LOS CHICOS MALOS

Diferentes estudios sobre los "niños matones" confirman el refrán que dice que quien mal empieza, mal acaba.

25 de mayo de 1987

"Michín dijo a su mamá: voy a volverme pateta, y el que a impedirlo se meta, en el acto morirá". Tal vez Rafael Pombo se inspiró para crear su "Michín" en la figura del "niño matón", aquel que aterroriza a sus compañeros al punto de convertirles la vida en un auténtico infierno. Pero el cuento no es tan sencillo como el de volverse pateta. Por cuenta de investigaciones realizadas últimamente por especialistas, se ha determinado que el niño matón tiene unas perspectivas bastante oscuras para el resto de su vida, y que requiere ayuda tan temprana como sea posible.
Por supuesto, los niños son niños, y entre ellos siempre ha habido y habrá peleas. Pero existe un cierto tipo de comportamiento que hace que el niño que lo presenta se salga del común de sus compañeros. Se trata del terror del curso, dispuesto a pelearse por cualquier tontería y en cualquier momento, a humillar y a vilipendiar a sus compañeros. Las investigaciones han demostrado que se trata en la gran mayoría de los casos de niños que en su casa no reciben la atención adecuada y que desarrollan un comportamiento que raya en la paranoia.
Muchos sicólogos, entre ellos los norteamericanos Leonard Eron y Rowell Husemann, adelantaron un estudio sobre los niños matones, que abarcó un total de veintidós años, y pudieron llegar a conclusiones realmente interesantes. En primer lugar, se pudo determinar que, aunque los niños de esas características no presentan una inteligencia inferior a los demás, tienden a tener un desempeño inferior en el estudio, y después en la vida adulta parecen lograr menores éxitos laborales. La investigación, cuyos resultados fueron recientemente publicados por el Jornal de Personalidad y Sicología Social de los Estados Unidos, se basó en la observación de 870 niños de 8 años de edad en un condado de Nueva York. De los 427 que pudieron ser seguidos hasta que tenian la edad de 19 años, se encontró que los agresivos parecían tener una mayor tendencia a abandonar sus estudios y a tener ya problemas judiciales. Al llegar a la edad de 30 años, sobre los 409 que aún fue posible es tudiar, se encontró que los agresivos tendían a tener matrimonios mal avenidos por la violencia ejercida sobre las esposas, y que los que tenían niños entre los tres y los seis años habían criado precisamente "niños matones".
El trabajo de Eron y Husemann ha venido a reforzar las teorías que revalúan la concepción freudiana de la agresión, y la explican como una compensación ante un profundo complejo de inferioridad. "Encontramos que los matones tienen una urgente necesidad de controlar a los demás, para enmascarar sus temores ocultos y su sensación de desarraigo", afirma uno de los investigadores, el doctor John Lochmann.
Tal parece que los niños demasiado agresivos han tenido en sus casas un verdadero régimen del terror. A pesar de que son fuertemente castigados, sus padres no parecen demostrar un especial interés por ello; como dice el doctor Eron, "no es solo falta de cuidado, sus padres simplemente no parecen notar en absoluto lo que pasa con sus hijos".
Ese desinterés parece crear en los niños una sensación de falta de valor, que es intensificada por otro patrón que tiene el comportamiento de sus padres, y es el de que los niños son castigados con una gran inconsistencia, esto es, según el estado anímico de aquellos. Si el papá está de mal humor, hasta la cosa más nimia provocará una reacción violenta y un castigo especialmente severo, pero si está de buen humor, el niño podrá tumbar la casa en la más perfecta impunidad. Esto lleva naturalmente a que el mundo del niño agresivo sea absolutamente impredecible y explica hasta cierto punto su comportamiento paranoico en el colegio, donde ve agresiones donde no existen.
Por eso, los niños agresivos tienden a tomar por amenazas las bromas de sus compañeros, con el agravante de que no parecen ser conscientes de la respuesta violenta que despliegan. "Los niños matones justifican su furia. Creen que el otro niño siempre es quien ha empezado el problema, dice el doctor Lochmann, con lo que empieza a perder sus amigos a partir de los primeros cursos".
La sicóloga Martha Reyes, coordinadora del área clínica de la facultad de sicología educativa de la Universidad de la Sabana en Bogotá, opina que "entre las causas más frecuentes de esta actitud de agresividad extrema en los niños está, además de la inadaptación por la constante frustración personal a nivel familiar, el tener modelos de agresividad, no sólo en la familia, sino también en la televisión o en otros círculos en los que se mueve, como el colegio mismo".
El problema para algunos de los investigadores comienza hacia los cuatro años. A esa edad, los niños tienen un comportamiento más bien incontrolado, pero a medida que van pasando por el kindergarden hacia la primaria, van aprendiendo a controlarse a sí mismos. Los agresivos, aquellos que se colocan fuera de los límites de lo normal, en vez de mejorar en su comportamiento social, van empeorando. Hacia el primero de primaria, cuando casi todos los niños ya han aprendido a convivir con los demás pacíficamente, los "matones" cada vez se apoyan más en la fuerza y la agresión, como sus patrones cotidianos de conducta.
Las niñas, por su parte, presentan un comportamiento agresivo por fuera de lo normal en muy contadas ocasiones. Su temperamento es mucho más sosegado y no da pie para ese tipo de desviaciones, en la mayoría de los casos. Sin embargo, se ha determinado que las mujeres que de niñas tuvieron tendencia a la agresividad, a su turno tienen hijos "matones", en una suerte de transmisión hereditaria comunicada a través de los castigos domésticos.
En edades preescolares, la agresividad se puede manifestar hacia el exterior, esto es, contra otros; y en casos menos comunes, hacia el interior, esto es, contra sí mismo. Como dice la doctora Reyes, "se golpean la cabeza durante horas contra la pared, se arrancan el pelo o incluso se autoinsultan".
En el otro extremo de la balanza está el niño tímido y débil que se convierte en la víctima preferida de los "matones". Se trata generalmente de niños que tienen unos vínculos demasiados estrechos con sus madres, y quienes, en la teoría predicada por el sicólogo norteamericano Nathaniel Floyd, creen inconscientemente que ello los hace acreedores a un castigo. El doctor Floyd, quien ha desarrollado su planteamiento a partir de investigaciones llevadas a cabo en Southern Westchester, N.Y., afirma que "cuando el niño llega a los seis o siete años por las presiones sociales de su medio debe empezar a identificarse más con su padre que, como lo hacía hasta entonces, con su madre. Debe eliminar de su mente los sentimientos tiernos y "femeninos" para empezar a comportarse como "verdaderos" varones. Eso parece crear una gran ansiedad en los niños, que puede llevarlos, si las condiciones son propicias, bien a ser agresivos o a convertirse en víctimas de los "matones"".
Esto ha conducido al doctor Floyd a dibujar el perfil de las familias que producen "víctimas", en contraposición al de aquellas que parecen producir "matones" o "victimarios". Parece haber dos patrones: en el primero, el niño o su madre son víctimas de la agresión del padre, pero, al contrario de lo que sucede con el "matón", el niño se identifica con la víctima, o sea su madre. En el otro patrón, el niño es consentido en demasía por el padre o la madre, quienes lo envuelven en una burbuja de superprotección que hace que esté muy mal preparado para la vida exterior en el ambiente del colegio. Y en general con su comunidad.
Cuando se encuentran los dos extremos en el colegio, el resultado es logico: parece darse una atracción irresisteble, pero inconsciente, entre el niño "matón" y el "víctima", y se establece una relación bastante extraña en que el niño agresivo cree ver en el débil una representación de su propia debilidad en casa, de su lado vulnerable y humillado, y, según el doctor Floyd, tiene la compulsión irresistible de castigar en el niño débil la imagen de sí mismo.
Por eso la relación que se crea parece ser de mutua dependencia. Víctima y victimario se necesitan el uno al otro, por razones totalmente diferentes: el primero se ha identificado con el papel del agredido, mientras el segundo ha asumido el papel del agresor. No se trata sin embargo de una situación dentro de los límites de lo normal, puesto que siempre se podrán dar en los colegios situaciones de conflicto. Se trata de relaciones que llegan a extremos, y que motivan que la víctima descienda en su rendimiento y no quiera ni pensar en ir al colegio. Los sicólogos hacen más hincapié en el tratamiento del niño agresivo que en el del niño "víctima" pues en el caso de estos, el crecimiento les favorece: tienden a aceptar a los adultos como ejemplo para su desarrollo y a ajustarse más apropiadamente a la vida laboral. En lo que concierne a los niños agresivos, su conducta no parece mejorar con el paso de los años, y son auténticos proyectos de antisociales; y, en el caso colombiano, serán unos sicarios potenciales.
Los programas del doctor Lochmann, en la Universidad de Luke, son un intento de mejorar por métodos de terapia sicológica la conducta de los niños especialmente agresivos. Incluyen la enseñanza, a partir de los modelos de comportamiento que existen en el medio escolar, y no en el familiar, del trato con otros niños sin usar la agresión física ni la violencia verbal; y del aprendizaje de aceptar las bromas, y de ponderar las ventajas de tener amistades y de no estar de pelea con todo el mundo. El doctor Floyd, más preocupado por los niños "víctima", piensa que también se les puede ayudar a desembarazarse de sus complejos en el colegio, y a tener un trato más de igual a igual con los niños agresivos, a través de reglas de respeto mutuo.
La ayuda temprana para la corrección de este tipo de comportamientos, tanto del niño agresivo como de su víctima, puede resultar de gran importancia para arrancar de raíz al menos parte de las causas de la violencia contemporánea.