MEA CULPA, MEA CULPA

Los confesionarios pierden cada día más "clientes". ¿Por qué? SEMANA investigó algunas de las razones

9 de enero de 1984

Ahora tienen un aspecto solitario. Esas especies de cajones grandes y oscuros, los confesionarios, que hace tiempo congregaban largas colas y veian desfilar mujeres recatadamente vestidas y hombres de ruana o enfundados en trajes de paño y zapatos bien lustrados, son hoy lugares vacíos, como si sólo cumplieran una función decorativa.
Pocos son hoy los que se reclinan en sus costados y escasos son los sacerdotes que tienen un horario fijo y rutinario de confesiones. Sólo en aquellas iglesias tradicionales como Las Nieves, Lourdes o San Francisco, donde el confesionario solía ser el punto de escala entre la oficina y la casa, los sacerdotes continúan con el ritual de la confesión en las horas pico, a las 7 de la mañana y a las 6 de la tarde. Sin embargo, son muy pocos los fieles que se acercan a contar al oido de los sacerdotes sus cuitas y pecados. Lejos están los tiempos en que durante los primeros viernes, por ejemplo, los sacerdotes cubrían turnos de 24 horas, o esas fiestas de la Virgen del Carmen, cuando a la par que un sacerdote daba misa, otro confesaba.
Es indudable que ahora la gente se confiesa menos, afirmaron algunos de los sacerdotes entrevistados por SEMANA. "En un país donde la práctica católica ha disminuido sensiblemente en las 2 últimas décadas, el sacramento de la confesión es tal vez el que más se ha debilitado": dice el jesuita Francisco de Roux.
Muy pocas son ahora las mujeres de velo y pañolón que recitan la liturgia completa e incluyen en su rutina semanal la confesión, y se cuentan en los dedos de las manos los hombres que se arrodillan para descargar sus conciencias, ante esa misteriosa ventanilla que oculta tras un velo oloroso a incienso, a un sacerdote.
Las razones abundan: "Si ni siquiera voy a misa, ¿para qué me confieso?" contestó un transeúnte interrogado al azar. Algunos aceptaron, incluso, que nunca se han confesado y otros apenas si recuerdan vagamente su primera confesión antes de la Primera Comunión. Al parecer, la religión, y especialmente algunos sacramentos como el de la penitencia, ya no forman parte de la vida de muchos colombianos. No consideran necesario acercarse a comentar problemas de conciencia con los curas y en caso de tenerlos piensan que lo mejor es consultar con un psiquiatra.
"La confesión resulta algo tan anacrónico hoy día, que no tiene nada que ver con la realidad" dice José, un operario de 32 años que vive en el barrio Restrepo de Bogotá. Otros, aunque creyentes, pero no practicantes ortodoxos, cuestionan la autoridad de los sacerdotes: "¿Para qué me voy a confesar con una persona que es tan pecadora como uno? dice Marta, una secretaria de 30 años. Y hay muchos que simplemente aceptan que fueron literalmente espantados de los confesionarios por lo que califican como "una actitud anacrónica de los sacerdotes en relación con el uso de anticonceptivos, las relaciones sexuales o la masturbación. " María Teresa, una cajera de banco consultada por SEMANA dijo: "Una vez le confesé al cura que había abortado y fue suficiente para que me levantara la voz, me abochornara y toda la iglesia se enterara. Yo era, según él, una gran pecadora". Una telefonista de 25 años recuerda: "La última vez que me fui a confesar iba de minifalda. El cura, en lugar de escucharme, me dijo que me bajara el ruedo y volviera.
Naturalmente, desde ese día no volví"
Así como hay muchos que se confiesan católicos y que no se confiesan, hay otros tantos que sólo lo hacen de vez en cuando. "No tengo de qué confesarme, mi conciencia está tranquila", dice Nohemi, una ama de casa que admite que sólo en Semana Santa, cuando visita monumentos se echa "una conversa con el cura". Y es precisamente por esta época y por el período de Navidad cuando se alborotan los remordimientos de muchos y aumenta la peregrinación a los confesionarios, especialmente en aquellas parroquias más humildes. "Sólo en esos días hay suficientes curas para que lo confiesen a uno", dice Rosalba, una lavandera cercana a los 40 años que acusa a los sacerdotes de poco "profesionales": "uno no les alcanza a decir el "me acuso padre", cuando ya le están dando la absolución, como si no lo oyeran a uno."
SEMANA ha podido comprobar por los multiples testimonios recogidos en forma desprevenida, que la confesión parece ser un sacramento en vias de extinción, especialmente en estratos altos y que hoy son muchos los que comulgan sin haberse confesado previamente y sin el menor reato de conciencia. Emma, una empleada de servicios generales de una empresa, casada y con dos hijos, dice: "uno mismo puede arrepentirse y con eso basta". Por su parte, un chofer de bus afirma: "La confesión es un invento de los hombres. Uno sólo se confiesa ante Dios, sin necesidad de un mediador." Poco a poco, se ha ido extendiendo la idea de que cada persona puede "arreglárselas directamente con Dios", y en cuanto a la penitencia pocos creen ya en el poder absolutorio de unas cuantas Ave Marías Y Padres Nuestros. "¿Para qué se confiesa uno, si luego va a cometer el mismo pecado?" se pregunta Marcos, un plomero de 25 años que parece reflejar una creencia generalizada: la confesión no arregla nada, es una práctica antediluviana y lo que importa es la tranquilidad de conciencia personal.
DEL OTRO LADO DEL CONFESIONARIO
Detrás de la rejilla ante la cual el penitente hinca sus rodillas, está el confesor que está perdiendo cada día más "clientes". SEMANA interrogó a algunos sacerdotes, y averiguó las razones que tienen para explicar por qué la confesión está de capa caída.
Algunos de ellos, apasionados defensores de la penitencia como fuente de absolución, afirman que la culpa de la escasez de confesiones es el nuevo ritmo de la vida y, además y principalmente, que la noción de pecado se ha ido borrando de la conciencia de las gentes. "Ahora nadie ve pecado en nada", dice un anciano sacerdote que no oculta su preocupación. "La gente ha ido perdiendo la fe, ha resuelto inventar la liberación... Además, esos cines pornográficos, esas carátulas sugestivas, la marihuana... han acabado con todo. En los colegios dejaron de enseñar la religión y la conciencia de los niños está creciendo deformada. Todo se derrumbó", dice el cura párroco de las Nieves, Manuel Ricaurte Caicedo, 70 años de edad, quien recuerda con cierta nostalgia aquellas Semanas Santas cuando confesaba, con cuatro sacerdotes más, desde las siete hasta las dos de la mañana. Actualmente sólo le dedica tres horas a tales menesteres y escasamente le llegan diez fieles.
Algunos otros encuentran en el avance de ciertas ideas la causa del deterioro de la fe: "La vida se ha complicado. Ahora las iglesias permanecen cerradas y los padres de ahora, hijos de padres también anticlericales y con una gran influencia anticristiana son los culpables de que la religión no sea importante. En su casa ni siquiera existen imágenes que recuerden a Dios. Todo lo volvieron socialismo... " dice el cura párroco de Las Cruces.
Monseñor Darío Castrillón, secretario del CELAM, aclara más el origen del problema: "Hubo un momento en que se sintieron más los pecados contra la justicia y se habló menos de los pecados del sexo, y se dio un gran respeto por la privacidad. La práctica se debilitó y las confesiones se volvieron superficiales. Empezó a flotar en el ambiente la noción de que se podía recibir la eucaristía sin la confesión. A todo ésto se sumó la pérdida del sentido de pecado y el florecimiento de una sociedad complaciente". Esta apreciación fue compartida por muchos de los sacerdotes consultados. Las relaciones sexuales prematrimoniales, los adulterios, las prácticas solitarias no forman ya parte de las preocupaciones que las gentes quisieran confiar a los confesores.
"Los pecados mortales se han vuelto veniales" afirmaron algunos sacerdotes", y un jesuita, el padre Virgilio Zea, dijo: "El país se ha vuelto más pluralista, la única voz que se escucha no es la del cura párroco. Es mucho mayor el número de universitarios que tiene su fe problematizada. La religión que se les ha enseñado es tan tradicional, que la rechazan en bloque y necesitan de motivos personales para creer. Además, ha habido un proceso de maduración en materia de sexo y hoy día los procesos corporales resultan normales." Por su parte, el padre Francisco de Roux sostiene que "en esta epoca en que la psicología y las ciencias sociales han florecido y que se ha extendido la noción de que somos seres condicionados de múltiples maneras, nos hemos hecho más cautos para abordar la culpabilidad y el pecado en sí. "Tal vez por todas estas razones se explica una mayor flexibilidad en el concepto de pecado, y el hecho de que la confesión haya pasado a ser una práctica de segunda orden aún entre aquellos que se consideran católicos con toda la barba.
Y si por acá llueve, por allá no escampa. En Roma también están preocupados. Tanto, que en el Sínodo de Obispos realizado allí recientemente, se trató el tema de la crisis de la penitencia que, en últimas, se afirmó, "es el único medio ordinario de reconciliación con Dios". La decisión tomada a raíz de ese análisis es la de "echarle leña a la candela" y darle un empuje al sacramento. Existe una orden expresa de reavivar en la sociedad cristiana la conciencia del pecado para "que el hombre descubra lo que Dios no quiere que haga y, sin embargo, está haciendo", señala Monseñor Castrillón. Y agrega que los sacerdotes van a estar mejor preparados, para que entiendan al hombre de hoy y puedan predicar equilibradamente...
"Para que no todo sea sexo, ni todo sea social". Curiosamente, dentro de esa nueva tónica de revitalizar ese sacramento está la idea de imponer penitencias más significativas: si a alguien le fascina una telenovela, que la deje de ver una semana y si se muere por ver el show de Jimmy Salcedo que se aguante", dice sonriendo Monseñor Castrillón. Con todo ésto se intenta recuperar el sentido de que la penitencia consiste en hacer algo que cueste. Estas medidas, piensan algunos sacerdotes, serían la única salida para reencauchar la confesión y sacarla del baúl de los recuerdos donde reposaba como un remanente prehistórico. "Hay que hacer de la penitencia un sacramento menos ortodoxo, más acorde con las realidades de nuestra época", dijo finalmente para SEMANA uno de los sacerdotes consultados. Queda por ver si así, remozada la confesión, puede entrar en franca competencia nuevamente para hacerle mella a los clientes del diván de Freud. -