| Foto: Javier de la Torre / Semana

PSICOLOGÍA

No me digan ‘cabezón’

Los apodos son una de las principales causas de conflicto y violencia entre niños y adolescentes. Una mirada a esta conducta que puede ser un elogio o una forma de matoneo.

1 de junio de 2013

Sebastián es un exitoso abogado de 25 años que no olvida su traumática infancia en el colegio. Ser gordo y usar gafas con mucho aumento fueron suficientes motivos para que sus compañeros lo tildaran de gordito y gafufo. Durante varios años soportó las burlas y los chistes que afectaron su autoestima a tal punto que tuvo que ir al psicólogo. “Lo más duro fue el bachillerato. Tiempo después me operé los ojos y me sometí a un ‘bypass’ gástrico con lo cual me liberé de ese lastre”, dijo a SEMANA.

Casos como el de Sebastián son muy comunes. Una característica física o la forma de ser de alguien inspiran apodos que los demás usan para agredir. Hace pocos días salieron a la luz cifras reveladoras sobre los conflictos más recurrentes en los colegios de Bogotá y algunos municipios aledaños. 

De 45.000 casos que han llegado este año a los 370 colegios que adoptaron el programa de conciliación escolar Hermes, ideado por la Cámara de Comercio de Bogotá (CCB), más del 40 por ciento (18.900) han sido por apodos. “Lo más grave es que esto ocurre en la etapa de desarrollo y afecta directamente la identidad y la autoestima. La víctima empieza a creer que vive con defectos”, explicó María Isabel Guerrero, psicóloga infantil.

La mayoría de los casos de este tipo de matoneo se registran en estudiantes de 12 y 13 años, cuando están empezando la adolescencia y justo en la transición de la primaria al bachillerato. Pero también ocurre en la infancia. Un estudio realizado en el Reino Unido con estudiantes de primaria reveló que la mayoría había sufrido experiencias negativas por cuenta de los apodos, y que muchos de ellos eran subidos de tono y parecidos a los que usaban los que cursaban bachillerato. Según el trabajo, publicado en 2010 en la revista British Journal of Educational Psychology, las niñas sufrían más y la mayoría de los sobrenombres hacían alusión a su apariencia física. 

Los expertos afirman que llamar a otra persona por su aspecto físico es un tipo de discriminación cultural legitimada en cierta forma por la sociedad. Para muchos es más divertido decirle pecoso, colorado o enano al otro que llamarlo por su nombre. Sin embargo, todo depende del contexto y de si el afectado lo acepta. En un equipo de fútbol o en las tribus urbanas es casi una regla que cada uno tenga un apodo. 

El psiquiatra infantil Germán Casas afirma que los apodos son normales en una etapa de la infancia y no pueden generalizarse como algo negativo, pues algunos son cariñosos o enaltecen las capacidades del otro. “Cuando a alguien le dicen Messi no es para ofenderlo. Conozco colegios en los que está prohibido ponerle apodos a otros, pero tampoco puede llegarse a ese extremo. La clave está en controlar el uso de los que son discriminativos y peyorativos”, dijo a SEMANA. 

Aunque evitar los apodos es una tarea difícil, lo más importante es que “la persona los apruebe. Cada cual tiene su nombre y ese apelativo no puede reemplazar la identidad de nadie”, señala Casas. Por eso lo más recomendable es prevenir y esa labor debe empezar en la casa, pues la discriminación proviene en muchas ocasiones de los mismos familiares. Como concluye Guerrero, “no solo los golpes físicos hieren. Las agresiones verbales tienen la misma fuerza”.