prevención

Mensaje en la botella

Un reciente estudio muestra que los padres son demasiado tolerantes con el consumo de alcohol en menores, desconocen las normas y les envían mensajes contradictorios a sus hijos.

30 de septiembre de 2006

Si se pudiera resumir en una frase lo que los padres piensan sobre el problema del alcohol en los menores, esta sería: "Mi hijo es un santo, los amigos son un poco menos buenos, pero los demás adolescentes, esos sí que están muy mal".

A esa conclusión llegó una encuesta realizada a 1.105 padres de familia acerca de su percepción, conocimientos y actitudes sobre el consumo de alcohol en menores de edad. En otras palabras, los padres creen que beber es un problema que afecta a la población adolescente, pero están convencidos de que el problema empieza de puertas para afuera.
El estudio, encargado por la red de padres de familia Red PaPaz, reveló otras cuantas contradicciones en las creencias de los padres. Si bien nueve de cada 10 padres muestran desagrado y rechazan el consumo de alcohol en menores, 30 por ciento de ellos permiten que sus hijos beban cuando están en su presencia. "La cuestión aquí es que hay una contradicción de actitud. Cuando uno dice que no, pero después lo permite, obviamente muestra una falla en la estructura del comportamiento", dijo a SEMANA Augusto Pérez, director de la corporación Nuevos Rumbos, doctor en sicología y quien realizó el estudio.

Y eso no es todo. Casi la tercera parte de los padres no tienen conocimiento sobre la norma que prohíbe la venta y el consumo de alcohol en menores de 18. Una cifra sorprendente si se tiene en cuenta que la muestra está concentrada ante todo en padres de estratos altos, supuestamente bien informados. Por si fuera poco, según Pérez, los padres tampoco saben de los efectos fisiológicos que tiene el alcohol en los adolescentes.

Daños colaterales

En los últimos meses se han publicado importantes estudios que revelan que el alcohol tiene efectos de largo plazo en los cerebros de los adolescentes y que los daños son más perjudiciales de lo que se pensaba. Investigadores de la Universidad de San Diego, California, comprobaron que los adolescentes alcohólicos tienen muy malos resultados en pruebas de memoria verbal y no verbal, atención y orientación espacial.

Entre tanto, investigadores de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, encontraron que el alcohol afecta especialmente el hipocampo, un área de cerebro fundamental para los procesos de aprendizaje y memoria. En el experimento, los científicos colocaron sensores en los cerebros de ratones adolescentes y descubrieron que el alcohol suprimía drásticamente la actividad neuronal y la creación de nuevas redes en esa zona del cerebro, inhibiendo la creación de recuerdos. En condiciones normales, esta área mantiene una actividad permanente en la que las conexiones entre las neuronas se fortalecen continuamente. Bajo el efecto de una dosis equivalente a dos tragos, la actividad de los receptores disminuía significativamente. Con dosis ligeramente más altas se cerraba casi por completo.

Como era de esperarse, este cortocircuito cerebral afectó la habilidad de los ratones para aprender y recordar. En experimentos posteriores se encontró que aquellos que estaban bajo la influencia del alcohol tenían muchas más dificultades que los sobrios para encontrar una plataforma sumergida en agua y nadar hasta ella.

Pero el daño no solo se refleja en el hipocampo. En un estudio del año 2000 -también con ratones- el neurofarmacólogo Fulton Crews, de la Universidad de Carolina del Norte, encontró que el alcohol afectaba seriamente las áreas frontales del cerebro, relacionadas con el control de los impulsos y la previsión de las consecuencias. De nuevo se halló que el daño era mayor en los cerebros adolescentes, cuyas áreas frontales experimentan cambios de forma y en las conexiones a medida que aprenden habilidades como tomar decisiones, concentrarse y hacer planes.

Estas investigaciones han derrumbado la creencia de que la gente podía tomar en exceso durante años antes de causar un daño neurológico grave. Más aún, han demostrado que tomar sin moderación puede afectar gravemente las mismas capacidades neuronales -como el autocontrol y la motivación- necesarias para proteger a las personas de caer en el alcoholismo. Por fortuna los cerebros jóvenes gozan de una increíble plasticidad, y aunque son más vulnerables, también tienen una mayor capacidad de recuperación cuando dejan de beber.

Problema cultural

Pero aparte de los efectos fisiológicos, quizá es más preocupante el hecho de que beber sigue siendo un hábito culturalmente extendido y aceptado. El estudio muestra que el grado de tolerancia de los padres respecto al consumo de alcohol es de 40 por ciento, lo que una vez más revela que los padres no están siendo consecuentes entre lo que piensan y lo que dicen. Para Pérez, esta contradicción proviene de que en su mayoría los padres fueron criados en un ambiente donde los niños empezaban a tomar temprano. "A mi esposo, la abuela lo obligaba a tomar cuando tenía 15 años. Era una tradición", afirma Sonia Cadavid, madre de un niño de 14 años. Sonia se estremeció recientemente cuando se enteró de que en su fiesta de cumpleaños, la primera que su hijo organizaba en la casa, sus amiguitos habían entrado encaletada una botella de aguardiente.

¿Qué lleva a los niños a empezar a beber tan pronto? Una pista puede estar en otro estudio realizado el año pasado en grupos focales de niños entre los 10 y los 13 años. Cuando se les preguntó qué cosas los hacían sentirse grandes, ellos dieron siete respuestas: besar, bailar, tener novia, estresarse, llegar tarde, fumar y beber. Parte del problema, según Carolina Piñeros, directora de Red PaPaz, es que los padres ya no saben qué está bien ni qué está mal. "Esta generación de papás es muy temerosa. Antes les tuvimos miedo a los papás, ahora les tememos a los hijos". Eso ha hecho que los papás casi se sienten a tomar con sus hijos, por una confusión en la idea de ser 'padres modernos'.

Pérez añade otros elementos. Para él es lamentable la actitud de los padres contemporáneos de reemplazar funciones elementales de un papá, como la compañía, el diálogo, o la guía, por prebendas como plata, regalos o libertades que los jóvenes no saben cómo utilizar. Por ejemplo, los padres parecen admitir con mayor facilidad que niños entre los 13 y los 15 años tengan relaciones en su propia casa, o incluso llegan a permitir que haya un cierto consumo de marihuana. "También está el cuento de que los padres tienen que ser amigos de los niños", una idea insensata desde el punto de vista del sicólogo. "Los padres que se vuelven amigos de los niños los vuelven huérfanos, pues los padres no deben ser amigos, sino padres", añade.

¿Qué pueden hacer los padres? En primer lugar, el consejo de siempre: hablar con los hijos. Segundo, asumir posiciones claras. "Una de las figuras protectoras para un niño es conocer la posición de sus padres. Y esa posición no puede ser otra que cero alcohol antes de los 18", dice Piñeros. En tercer lugar, cuando se llegue a compromisos, cumplirlos, y no dar el mensaje equívoco de que cuando estos se rompen no pasa nada.