LOS PELOS DE PUNK-TA

Una versión criolla del movimiento punk, es apenas una moda de los "niños bien"

25 de noviembre de 1985

Hasta hace poco, la palabra punk tenía connotaciones de violencia y rebeldía en Nueva York, Londres, Amsterdam y otras ciudades del mundo desarrollado. En ellas, pandillas de jóvenes con pelo teñido de verde, rojo o lila, chaquetas negras de cuero, armas cortopunzantes, cadenas y taches metálicos, merodeaban por las calles causando problemas y trifulcas de cuando en cuando.
El movimiento fue fundamentalmente producto del desempleo, del descontento, del escepticismo y la inconformidad frente a la sociedad, y en gran parte de la droga. En Colombia, llegaron a verse brotes minúsculos y marginales del movimiento punk en algunos barrios como el Kennedy y el Pablo VI de Bogotá, donde aún existen pandillas de muchachos que atemorizan a los vecinos con esporádicos actos de violencia.
Actualmente, el fenómeno está empezando a registrarse en las capas altas de la ciudad como una nueva tendencia de moda de los "niños bien". "Yo no sé si mis papás sepan que le jalo a todo, me imagino que no, porque de lo contrario creo que les daría un ataque. Por lo que sí me viven molestando y criticando es por mi forma de vestir y peinarme. Me dicen que no sea tan descuidado", afirma un sardino de 15 años entrevistado por SEMANA.
En términos generales, la versión criolla del punk se manifiesta fundamentalmente en los aspectos externos y frívolos, más que en una actitud derivada de una ideología que le dio piso en los países desarrollados. Los punks colombianos, los pocos que hay o que se dicen tales, son el resultado del ocio, producto más de la abundancia que de la pobreza. Casos como el de Haren Hull y Caroline Kamerling, hijas de extranjeros, estudiantes de uno de los colegios más costosos de la capital, le dijeron a SEMANA: "Nos gusta ser diferentes con lo que nos ponemos, quizás para dar a entender que no estamos de acuerdo con todo lo que nos imponen. En el colegio nos ponen apodos, pero eso nos tiene sin cuidado, lo que importa es que vestimos diferente y somos lo que somos". Son muestras más o menos inofensivas de inconformismo que tienen, sin embargo, su precio relativo: "En el colegio no nos permiten pertenecer a ningún equipo deportivo o a las barras, porque las directivas afirman que vamos a representar mal a la institución. Pero eso no nos va a hacer cambiar".
No sólo las vestimentas estrafalarias y de colores estridentes escandalizan a los "catanos". La forma de caminar, de hablar, los gestos y algunas poses hacen que a más de un padre de familia se le pongan los pelos de punta. "Me aterra el modo de vestir y algunas ideas de mi hijo. Creo que piensa que me estoy volviendo viejo y que lo molesto simplemente porque me gusta estar en desacuerdo con él. Pero la verdad es que no entiendo lo que hace. No me gusta la gente que lo rodea. En mis épocas de juventud pasábamos muy bueno sin necesidad de acogernos a excentricidades y a hacer locuras como las que ahora hacen", afirmó el padre de un muchacho de 16 años.
Ese look loco, esas actitudes desafiantes en la forma, vienen a veces mezcladas con lo que algunos consideran ideas muy liberales frente al sexo y, además, con el consumo de droga. Es ahí donde estaría el mar de fondo de lo que, por lo menos hasta ahora, no parece ser sino una especie de permanente baile de disfraz en días que no son de fiesta.
Muchos de ellos, que prefirieron no ser identificados, afirmaron que los tiene sin cuidado si los tachan de inmorales por sus ideas flexibles sobre el sexo. "El sexo no es inmoral, en cuestiones sexuales se ha dado un giro violento. Nuestros padres tratan de meternos en la cabeza ideas ridículas y absurdas sobre esa materia desde que estamos pequeños; crecemos con una especie de tabú frente al sexo. Ellos no entienden que eso no tiene nada malo. ¿Qué va a tener de malo querer estar con la persona que a uno le gusta? La vida ha cambiado demasiado y hay que respetar a la gente que vive con su pareja sin tener un papel firmado o cualquier cosa que le demuestre a la sociedad que existe un compromiso para poder vivir juntos", dijo una jovencita.
A pesar de que, en una u otra forma, la versión artesanal colombiana se ha inspirado en el punk internacional, unos los de los barrios Kennedy y Pabio VI, que copiaron la violencia, y otros, los del norte, que imitaron las vestimentas y sus peinados raros, no se sienten realmente punk. Los del norte dicen que el punk verdadero no existe en Colombia y que los de Kennedy y Pablo VI son "galladas" que copian vulgarmente a los grupos de Nueva York.
Así, pues, si el punk pasó por aquí, nadie lo sintió aunque creyera haberlo visto. Lo que más o menos queda es lo de siempre: que la juventud en una u otra forma, con pelo largo o de colores, con mochila o con taches, con minifalda o chaqueta de cuero, siempre quiere mostrar su rebeldía. Rebeldes por definición, los adolescentes quieren siempre mortificar a sus padres y hacerse sentir en la sociedad. Pero inevitablemente, tarde o temprano, la mayoría de ellos termina de corbata o falda plisada, devengando salarios y afiliados al Seguro Social.--