Resolver conflictos implica reunirse para restaurar la relación, no para buscar culpables. Esa es una de las lecciones de las tribus. | Foto: .

SOCIOLOGÍA

Lo que deberíamos aprender de las tribus milenarias

Algunas prácticas son superiores y otras, aunque parezcan anticuadas, son beneficiosas. Un nuevo libro sugiere lo que se debería aprender de ellos.

5 de abril de 2013

¿Qué puede aprender un ciudadano de París, Nueva York, Sídney, o incluso Bogotá, de culturas tradicionales como los nómadas de Nueva Guinea? Poco, pensará la mayoría. Sería más lógico proponer qué pueden aprender ellos del ciudadano moderno. Después de todo, en el concepto de modernidad viene implícita la idea de desarrollo, y sería un retroceso tomar como ejemplo a sociedades sin Estado, analfabetas y en donde aún predominan costumbres abominables como el infanticidio.


Sin embargo, para Jared Diamond, un reconocido geógrafo de la Universidad de Los Ángeles (UCLA) y ganador del premio Pulitzer por su libro Guns, Germs and Steel, hay mucho que los ciudadanos del primer mundo, y todos aquellos que quieren emularlos, podrían aprender de dichas culturas que funcionan hoy como hace miles de años. 

Este es el tema de The World until Yesterday, en el cual este profesor contesta la pregunta que sirve de subtítulo de la obra: ¿qué pueden aprender los países ricos de las sociedades tradicionales? Diamond basa su trabajo en por lo menos 36 tribus de zonas distantes como el desierto africano, la selva del Amazonas, las planicies de Estados Unidos y, especialmente las montañas de Nueva Guinea, donde ha trabajado más de 30 años. 

El autor miró cómo resuelven dilemas sobre la crianza, el cuidado de los viejos, la actitud frente al peligro, el lenguaje, la dieta y la resolución de conflictos. Aunque reconoce que el progreso científico y tecnológico ha aportado muchas ventajas a la especie humana, su idea es rescatar en estos grupos costumbres milenarias y valiosas que están a punto de perderse en un mundo cada vez más globalizado. 

Según el autor, casi todo el conocimiento científico de la psicología humana está basado en individuos de la misma sociedad: occidentales, educados, industrializados, ricos y provenientes de sistemas democráticos. Pero lo cierto es que hay otras comunidades que han resuelto muchos de los dilemas sociales de manera diferente. “Algunas de los prácticas de crianza de estas comunidades me parecieron superiores a las del primer mundo”, dice el experto.

En esta materia, por ejemplo, destaca que en esas sociedades es usual atender pronto el llanto de los niños y pasearlos no en coche sino cargados verticalmente en bolsas estilo canguro. Ello les ayuda a estar en contacto piel a piel con su madre o cuidador y además le permite al niño tener la misma visión del adulto. Esto explicaría por qué los infantes tienen un rápido desarrollo neuromotor. 

Que los niños duerman solos también es una costumbre relativamente reciente pues “virtualmente durante la historia de la humanidad han dormido con la madre”, dice, y ellos son quienes imponen el horario de amamantar según sus necesidades. 

En muchas comunidades la crianza no es solo responsabilidad de los padres, como sucede en Occidente. Los hermanos, abuelos y tíos cumplen un papel crucial que se refleja en una mejor nutrición y en un desarrollo precoz. Sus niños juegan con amigos de otras edades y desde muy temprano pueden tomar sus propias decisiones, aunque sean peligrosas, pues la experiencia los hace más independientes. 

En el extremo opuesto de la vida, Diamond anota que algunas comunidades de nómadas dejan morir a sus ancianos porque representan una carga. Aunque se trata de un acto atroz, el autor sugiere que en el primer mundo los ancianos no son mejor tratados pues allí, retirados e improductivos, comienzan a ser mirados como una carga pensional para los gobiernos a medida que la pirámide poblacional se invierte. Basta recordar las palabras recientes del ministro de Finanzas de Japón, quien dijo que “los viejos deben apresurarse a morir”. 

En otras sociedades tribales los viejos son necesarios para conseguir alimento o cuidar a los niños. De esta forma, no tienen una fecha de expiración laboral como en Occidente. Además, como muchas de estas culturas son analfabetas, los viejos son los mejores testigos de la historia. “Se estima que un 20 por ciento de los kung llegan a la edad de 60 años y es admirado por haber sobrevivido a leones, accidentes, enfermedades y guerras propias de la forma como vive esta tribu”. 

Aunque la expectativa de vida de estas sociedades es menor que en el primer mundo debido a un mayor índice de violencia, infecciones y accidentes, estas sociedades no conocen de diabetes, infartos, cánceres, ni de otras enfermedades no transmisibles que son la mayor causa de muerte en los países ricos. Es evidente que la dieta de la sociedad moderna es más rica en calorías. Lo anterior, unido al sedentarismo, ha sido nefasto para el ser humano.

Hablar varias lenguas como sucede en muchas de estas culturas, donde un individuo habla hasta 20 dialectos, es bueno debido a que esto representa más oportunidades para hacer negocios, tener acceso a recursos e, incluso, conseguir esposa. Pero tal vez lo más importante del bilingüismo es que protege del alzheimer. Según estudios científicos estos enfermos se deterioran mucho menos cuando han dominado más de una idioma.

El manejo del riesgo de las culturas tradicionales sería de gran ayuda en Occidente. En las sociedades industrializadas la idea de peligro se enfoca en explosiones nucleares y colisiones de meteoritos y no en los riesgos mundanos como bañarse a diario. La posibilidad de caerse en la ducha es una en mil para una persona de 75 años como Diamond, quien espera vivir hasta los 90. 
“Pero si lo hace todos los días el riesgo se acumulará y antes de llegar a esa edad ya se habrá caído cinco veces”, dice.

Los indígenas en Nueva Guinea son muy conscientes de esos peligros y Diamond llama “paranoia constructiva” a esta actitud vigilante, pues está basada en hechos posibles. Los nómadas de ese país nunca acampan en el bosque debido a que los árboles muertos pueden derrumbarse en cualquier momento. Debido a que los servicios de salud no son tan especializados, en estas tribus los individuos son ultracautelosos para dar cada paso. “En Occidente nos arreglan un hueso roto, pero en Nueva Guinea si algo le pasa a su pie es posible que quede cojo de por vida”, explica. 

Las sociedades modernas tienen menos muertos por guerras que las tradicionales. Pero en el manejo de disputas diarias como un accidente ellos tienen alternativas para compensar y restablecer la relación. En un caso de un individuo que accidentalmente mató al hijo de otro, no hay litigio sino una serie de encuentros cara a cara entre los afectados. Realizan ceremonias para compensar el daño con dinero, pero también para resarcir el daño emocional. 

La idea del sistema judicial moderno, por el contrario, es encontrar a un culpable y hacer justicia. En una situación similar a la del accidente no habría una solución pacífica y las víctimas sentirían odio toda su vida “porque encontrar al culpable no cierra la herida”, dice Diamond. El ejemplo más claro de que la Justicia occidental solo piensa en el culpable es el de Roman Polanski, culpado de violar a una menor.

Pese a que años más tarde ella lo perdonó, el estado de California no, pues “solo le importa la lección, pero no los sentimientos de los involucrados”, dice. Por eso sugiere que la sociedad moderna invierta más dinero en mediadores y en Justicia restaurativa.

En general, los individuos de las sociedades tradicionales se conocen unos a otros, no necesitan muchas cosas materiales para ser felices y no sufren de soledad porque tienen vínculos estrechos con los demás. “No se distraen con celulares y conversan siempre cara a cara”. 

El mensaje no es mirar románticamente a estos grupos pues también tienen prácticas inhumanas, como estrangular a las viudas o matar a los niños y a los viejos. Lo interesante, según la experiencia de este profesor, es que hay alternativas ancestrales para resolver los temas sociales y que no siempre las sociedades modernas, por desarrolladas que sean, tienen la última palabra.