infancia

Niñez secuestrada

Un informe de País Libre y el Convenio del Buen Trato refleja el impacto sicológico del secuestro en los menores de edad.

13 de octubre de 2003

"Mama, no vayas a dejar que me maten... mamita, no dejes que me vayan a meter en el hueco negro", le susurra el pequeño Vytis a su madre, Sauli Karanauskas. La mayoría piensa que el drama de este niño de 4 años, secuestrado en Villavicencio el pasado primero de abril cuando viajaba en la ruta escolar, terminó a los ocho días tras haber sido rescatado por el grupo Gaula. Lo cierto es que su pesadilla continúa. "Ya Vytis no está en el hueco negro pero muy grises son sus recuerdos", comenta Sauli cuando se refiere a la amarga experiencia que le cambió la vida. Si bien ella agradece la colaboración de las autoridades, la población civil y los medios de comunicación, sin los cuales no hubiera sido posible la liberación de su hijo, la incertidumbre de vivir bajo las amenazas de los delincuentes la obligaron a exiliarse en el exterior.

Con este viaje los Karanauskas pretenden curar las heridas sicológicas que les generó el secuestro. Esta es la misma apuesta que han hecho más de 1.800 familias, que representan a igual número de niños secuestrados, desde 1996 hasta la fecha. Una experiencia traumática a juzgar por el informe 'Cicatrices del secuestro', un documento elaborado por el Convenio del Buen Trato y País Libre, en el que se relata cómo les afecta a los niños el secuestro propio o el de algún familiar cercano.

Cada día un menor es secuestrado en algún lugar de Colombia, lo cual le otorga a este país el deshonroso título de ser la Nación dónde más se priva a los niños del derecho a su libertad. En la mayoría de casos, más de 794, se hacen con fines extorsivos para recibir dinero o alguna prebenda política a cambio. Sin embargo esta no es la única modalidad pues está aumentando el llamado secuestro simple, que incluye el rapto de menores para trata de blancas, las adopciones ilegales, raptos por violación al derecho de la custodia o para tráfico de órganos. De los menores secuestrados 1.306 han corrido con una suerte similar a la de Vytis, ya sea porque sus familias pagaron por su liberación, las autoridades los rescataron o se fugaron. Algo muy diferente sucede con los más de 397 restantes que permanecen en cautiverio y los 30 que han fallecido durante la retención.

Aunque cada historia es única y es muy difícil generalizar, los autores del estudio consideran que el secuestro genera un cambio que deja cicatrices para toda la vida. "El niño no sólo sufre cuando es la víctima directa. También se produce un gran daño sicológico en él cuando es su padre, su madre o un hermano el secuestrado", dice Olga Lucía Gómez, sicóloga de País Libre.

"Mi esposo estuvo secuestrado dos años. Al quinto mes de su plagio mi hijo, de 7 años, empezó a no tener control de esfínteres. También tenía pesadillas y a los siete meses no quiso volver a hablar. Fue en ese momento cuando decidí buscar ayuda". Rosa, esposa de secuestrado liberado.

Diversos estudios han demostrado que 68,4 por ciento de los niños y niñas afectados por el secuestro de una figura de apego presentan síndrome de estrés postraumático moderado y otro 21 por ciento puede llegar a padecerlo en forma severa. Esta alteración se caracteriza por un estado de hipervigilancia en el que el niño se siente vulnerable ante la eventualidad de que el hecho se repita. También tienden a reprimir la experiencia y a revivir todo ante cualquier estímulo externo, como le sucede a Vytis quien, a pesar de su corta edad, recuerda que fue secuestrado en un taxi y ahora, cada vez que ve uno, entra en pánico y se rehúsa a subir en él.

En los casos de secuestro de alguna figura de apego los adultos, por tratar de hacer un bien, terminan haciendo un mal al ocultar información veraz sobre lo ocurrido. En muchos casos creen que el niño no está en capacidad de entender lo que pasa o quieren protegerlo para que no sufra. Es por eso que le dicen que la persona secuestrada se fue de viaje o simplemente no dan explicaciones. Es entonces cuando el niño descubre que las personas a las que él quiere no le están diciendo la verdad y fabrica sus propias razones, que muchas veces son más nocivas. "Algunos creen que la ausencia se debe a que el papá ya no los quiere, a que les fue mal en el colegio o a que se portaron mal", dice uno de los expertos consultados.

Como si esto fuera poco, el estrés que provoca la ausencia de la persona genera una conmoción en la que todas las energías de los adultos se centran en la persona ausente y en encontrar la manera de que regrese sano y salvo a casa. Por consiguiente el niño, quien ya está afectado por la ausencia del ser querido, se siente abandonado porque ya no recibe la misma dedicación e interés que antes.

El estudio señala que en situaciones como estas los niños tienen conductas agresivas, cambios en el rendimiento escolar y se aíslan porque sienten vergüenza por la experiencia que están viviendo.

"Mi mamá me dijo que mi papá está en un bosque. Yo le hago dibujos de bosques y culebras. También le hice un álbum contándole todo lo que pasa en el colegio". Sebastián, 8 años, hijo de padre secuestrado hace ocho meses.

Cuando liberan al secuestrado el niño por lo general desarrolla una reacción de estrés aguda, que se caracteriza por un estado de alerta extremo en el que prima el temor a que se repita la situación.

"Desde que mi mamá llegó no quiero que salga de la casa. No quiero que vaya a trabajar. Quiero dormir con ella todas las noches. Quiero que estemos todos juntos siempre". Marcela, 11 años, hija de madre secuestrada.

Si la vivencia de tener un familiar secuestrado es un calvario el secuestro de un niño es un infierno tanto para el menor como para su familia. El impacto depende de la edad en la que están, de los recursos sicológicos que posean y de las relaciones afectivas con la familia. Algunos desarrollan destrezas y se adaptan a la situación como un mecanismo de supervivencia.

"Yo estaba encerrado y me pasaban un plato de comida por la puerta. Yo estaba solo pero a veces veía a mi amigo Freddy, con quien hablábamos durante horas sobre todo lo que pasaba en el colegio". Alejandro, 11 años, secuestrado durante un año.

Cuando la víctima es muy pequeña los secuestradores suelen maltratarla sicológicamente diciéndole que está ahí porque sus papás la abandonaron y ya no la quieren más. Los preadolescentes, por su parte, ya saben discernir un poco más y se dan cuenta de que sus padres y familiares no propiciaron esa situación. En algunos casos los captores son jóvenes y por lo general juegan y se ocupan de alimentar al menor secuestrado. Esto genera relaciones ambiguas ya que el niño no entiende que la persona que lo trata bien es un delincuente.

Las condiciones físicas del cautiverio también influyen en la manera como el niño reacciona. Es diferente estar en un campamento al aire libre con posibilidades de jugar que escondido en una caleta.

"Yo estuve metido en un hueco en la tierra. En las paredes hacía unos huequitos muy pequeños con un pitillo. Cuando los del Gaula me preguntaron por qué los hice yo les dije que era para no olvidarme de los días que pasaban". Mauricio, 12 años, secuestrado durante seis meses.

Más allá del peligro que pueda correr su vida la angustia que siente el niño se da por no estar con su familia. La separación abrupta de los padres produce un trastorno afectivo, sobre todo cuando se da en etapas tempranas en las que la dependencia materna es mayor. Diversos estudios han encontrado que a los niños no les importan tanto las bombas y los tiros cuando están al lado de sus madres.

"A mí y a mi hija nos retuvieron en una pesca milagrosa y nos llevaron a un campamento mientras mi esposo conseguía el dinero. Ella jugaba con los captores, corría por todas partes y cuando nos liberaron ella creía que había estado de vacaciones. Sólo cuando llegó al colegio se dio cuenta de lo que había vivido y entró en shock y fue necesario llevarla a terapia". Amparo, secuestrada durante mes y medio.

Mientras el niño pasa por la situación del secuestro en su casa el ambiente es abrumador. El sentimiento que aparece con mayor frecuencia es la culpa porque el secuestro es sinónimo de una falla en el papel protector que deben tener como padres. El adulto siente que descuidó al niño y que fue por su culpa que se cometió ese delito.

"Yo no fui suficientemente bueno con mi hijo. Si al menos lo hubiera acompañado al bus o si lo hubiera llevado yo mismo al colegio nada de esto habría pasado". Iván, padre de niño secuestrado.

Sea cual fuere la situación del niño ante el secuestro , es decir, víctima directa o indirecta, la atención de sicólogos es muy importante para ayudarlos a conciliar esa experiencia y seguir adelante. Cuando no se hace es probable que los niños tengan en el futuro dificultades para establecer relaciones afectivas estables pues les queda la impronta del abandono, la fragilidad, la vulnerabilidad ante la imposibilidad de controlar el futuro y la desconfianza hacia los demás. El otro gran riesgo de no hablar de este tema con un especialista es que los niños crezcan con una visión polarizada del conflicto y cuando adultos caigan en ese mismo circulo de violencia.

Los autores del informe son conscientes de la crudeza del contenido pero aun así consideran que es necesario hablar de este tema, pues la experiencia ha demostrado que mientras más información se tiene las familias cuentan con mejores herramientas para soportar el golpe del secuestro. Pero lo que de veras importa de estas iniciativas es que con ellas se demuestra que el secuestro no puede seguir siendo el drama aislado de unas familias sino el dolor de toda una Nación pues con estas manifestaciones de violencia el país está secuestrando su futuro.