MODA

Ropa de lujo de las grandes firmas de la moda... pero de segunda

Prendas que se creían inalcanzables poco a poco van apareciendo en tiendas y plataformas que se dedican a la compra y venta de piezas únicas que ya han sido usadas. Muchos aún le temen al estigma y compran desde el anonimato, pero los millenials no sienten vergüenza por llevar un Chanel o un Dior usado.

13 de enero de 2018

Cuando Claudia Mendoza tenía 15 años encontró una maleta que a su juicio era más un tesoro que una vieja caja. Al abrirla, sus ojos chocaron con unos vestidos de los años sesenta que le habían pertenecido a su mamá. "Me frité la cabeza con eso, y salí a buscar más", recuerda.

Desde entonces ha comprado y vendido ropa usada gracias a ese encuentro. A esa edad se aventuraba a ir por los recovecos del mercado de las pulgas del centro o de la Plaza España, "porque uno podía encontrar ropa diferente".

Para nadie es sorpresa que la venta de ropa de segunda abunda. Sobre todo un domingo por la carrera Séptima de Bogotá, en donde se pueden encontrar piezas tiradas en la calle, muchas lucen sucias, rotas o gastadas. Pero a pesar de su aspecto, los clientes llueven a ese tapete de plástico que los saleros –los que compran ropa por bulto o la piden dizque "para fundaciones"- llaman improvisadamente puesto.

Pero hay otro mundo por donde la ropa de segunda circula en silencio, como si de transacciones clandestinas se tratara. Y es la alta moda: esos lujosos vestidos de las casas más reconocidas del planeta, que mueven millones de dólares y euros en cada pasarela y que la clase media solo la conoce por televisión.

Actualmente se consume un 400 por ciento más que hace apenas dos décadas.

Desde hace unos cinco años han aparecido portales y tiendas en donde se pueden encontrar un vestido de Dior, un bolso Louis Vuitton, unas gafas de Prada o unos zapatos de Chanel. Todo usado y menos caro.

"En mi experiencia no noté que produjera pudor por lo usado, pero esto solo pasa en un círculo muy específico de mujeres que están o en el ámbito de la moda, o del arte o de la decoración. Entonces, creo que están expuestas a tendencias de afuera y a todas estas cosas. Se visten diferente. Invierten otro tipo de dinero en su vestimenta, en ellas noto que sería igual que en todo el mundo", dice Mendoza.

Pero la persona que es ajena a ese mundo mantiene todavía el estigma de que quien compra ropa usada no tiene el dinero para comprar nuevo. "Lo que he encontrado es que en Latinoamérica a la gente no le interesa la ropa usada", afirma. Lo cierto es que a pesar de que la alta sociedad empieza a comprar alta moda de segunda, prefiere que no se sepa que estas prendas ya fueron usadas por otro. El estigma persiste.

Uno de los tesoros que Claudia Mendoza guarda en su clóset es un vestido de Chanel de 1991, por el que pagó la mitad de su precio original, es decir 5.000 dólares. Una pieza couture para pasarela que tuvo pocos gemelos manufacturados, con encaje guipur. Lo compró en Los Ángeles, en Decades, la famosa tienda de Cameron Silver a donde también van las estrellas de Hollywood a medirse prendas.

¿Por qué el apogeo?

Con el auge de la producción masiva de prendas de vestir, el siglo XXI potenció la democratización de la moda: el cambio de una tradición y concepción elitista de lo que se consideraba moda en el pasado, a una popular en donde cualquier persona puede llegar a consumirla.

Esto dio origen a la moda rápida o fast fashion. Antes de este fenómeno las casas de moda solían realizar dos grandes colecciones anuales, primavera-verano y otoño-invierno, que se presentaban con seis meses de anterioridad. Luego se añadieron dos temporadas más con el fin de provisionar los estantes en los meses del medio. Así llegó Resort-Cruise a finales de octubre y Pre-Fall entre mayo y julio. Sin embargo, fue hasta finales del siglo XX que varios empresarios se fijaron en el inmenso beneficio que significaría ampliar las temporadas.

Así las tiendas de moda al detalle o retail stores empezaron a plantear un escenario de 12 colecciones anuales, donde el consumidor no tendría que esperar tanto por vestir la tendencia, y especialmente, no tendría que quebrarse en el intento. Con la producción de prendas en un menor tiempo se abarató la mano de obra y nacieron marcas como Zara y H&M. En la actualidad, estas tiendas renuevan sus colecciones casi cada dos semanas. El constante reabastecimiento hace que los clientes curiosos por la nueva moda regresen por los productos, generalmente a un bajo precio, y que, así mismo, estos sean vistos como desechables o prescindibles.

El estadounidense promedio genera más de 30 kilos de residuos textiles al año, y según la OMS, si China alcanzara una población de 1.450 millones de personas, esto implicaría un mercado de casi 19 millones de toneladas de prendas anuales.

Entonces, la gran pregunta es: si tanta ropa se está produciendo a tan grandes velocidades y con costos tan altos a nivel medioambiental y humano, ¿qué hacer con las prendas usadas?

Para Ana Jiménez, manager en Colombia de Trendier, aplicación de compra y venta de ropa usada, la respuesta está en las plataformas en línea que promueve el mercado de prendas de segunda mano. "La economía colaborativa que nos ha brindado internet ha hecho que cambien los valores, es decir, ya no estamos tan enfocados en poseer las cosas y acumularlas sino en una cultura de usar y disfrutar las cosas. Entonces, bajo estos dos parámetros nacen en todo el mundo plataformas como Trendier en las que las mujeres pueden comprar y vender sus prendas y pueden alargar la vida de estas. Pueden seguir estrenando, que es lo que más amamos las mujeres, de una forma constante pero con un impacto menor en el medio ambiente”, dijo a SEMANA.

Un lujo… de segunda mano

Justo en una intersección entre las calles Campos Elíseos y Jorge Bernard Shaw, en Ciudad de México, queda una casa de fachada negra llamada Troquer. Entrar es casi recorrer un museo de arte donde los artistas son Chanel, Dior, Louis Vuitton y sus parecidos.

Lucía Martínez Ostos se juntaba con sus amigas en una reunión que se llamaba ‘La Permuta‘: un grupo de amigas que se ponen cita para rotar e intercambiar ropa. Ytzia Belausteguigoitia, en cambio, era una fanática por comprar cosas de segunda mano. Una herencia que le dejó su abuela, quien gustaba de comprar muebles y artesanías de diseñador siempre y cuando fueran piezas únicas.

Ambas se juntaron y fundaron Troquer en 2013. "Prácticamente buscamos la forma de que el modelo de ‘La Permuta‘ se convirtiera en negocio. En el ropavejero no te dan el valor que es y por una bolsa Chanel te dan 100 MXN (pesos mexicanos) cuando sabes que no costó eso. Y dijimos que no podemos con el consumismo de usar y desechar", cuenta Belausteguigoitia.


Ytzia Belausteguigoitia, una de las fundadoras de Troquer. Foto Santiago Ramírez Baquero

Dice que en México el miedo a aceptar el consumo de lo usado ha ido en picada, gracias a una nueva actitud y consciencia por parte de los más jóvenes por compartir y preocuparse por el medio ambiente (la fabricación de una sola prenda puede consumir hasta 2.000 litros de agua). Eugenia Debayle, quien ha colaborado como estilista en Vogue y ha manejado a artistas como Radiohead, Kylie Minogue y Robbie Williams, dice que "en troquer he encontrado una forma de vender esas botas que ya no utilizaba y me ha gustado la experiencia de saber que yo también puedo adquirir piezas que no cualquiera va a tener".

"Entonces a los fabricantes gringos se les ocurrió que el precio de reparación quedara igual al precio de algo nuevo y ellos se quedaran con el ingreso de lo nuevo en vez de repararlo. Entonces, el precio del producto bajó pero lo que nos hemos dado cuenta es que el humano se ha vuelto más consciente de eso y por ejemplo en los países nórdicos ya hay centros comerciales dedicados para reutilizar lo que ya existe".

Esa idea de vender la ropa que ya ha sido usada por alguien tiene décadas encima. Pero vender productos usados de las casas más famosas y antiguas de la historia de la moda se originó en Asia, curiosamente el continente que más fábricas de prendas tiene.

"Allá les apasiona tener ropa de marca. Y nace porque se consume mucha ropa de calidad, pero hay otras que no pueden llegar a comprarla porque los precios son bastante elevados. Entonces nacen estas casas de compra venta donde se benefician las tres puntas: el que vende, nosotros que somos el puente y el que compra", cuenta Carolina Gómez Yunda, una de las creadoras de una silenciosa cuenta en Instagram llamada Innocent Pleasures, que vende estas marcas lujosas en Colombia.

Desde hace tres meses, junto con su colega María Buenahora, le dieron la espalda a la moda rápida y se aventuraron en esa travesía en donde pensaron que era una utopía que algo así pasara en el país. "Muchas veces vemos un vestido divino de Pepa Pombo, pero no podemos adquirirlo porque cuesta 4 millones de pesos", cuenta.

Empezaron con una etapa de recolección de prendas. Les llegó un vestido de Pepa Pombo. Un vestido de Diesel, unos zapatos Ferragamo, una billetera de Michael Kors, una cartera Louis Vuitton, zapatos de Adolfo Domínguez y unas gafas Prada. "Nuestro temor inicial era que la gente no estuviera dispuesta a vender estas prendas”, dice Gómez Yunda.

Comenzó como un voz a voz, les preguntaron a sus amigos que si estaban dispuestos a vender la prenda única que solo se habían puesto una vez y que estaba abandonada en el clóset. Dicen que hay muchas personas que no están preparadas para entregar su armario, pero hay otros que lo tienen lleno de prendas valiosas que no usan.

"La gente no ha entendido que comprar ropa usada no está mal", precisa Gómez Yunda.

Uno de los factores que más destacan es que la publicidad que se le da a las prendas también influye, pues en todos los casos contratan a un fotógrafo profesional encargado de darle la mejor imagen a las prendas que se van a vender. Ninguna, en realidad, parece usada.

Y concluye: "Queremos llegarle a gente como nosotras que sí queremos ponernos los vestidos de Pepa Pombo, pero no le vamos a invertir 4‘000.000 de pesos porque tenemos que pagar el arriendo".