HIJOS

¿Por qué no nos hacen felices?

Los estudios señalan que los padres sufren más de depresión y angustia que los individuos sin hijos. Los expertos explican por qué se está dando este fenómeno.

23 de abril de 2011

Cuando a los padres se les pregunta si están felices con sus hijos, la respuesta rotunda es sí. Cualquiera que ha vivido la experiencia coincide en que ellos son las personas que le dan sentido a su vida. Papás y mamás llevan sus fotos en las billeteras y se las muestran con orgullo a propios y extraños. En cualquier conversación surge el momento para hablar de sus proezas, y en las oficinas sus mamarrachos y esculturas en plastilina son exhibidas por los progenitores como si fueran obras de Picasso y Rodin.

Tal vez por eso los psicólogos aún no alcanzan a comprender por qué si tener hijos es reconocido como el punto máximo de júbilo en la vida de una persona, en los estudios sobre bienestar los padres no responden estar más contentos que sus pares sin hijos. "Las investigaciones muestran que tener niños no nos hace más felices. Ellos no tienen un impacto positivo ni negativo en el nivel de satisfacción individual", dijo a SEMANA Andrew Oswald, economista de la Universidad de Warwick, en Inglaterra, experto en bienestar. En otros trabajos, el impacto de la crianza incluso es negativo. "Los padres experimentan menos bienestar emocional, menor frecuencia de emociones positivas y más sentimientos negativos que quienes no tienen hijos", dice Robin Simon, socióloga de la Universidad de Wake Forest.

Esta conclusión se observa en diferentes disciplinas. En una investigación de 2006, el Nobel de Economía Daniel Kahneman entrevistó a cientos de mujeres de Texas, Estados Unidos, y halló que cuidar a los niños es de las actividades menos placenteras para aquellas madres trabajadoras de la muestra y, en una lista de 19 opciones, pasar tiempo con ellos aparece en el puesto 16, por debajo de cocinar, ver televisión, hacer ejercicio, hablar por teléfono, dormir la siesta y hacer mercado.

El más reciente de estos trabajos fue publicado en la edición de marzo de la revista Population and Development Review y en él se indica que los padres menores de 30 años están menos contentos que sus coetáneos sin hijos. Y mientras más hijos, la tendencia es más negativa. Los padres con dos hijos son más infelices que los que apenas tienen uno y estos, a su vez, viven más frustrados que quienes no son padres aún.

Aunque el público que escucha lo anterior siente un rechazo rotundo, en ningún momento los expertos sugieren que los padres no quieran a sus retoños. Más aún, en estos trabajos hay evidencia de que ser papás da sentido a la vida y una sensación de trascendencia y de propósito que no tienen las personas sin hijos. Lo que sorprende es que a pesar de que ellos son casi el fin último, la evidencia académica no refleje esa realidad. Las mamás sufren más estos síntomas que los padres. Lo mismo sucede con los solteros con hijos que asumen la crianza en solitario. También hay evidencia de que los niños deterioran las relaciones de pareja y que hay unas etapas más difíciles que otras: la de 0 a 2 años y la adolescencia.

En algunos estudios se ha encontrado que solo a partir de los 40 años los padres vuelven a mostrar mayores niveles de satisfacción que sus pares sin hijos y esto coincide con la etapa en que se marchan de casa, conocida como el nido vacío. Pero otros dicen que el efecto negativo dura toda la vida.

Al borde de un ataque de nervios

Interpretar estos datos no ha sido fácil. Para algunos expertos la razón del descontento radica en el tipo de crianza que se aplica en estos tiempos. "Los padres viven agobiados, no saben si lo hacen bien y todo esto hace estresante la crianza", señala la psicóloga María Elena López. La evidencia señala que la insatisfacción de los padres aumentó entre 1970 frente a lo reportado en 1950, lo que indicaría que en ello influyeron cambios sociales como la participación de las mujeres en la fuerza laboral y el divorcio. Como el incremento de mujeres trabajadoras no trajo consigo horarios flexibles ni apoyo para el cuidado de los pequeños, muchas mamás hoy, luego de cumplir con su labor profesional, deben seguir atendiéndolos. Claro está, como lo dice la psicóloga Ximena Sanz de Santamaría, esto depende de las facilidades de cada pareja. "Una familia de estrato alto puede contratar a una niñera que lidia con la carga que implica la crianza", dice. Paradójicamente, los papás sienten que no pasan el tiempo suficiente con ellos y reportan a los psicólogos una gran culpa por trabajar y dejarlos al cuidado de terceros. Por atender los asuntos laborales y la crianza simultáneamente los papás tienen ahora mucho menos tiempo para sí mismos.

Mucho esfuerzo, pocos resultados

Criar hijos, además, se ha vuelto una competencia de nunca acabar. Los niños desde muy pequeños deben ir a estimulación temprana, clases extracurriculares, eventos deportivos, estar en los mejores colegios, lo cual implica una gran inversión de tiempo y dinero. "Lo que vemos es que hay un desequilibrio entre ese gran esfuerzo y los resultados," señala la psicóloga María Elena López. Los padres, agrega la experta, están llenos de dudas, no saben cómo ejercer autoridad y quieren que todo les salga perfecto. A esto ha contribuido que la educación de los hijos se ha 'terapizado' y si a los dos años este no pinta bien, el niño es diagnosticado con un problema. "Cuando algo sale mal, los padres se culpan por los fracasos. La crianza podría ser más tranquila y con más sentido del humor". No obstante, aclara que hoy hay temas más difíciles de manejar para los padres, como la drogadicción, la violencia, la inseguridad, y para todo esto, según López, los padres están solos. "Dicen que se necesita una aldea para criar a un niño y hoy no tenemos ni a la familia".

López también señala que antes el libreto de los progenitores era más claro. La gente se casaba, tenía hijos y las mujeres se dedicaban a criarlos. Hoy los individuos antes de embarcarse en la paternidad viajan, estudian y disfrutan de al menos diez años de libertad total. Pero luego de haber vivido sin ataduras, como lo dijo la psicóloga Jean Twenge a la revista New York Magazine, muchos de los que se convierten en padres a los 30 ó 40 años tienen más dificultad para ajustarse a cuidar un hijo. "Las generaciones anteriores salieron de sus casas a tener hijos. Ahora la gente sabe lo que se está perdiendo", dice Twenge. Esto, en una sociedad que cada vez es más individualista, está llevando a que los padres se sientan abrumados por la crianza. "La gente es egoísta y poco tolerante, y esto los lleva a no hacer esfuerzos", dice la psicóloga Annie de Acevedo.

Daniel Gilbert, psicólogo social de la Universidad de Harvard, reconocido por sus estudios sobre cómo los humanos fallan en el pronóstico de sus emociones, considera que la gente tiene hoy altas expectativas de la paternidad y cuando en la práctica no se cumplen, se frustran. Con él coincide Simon, quien señala que la gente todavía tiene concepciones románticas frente a tener hijos. "No hay mayor garantía de una vida feliz y rica emocionalmente que tenerlos", pero la realidad es que traer un niño a este mundo es un reto que implica sacrificio y, a veces, muchos dolores de cabeza. "Aún así, la cultura continúa reforzando el estereotipo de la ecuación niños=felicidad", dice la experta, quien le reveló a SEMANA que ha recibido insultos por los descubrimientos de sus investigaciones. "Lo que pasa es que estos hallazgos mueven las bases de nuestras creencias", pero al rechazarlos de plano se impide que se discuta el quid del asunto "y es que los papás necesitan más apoyo de la sociedad para tener más tiempo con ellos".

Según Gilbert, los hijos les retribuyen a los padres con muchas cosas, pero probablemente no es con un incremento de la felicidad diaria. Pero un simple "te quiero, mamá" puede borrar en un instante un día de corre-corres y angustias. Dice Gilbert: "Los niños puede que no nos hagan felices con mucha frecuencia, pero cuando lo hacen, nos transportan a otra dimensión".