VIOLENCIA ESCOLAR

Lo que no es cierto sobre la intimidación

Quizás porque la intimidación ha existido durante tanto tiempo sin que hubiera investigaciones rigurosas, hay muchas creencias falsas presentes en nuestras sociedades.

Enrique Chaux
5 de mayo de 2012

Quizás porque la intimidación ha existido durante tanto tiempo sin que hubiera investigaciones rigurosas, hay muchas creencias falsas presentes en nuestras sociedades. Algunas de éstas son:
 
Creencia 1. La intimidación es inofensiva, no hace realmente daño
 
Algunas personas se basan en experiencias personales para creer esto o recuerdan compañeros que fueron víctimas de intimidación y que parecían estar bien. A pesar de que algunos pueden vivir la experiencia de ser víctimas sin repercusiones graves, las investigaciones han demostrado de manera concluyente que quienes sufren la intimidación tienen un riesgo mayor de problemas serios de largo plazo, como ansiedad, depresión o desmotivación académica (véase sección de consecuencias de la intimidación). Así mismo, las investigaciones han encontrado consecuencias graves para los intimidadores, como la vinculación en delincuencia y violencia de pareja. La intimidación escolar no es un juego de
niños y frenarla debe ser una prioridad.
 
Creencia 2. Forma carácter, prepara para la dura vida
 
Algunas personas creen que la intimidación no solamente no es grave, sino que incluso puede ser útil como experiencia formativa porque prepara para enfrentar situaciones aún peores en la vida. El problema es que las investigaciones muestran lo contrario. Ser víctima de intimidación no genera fortalezas, sino vulnerabilidades. Por ejemplo, Lyndal Bond y sus colegas mostraron que ser víctima de intimidación en octavo grado predice el inicio de problemas de ansiedad y depresión en noveno grado (Bond et ál., 2001). Así mismo, Hodges y Perry (1999) encontraron que ser víctima de intimidación predice un aumento en el siguiente año de problemas internalizantes como ansiedad, tristeza frecuente, retraimiento, aislamiento y rechazo por parte de los compañeros. Este tipo de efectos se han encontrado incluso desde preescolar. Kochenderfer y Ladd (1996), por ejemplo, encontraron que ser víctima de intimidación en el primer semestre de grado 0 (kínder) predice que en el siguiente semestre estén más solos y no quieran ir al colegio. Algunos de estos estudios (Bond et ál., 2001; Kochenderfer y Ladd, 1996) encontraron únicamente una relación unidireccional (victimización ? problemas internalizantes), pero otros (Hodges y Perry, 1999) han encontrado que la relación es bidireccional (victimización ? problemas internalizantes y problemas internalizantes ? victimización). En este último caso, la relación es un círculo vicioso en el que la intimidación produce efectos negativos en la persona que aumentan su riesgo de intimidación. En todo caso, la evidencia muestra que la intimidación aumenta vulnerabilidades tanto internas (por ejemplo, ansiedad, depresión o retraimiento) como relacionales (por ejemplo, aislamiento o rechazo). Es decir, una experiencia de intimidación hace que la persona esté menos preparada para enfrentar las duras situaciones de la vida.
 
Creencia 3. Lo más efectivo es darle «más duro»
 
Algunos estudiantes y algunos padres/madres piensan que la mejor manera de frenar la intimidación es que la víctima le dé un golpe fuerte al agresor (por ejemplo, Heinsohn, Chaux y Molano, 2010). Ellos recuerdan situaciones en las que el intimidador dejó de intimidar después de recibir la agresión. Es posible que estos casos se hayan presentado; sin embargo, la evidencia basada en el seguimiento riguroso de estos casos muestra algo distinto. En el análisis de 360 horas de filmaciones realizadas en los salones de clases y en el patio de recreo, Mahady-Wilson, Craig y Pepler (2000) encontraron que las víctimas que reaccionan con agresión física, agresión verbal o descargas emocionales tienen trece veces más chance de que la agresión que reciben aumente en intensidad, en contraste con quienes responden evitando, ignorando o aceptando la situación, o tratando de resolverla —Salmivalli, Karhunen y Lagerspetz (1996) encontraron un resultado muy similar basándose en encuestas—. Es decir, si reaccionan agresivamente, empeoran la situación. Para entender por qué al responder de manera agresiva el riesgo de la víctima aumenta, es importante recordar que toda intimidación implica un desequilibrio de poder. La víctima tiene menos poder que sus agresores por razones como no tener amigos (o tener muy pocos), ser nuevo en el grupo, ser menos popular o ser más débil físicamente (en el caso de niños). Si los intimidadores son más y tienen más poder, una respuesta agresiva de la víctima generará una reacción aún más fuerte de parte de los intimidadores. Además, si acaso llegara a funcionarle, se correría el riesgo de que se legitime la agresión o incluso que quien era víctima pueda convertirse en intimidador, como ha ocurrido en algunos casos. Esta creencia, además, parte de pensar que la agresión es la única alternativa distinta a dejarse agredir. Como se verá más adelante, la asertividad es otra opción y es una opción que sí es en realidad efectiva.
 
Creencia 4. La intimidación es cosa de hombres, no de mujeres
 
Al pensar en intimidación escolar, muchas personas se imaginan situaciones entre niños, no entre niñas. Esto es entendible, dado que la intimidación visible, la que involucra agresión física (empujones, patadas, puños, etcétera), es más común entre niños que entre niñas. Sin embargo, la intimidación a través de modos más encubiertos, como los rumores o la exclusión, puede ser igual o incluso más frecuente entre niñas.10 De hecho, aunque sí hemos encontrado intimidación relacional en colegios masculinos (Heinsohn, Chaux y Molano, 2010), en colegios femeninos ha sido más frecuente (Aponte y Verney, 2006). Además, la experiencia de sufrir intimidación relacional o indirecta puede ser tan dolorosa como la física (Archer y Coyne, 2005).
 
Creencia 5. Los observadores no pueden hacer nada
 
La mayoría de las personas tiende a pensar que la intimidación involucra sólo a quienes agreden y a quienes reciben la agresión. No son conscientes de que lo que hagan los demás influye enormemente en la dinámica de la intimidación. No son conscientes, por ejemplo, de que si se quedan observando una situación de intimidación sin intervenir, la están reforzando y están enviando el mensaje a los intimidadores de que lo que están haciendo no es tan grave. Tampoco saben que si intervinieran asertivamente tendrían una alta posibilidad de pararla rápido, como se mostró. Ser consciente de este poder que tienen los observadores genera un sentimiento importante de responsabilidad social y la comprensión de que no hacer nada es, en últimas, ser cómplice de lo que está ocurriendo.
 
Creencia 6. Es sólo por molestar
 
Algunos intimidadores tienden a desestimar la importancia de la intimidación diciendo que lo hacen «solamente por molestar». Algunos con sinceridad no son conscientes del daño que hace la intimidación. Creen erróneamente que, ya que ellos y otros presentes se divierten, a la víctima también le debe parecer divertido. Sin embargo, para nadie es divertido que se le burlen de forma permanente o lo excluyan o lo golpeen de modo sistemático. Incluso si una víctima de intimidación dice que no le ve problema a que lo traten así, es muy probable que lo diga por la misma situación de sumisión y subvaloración en la que se encuentra. El punto se puede resumir con el refrán: «Si no es divertido para todos, no es divertido».
 
10 Como se mostró en el primer capítulo, mientras que la agresión física es mayor
entre niños, la agresión indirecta o relacional es igual o más frecuente entre niñas
que entre niños.

 
(Tomado del libro Educación, Convivencia, agresión escolar, de Enrique Chaux, publicado por Taurus y Universidad de los Andes)