta. Como se trataba de grupos pequeños, esas muertes tuvieron un impacto grande: entre el 10 y el 20 por ciento de la población moría a manos de otro ser humano.

Las dos guerras mundiales, las hambrunas y los genocidios del siglo XX dejaron entre 100 y 200 millones de muertos, una cifra mucho más grande que la de las épocas prehistóricas. Pero el impacto de ese número en la población general fue mínimo si se tiene en cuenta toda la gente que vivió en ese siglo, que según Morris, fue aproximadamente de 10.000 millones. Así las cosas, el porcentaje de muertes violentas en el siglo XX representó apenas el 1 por ciento de la población, lo que significa que esa tasa ha disminuido 90 por ciento en 10.000 años. “Si usted tuvo la suerte de nacer en el siglo XX, contó en promedio con diez veces menos probabilidades de morir violentamente que en la edad de piedra”, dice Morris.

Pero las guerras no solo han logrado que la gente viva más, sino que también han traído riqueza. Hace 10.000 años, cuando la población mundial no pasaba de 6 millones, un individuo solo vivía en promedio 30 años, mientras que hoy la expectativa de vida global se encuentra en 73 años. Así mismo, el ingreso promedio por persona hace miles de años equivaldría a dos dólares de hoy cuando el promedio de ingreso global actual es de 25 dólares diarios. Esto sucede porque la paz abona el terreno para el crecimiento económico y mejora las condiciones de vida.

Esto no quiere decir que una guerra como la colombiana se vea en 20 años como un mal necesario. Morris afirma que no todas las confrontaciones armadas han contribuido a forjar mejores sociedades. Los conflictos civiles, en particular, van en contra de la tendencia que quiere demostrar en su libro, pues fragmentan los grupos sociales grandes y crean núcleos más pequeños y violentos. En contadas excepciones, las guerras civiles han sido positivas, como la de secesión en Estados Unidos, que produjo una sociedad más integrada, rica y segura. Pero aún si se dejan a un lado las excepciones y las variaciones, la tendencia que prueba su teoría se mantiene. “A pesar de los Maos, Hitlers y Stalins, las guerras crearon Estados y los Estados crearon la paz”, subrayó el autor a esta revista.

Y aunque se trata de la manera más cruel de llegar a la convivencia armónica, Morris observa que, desafortunadamente, el ser humano no ha logrado otra solución mejor para resolver las disputas. “Si los conflictos hubiesen sido resueltos con negociación en lugar de fuerza, la humanidad habría tenido el privilegio de vivir en sociedades grandes sin tener que pagar ese alto costo en vidas. Pero eso no sucedió”. La evidencia muestra que la gente difícilmente da su libertad a menos que sea forzada a hacerlo. Los humanos evolucionaron para usar la violencia con el fin de solucionar disputas y “no podemos quitarnos ese rasgo de encima solo con desearlo”, afirma.

Aun el caso ejemplar de integración sin armas como el de la Unión Europea, dice Morris, no nació de simples buenas intenciones sino como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. “Europa occidental se unió dentro de un sistema político y económico global dominado por Estados Unidos. De esta forma, los europeos confiaron el uso de la fuerza contra sus rivales a esta superpotencia para que ellos no tuvieran que volver a ir a la guerra”.

Como era de esperarse su libro ha causado curiosidad pero también críticas. Por un lado muchos han puesto un manto de duda sobre las estadísticas que maneja de la edad de piedra. Otros le contestan que los Estados no solo progresan por las guerras sino por la innovación tecnológica y las oportunidades económicas. Y está, por último, una cuestión moral pues algunos sienten que las afirmaciones sobre las consecuencias positivas inintencionadas de la guerra podrían encontrar eco en quienes apoyan la fuerza como forma de resolver los conflictos. Pero Morris en ningún momento las justifica. Incluso se refiere a ellas con adjetivos como ‘infernales’ y ‘brutales’ y dice que su tesis es incómoda pues quién puede afirmar que miles de años de matanzas han dejado consecuencias positivas. “Lo dice una persona que se asombró con los resultados de su propia investigación”.

La buena noticia es que ese efecto pacificador ha sido tan evidente, que, según Morris, la guerra está saliendo de circulación y en el futuro, contrario a lo que muchos piensan, va a haber menos muertes porque “nos hemos vuelto muy buenos en el tema”. Antes los combatientes bombardeaban ciudades enteras para crear terror, pero hoy se consigue el mismo efecto con los drones, y a pesar de las equivocaciones, mueren muchas menos personas. Es cierto que un mundo donde muchos países cuentan con arsenal nuclear es más complicado de manejar que durante la Guerra Fría, pero con la ayuda del policía global, papel que ejerce hoy Estados Unidos, se podrá mantener el orden. En el futuro los humanos se unirán con las máquinas y será posible pasar el contenido de las mentes a internet. Cuando esto suceda, la guerra ya no será necesaria “porque todos seremos parte de una sola entidad”. Parece ciencia ficción, pero Morris afirma que ya está sucediendo.