MULTINACIONALES DEL ESPIRITU

El movimiento Krishna acaba de inaugurar un templo en Colombia, que será la sede de "la conquista espiritual del continente"

18 de julio de 1983

Ya no constituyen novedad. Vestidos con sus "dhotis" color naranja y luciendo sus lustrosas cabezas rapadas, parecen llevar siglos ofreciendo sus libros olorosos a incienso y predicando la conciencia Krishna. Ya son parte de las ciudades que diariamente recorren armados de tambores y timbales, deslizando entre sus dedos las 108 cuentas de madera de sándalo que marcan el ritmo de sus oraciones y los acompañan en sus fervorosos cantos devocionales: "Hare Krishna, Hare Krishna, Hara Rama Rama Rama, Hare Hare", un estribillo (bastante familiar en los discos de música "rock") que posee, según ellos, el mágico poder de conjurar la maldición de esta era obscurecida por la hipocresía y la destrucción.
Observadores desprevenidos, ateniéndose a la libertad de cultos, ven a los Krishna como un grupo vistoso y folclórico, a veces molesto, que con sus cantos y atuendos da un toque exótico a cada ciudad. Otros, más radicales, no soportan el "rojo remolacha" que otorga el reflejo del sol sobre sus cabezas rapadas y no sacan cinco centavos de sus bolsillos para comprar una edición ilustrada del "Bagavagdita", su biblia. Muchos los acusan de haberse constituido en una multinacional del espíritu, dedicada a la impresión de libros en lujosas ediciones, que posteriormente venden muy por debajo de su valor real, esto, aunado al hecho de que parecen vivir simplemente de la venta de incienso, hace recaer fuertes sospechas sobre la magnitud de las fortunas que manejan. Por ello los krishnas no han logrado evitar que en muchos observadores de sus ritos ronde aún el fantasma del fanatismo, ante el recuerdo de casos patéticos como el suicidio colectivo de Guyana, cuando otro predicador espiritual indujo a cientos de seguidores a quitarse la vida.
Son los adoradores de la conciencia de Krishna, que habiéndose rapado la cabeza en señal de renunciación, han sacrificado sus nombres cristianos para ser conocidos como Brahma, Prapha, o Sidharta, entre otros. Dos principios marcan su existencia: una vida simple y un pensameinto elevado; no se gratifican los sentidos, se rinde un culto exagerado al virtuosismo, a la perfección espiritual y a la lucha por desvirtuar la ilusión material.
Se levantan antes del alba y entonan sus "mantras", unas tonadillas religiosas, a través de las cuales entran en una especie de "trance" que les permite supuestamente la visión de una realidad eterna. Evitan el fuego de los sexos y le declaran la guerra a la lujuria, ciñéndose a uno de sus más importantes principios: no tener relaciones sexuales ilícitas, que son todas aquellas que no van encaminadas a engendrar hijos. No consumen carnes ni huevos, ni mucho menos gustan de los juegos de azar. No prueban el té y el café y se acuestan temprano, saludables y livianos luego de una comida con base en leche y vegetales. Así creen despojarse de sus simulaciones, sus excesos y los complejos de una vida pasada. Son los "iluminados", que en pos de una anhelada perfección espiritual, se separan de las "almas descarriadas" (que son todas las demás) y pretenden seguir al pie de la letra, lo que está escrito en el "Bagavag-dita" .
LA NUEVA DROGA
Al igual que muchas sectas, los "Krishnas" tuvieron gran acogida en los años setenta cuando miles de jóvenes, sin credo y con largas melenas, hastiados del consumo de la droga, decidieron emprender la cruzada de la espiritualidad. La psicodelia y el "flower power" se habían ido, al igual que el famoso sueño de la paz, dejando una clase media desarraigada como el que más, sin un arma que la defendiera de la cruda realidad. Se necesitaba una nueva fuerza que recuperara la perdida espiritualidad. Poco a poco, las gentes comunes empezaron a romper con la sociedad convencional, a formar sectas de todo tipo, a recluirse en pedazos de tierra virgen y a cultivar sus pocas virtudes en pos de la ansiada "purificación del yo". Problemas tan arraigados en la generación de los sesenta, como la sexualidad, pasaban a segundo plano. La meditación trascendental, los altos estados de conciencia y el yoga se ponían en boga, a la par que la filosofía oriental se convertía en la nueva droga. Las ciudades norteamericanas iban siendo invadidas por "gurus", seres rechonchos e imberbes, que a pesar de dedicarse al cultivo del espíritu, parecían sacar un provechoso beneficio de la buena alimentación, mientras tocaban las fibras sensibles del snobismo de la clase media. Eran los "vendedores de aceite de serpiente del oeste" -como los denominó el New York Times- que conquistaban a muchos cantantes de rock, a miles de jóvenes desesperados y a una que otra ama de casa cansada de sus cuatro paredes. Reinando como cualquier estrella de pop y prometiendo el anhelado jardín de rosas, iban forjando el famoso "supermercado espiritual".
Dentro de estos, se encontraba Shrila Prauphada, fundador del movimiento Krishna, un maestro que a los 68 años de edad salió de la India para expandir sus enseñanzas. Llegó a los Estados Unidos en 1965, radicándose en la parte baja de Nueva York, donde al poco tiempo ya contaba con un grueso ejército de discípulos, que lo creían un semi-dios.
En diciembre de ese mismo año, grababa con sus alumnos un larga duración de "la conciencia de Krishna", una melodía que produjo revuelo. A los pocos meses una carta llegaba al templo; era de los Beatles y contenía una orden de pedido de 100 copias del disco. Ahí comenzaba la famosa vinculación de George Harrison con el movimiento; a los dos años grabaría "My Sweet Lord" en honor a ellos, al tiempo que les regalaba una finca en las afueras de Londres y pasaba a ser parte importante de los amigos de Krishna.
Ese mismo año, Prauphada dotaba de piso jurídico a sus convicciones religiosas a traves de la fundación de la Sociedad Internacional de Amigos de Krishna (ISKON), algo parecido a un credo con personería jurídica y abundantes cuentas corrientes Hoy, a casi seis años de la muerte del "maestro", la sociedad es manejada por 24 miembros y tiene más de 52 millones de devotos, 273 centros, varias comunidades rurales y decenas de restaurantes vegetarianos, a la vez que ha publicado más de 70 volúmenes de filosofía oriental.
KRISHNA EN COLOMBIA
En nuestro país el movimiento es relativamente nuevo. En 1977, Ravi Dasa, un discípulo de Prauphada, fundó el primer templo "Hare Krishna" en Bogotá. Desde ese entonces, los Krishnas han invadido las calles de las principales ciudades del país, con sus ventas ambulantes de incienso y sus arengas espirituales que se pronuncian con más asiduidad frente al público cautivo de las busetas.
Hoy en día cuentan con casi 200 devotos, colombianos ordinarios y desubicados, que alteran sus condiciones de vida para encontrar otro dios.
Recientemente se acaba de inaugurar el primer templo hindú de Suramérica a pocos kilómetros de Bogotá. Es el fruto de dos años de trabajo de los discípulos; sin ser tan elegante y lujoso como sus gemelos norteamericanos, no deja nada que desear. Hecho con base en ladrillos, cemento y fibra de vidrio, y adornado con ojivas doradas y elefantes de colores, el templo es una construcción un tanto exótica y rara en la vía a Silvanía. Para bien o para mal, el templo convertirá a Colombia en uno de los países más importantes de América Latina en lo que al movimiento Krishna se refiere.
Sin embargo, el futuro no es muy halagueño. Aunque todos saben que se ha perdido la acogida que antaño les brindaban la juventud norteamericana y europea y sus esfuerzos están dirigidos a América Latina, el movimiento de la conciencia de Krishna no tiene mucho que esperar en el continente, mas que unos cuantos adeptos, exóticos y raros que busquen darle a su existencia un nuevo "status" o una nueva personalidad.