La sociedad es cada vez más individualista y hedonista, por eso es más difícil medir los riesgos | Foto: PANTHERSTOCK

PSICOLOGÍA

Pasión por el riesgo

Cada vez hay más casos de personas que se juegan el todo por el todo en diversos ámbitos de la vida sin medir las consecuencias. Los expertos explican el fenómeno.

24 de noviembre de 2012

"El mayor riesgo es el que nunca se corre", declaró hace algunos años Mark Zuckerberg, el creador de Facebook y uno de los multimillonarios más jóvenes del mundo, en su dormitorio de la Universidad de Harvard. De no haberse atrevido a proyectar este portal más allá de las aulas, Zuckerberg no hubiera logrado convertirlo en un fenómeno internacional que hace parte esencial de la comunicación diaria de más de 1.000 millones de personas. Y es que como dice el joven de 28 años, en un mundo que cambia tan rápido no correr riesgos es, al parecer, la única estrategia que garantiza el fracaso. Esta parece ser la filosofía que rige la vida de varias personas en la sociedad moderna y algunos psicólogos dan prueba de ello, pues afirman que cada vez más reciben en su consultorio a personas que les gusta vivir al límite para lograr sus objetivos y obtener grandes recompensas.

La vida está llena de peligros y, por lo general, quienes son muy ambiciosos se aventuran a correrlos en el amor, el sexo, los negocios, el trabajo y en sus actividades de ocio. La concepción general sobre el riesgo es que los osados son aquellos que logran el éxito y reconocimiento. Sin embargo, la gente no logra medir las consecuencias de sus actos y por ciertas decisiones afectan a todo un sistema, tal y como sucedió con InterBolsa hace unas semanas. A pesar de que algunos consideran que esto ocurrió por la codicia de unos pocos, la psicóloga María Elena López cree que este tipo de problemas relacionados con la toma de decisiones arriesgadas en la actualidad "van más allá de la ambición", según dijo a SEMANA.

Aunque tomar riesgos le ha permitido evolucionar al hombre y mantenerse como especie dominante del planeta, "todavía no parece estar muy adaptado a enfrentar los riesgos del mundo moderno que trae una amplia gama de desafíos", dijo a SEMANA Glenn Croston, autor del libro The Real Story of Risk: Adventures in a Hazardous World. El autor se refiere a riesgos que pueden afectar a las personas a largo plazo, como por ejemplo el cambio climático, las comidas rápidas y los juegos de azar online, pero a los cuales no se les da mucha importancia.

La pérdida de control de los actos se debe en parte a que "la gente tiene ahora el universo al alcance de la mano con internet y eso representa un desafío permanente, pues hay muchos estímulos a los que están expuestos", explicó a SEMANA López, quien considera que la sociedad, en especial la occidental, es cada vez más consumista, competitiva y hedonista, lo cual genera un nivel de saciedad que difícilmente puede aplacarse.

Varios estudios han demostrado que tomar riesgos eleva la dopamina, neurotransmisor que activa la región del cerebro donde se genera la satisfacción y recompensa en las personas por actividades placenteras como comer o hacer el amor. Sin embargo, no todas realizan la misma cantidad por lo cual "toman mayores riesgos que los demás con el fin de vivir esa sensación que otros experimentan con más frecuencia", señaló Croston a esta revista. Ese deseo es muy común en personas bipolares o en quienes sufren de depresión y trastornos obsesivos-compulsivos, condiciones que se adquieren por herencia pero también debido al entorno en el que crecen las personas. No obstante, todos corren distintos riesgos aunque depende del interés, el beneficio y la necesidad que cada cual tenga. "Alguien que le guste bucear a grandes profundidades o competir en carros de carreras puede ser menos arriesgado en los negocios, no excederse en las comidas y ser muy sobreprotector con sus hijos", le contó a SEMANA Baruch Fischhoff, profesor de Ciencias Sociales y de una clase sobre toma de decisiones en la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh, Estados Unidos.

Los hombres suelen ser más arriesgados que las mujeres. Así lo demuestran estudios que señalan que el macho está genéticamente programado para ser doblemente arriesgado y despreocupado. Una investigación realizada por expertos de la Sociedad Británica de Psicólogos, publicada en 2012, reveló que los hombres tienden a ser más impulsivos y aventureros, mientras que las mujeres son más propensas a ser prudentes y cautelosas. Para esto entrevistaron a más de 2.000 personas de varios países que trabajan en 20 áreas laborales distintas.

Aunque en la sociedad valoran más al emprendedor que al temeroso, el límite que hay entre un riesgo controlado y uno peligroso es muy pequeño. "Algunos creen tenerlo todo calculado y no están preparados para el fracaso, pues la pasión por el riesgo los lleva a sufrir pequeñas muertes a nivel financiero, laboral o afectivo", explicó López a SEMANA, quien señala que la gente ha perdido la capacidad de medir los riesgos por el deseo de tener más y más. Por eso, quien lleva al extremo su ambición puede volverse adicto. "Normalmente, la gente puede tolerar que algunas cosas les salgan mal. Sin embargo, si toman demasiados riesgos, la posibilidad de que se vean abrumados es muy alta", señaló Fischhoff a esta revista.

Por lo general, las personas no miden el poder que tienen pequeños riesgos como una infidelidad. Para ver un ejemplo de esto no hay que ir muy lejos, pues la reciente renuncia del director de la CIA, David Petraeus, por un lío de faldas, habla por sí sola. "La gente es muy egoísta y puede terminar afectando a los demás por cuenta de sus caprichos", dijo a SEMANA el psicólogo organizacional Gabriel Pineda. Con él coincide López, quien afirma que la sociedad es cada vez más individualista y por eso se ha perdido la perspectiva y la capacidad de proyectar las decisiones que se toman a diario. Lo más alarmante es que las nuevas generaciones están creciendo en medio de este entorno en el que lo planeado no tiene cabida, pues "todo es inmediato y el tiempo parece ser un capital inmanejable", dice Pineda.

Los expertos coinciden en que tomar riesgos es una fuerza importante para progresar y disfrutar los placeres de la vida. Sin embargo, lo ideal es correrlos con miras a alcanzar un objetivo razonable y no lanzarse a ojo cerrado sin pensar antes de actuar. "Es indispensable que la gente reflexione cuáles son los distintos escenarios a los que se enfrentarían y cómo se sentirían si las cosas les salen bien o mal", concluye Fischoff.