La paz debe abarcar, entre otros, los procesos de desarme, desmovilización y reintegración de excombatientes. | Foto: Archivo SEMANA

POSCONFLICTO

Ciencias para la paz

Las ciencias sociales deberían ayudar a comprender lo que ha causado el conflicto, por qué se ha mantenido vivo y cómo los colombianos nos podemos reconciliar.

Carlos Marín Calderín
16 de junio de 2016

El posconflicto, para unos, o posacuerdo para otros, la fase siguiente a la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno y las FARC, es más complejo de lo que parece: más que perdonar o castigar delitos, tiene que ver con la recomposición de la sociedad.

Hace un tiempo, la Universidad del Rosario llevó a cabo los Experimentos de Reconciliación Política en Colombia, en los que antiguos guerrilleros y paramilitares, víctimas del conflicto y miembros de comunidades, discutían propuestas para que la convivencia pacífica sea una realidad en el posconflicto.

En unos de estos encuentros se concluyó que para evitar una recaída en el conflicto, la paz debe abarcar los procesos de desarme, desmovilización, reintegración de excombatientes, reconciliación, atención a poblaciones vulnerables, construcción de memoria y verdad, justicia transicional y reparación, entre otros.

En todas estas actividades, las humanidades tienen una tarea primordial.  El novelista José Luis Garcés González, de Montería, región golpeada por paramilitares y guerrilleros, sostiene que las ciencias sociales ayudarían a interpretar o a proponer modelos de comprensión y comportamiento del otro y hacia el otro.

“Cambiaría la escala axiológica. Ayudaría a entender que la civilización pasa por dirimir los conflictos sin necesidad de matarnos. La violencia, en este caso, sería un anacronismo. Haríamos un cuestionamiento de nuestra propia barbarie. Retornaría, y estoy hablando en forma ideal, la ecuánime y benévola ceguera de la justicia: todo aquel que delinca, sea quien sea, se le aplicará el peso de la ley. La justicia no tendría ojos para favorecer a los de mejor estrato social o a los de mayores recursos económicos, como sucede hoy”, explica el escritor y profesor de la Universidad de Córdoba.

Muchos expertos consideran que se logra mediante la educación. Sin embargo, como lo explica la historiadora Vera Weiler, profesora de  la Universidad Nacional, el componente educativo es inocuo si no se tiene estudios sistemáticos sobre la violencia e, incluso, sostiene que la recomposición social no solo se logra con el perdón. “Me he encontrado con personas extremadamente conflictivas en sus propias relaciones dictando cursos en maestrías con títulos así como ‘Solución pacífica de conflictos’. Para entender el comportamiento de las personas hay que tener estudios sistemáticos sobre ellas. Declarar ante cámaras el perdón a un asesino no resolverá realmente la problemática de las muy profundas heridas emocionales, porque este no es un tema de simple declaración”, dice.

Y es que esas heridas se dieron en un contexto muy especial que se caracterizaba por una combinación contradictoria entre estabilidad institucional (no debe olvidarse que Colombia tiene la democracia más continua de América Latina) y el conflicto armado más largo. Por eso el sociólogo y antropólogo Francisco Gutiérrez Sanín afirma que “somos un tramado de contradicciones impresionante, pero en todo este maremágnum de conflictos y contradicciones hay una gran oportunidad, es una buena excusa para reinventarnos”. Reinvención que correría bajo la responsabilidad de las ciencias humanas.

En un caso específico, el ensayista y médico Álvaro Bustos González afirma que: “vamos a ver si de las ciencias sociales brotan las razones, suficientemente persuasivas, para reenfocar el problema del narcotráfico. Mientras subsista ese matrimonio infeliz entre el dinero de la droga y el poder, poco se podrá lograr”.

En esta discusión sobre el papel de las ciencias sociales y el posconflicto, algunos investigadores consideran que estas ciencias ya han hecho aportes bastante importantes. Otra cosa es que no hayan sido valorados por constructores de políticas públicas. Al respecto  Medófilo Medina Pineda, haciendo referencia a la tierra, un punto considerado fundamental para construir la paz, es categórico al afirmar: “sobre el tema agrario las ciencias sociales, la historia, la antropología, la sociología, produjeron un volumen muy grande de estudios, y ahí las ciencias sociales cumplieron. Si no ha habido políticas que de manera fundamental se iluminen en su formulación por las conclusiones que han hecho esos estudios, no es culpa de las ciencias sociales”.

Es tan compleja la discusión sobre cómo debe ser la paz que no solo se remite a temas materiales como la repartición de la tierra, la reparación material o la participación política sino que también incluye asuntos metafísicos como el perdón, e incluso la misma reconciliación, que sin lugar a dudas necesitan de las ciencias humanas.

En relación con el término, perdón se cruza una tradición que involucra lo religioso. Rodolfo Arango Rivadeneira, exmagistrado auxiliar de la Corte Constitucional y profesor de Filosofía de la Universidad de los Andes, recuerda que al hablar de perdón se piensa en la religión católica, y en la idea de que la persona debería desplazar el sentimiento de odio que tiene frente a un ofensor, reconocerlo como un ser humano igual y reconstruir a través del amor ese vínculo con él, perdonarlo y eliminar los sentimientos negativos.

“Eso, en la filosofía, no se ve como una solución óptima, pero sí, por ejemplo, que uno pudiera tener la posibilidad, no de reconstituir ese vínculo, sino de comprender la situación, de tener compasión respecto del otro, incluso del ofensor, y no olvidar, pero sí llevar la conciencia a un nivel donde ya uno no tenga un sentimiento negativo; reconstituir el lazo social con el ofensor sin que medie la trascendencia ni la intervención de un ser divino que da finalmente el perdón o algo así. ¿Y cuál es la ventaja de esta vía? Yo diría que así uno puede entenderse mejor con alguien no religioso. Pensemos que puede haber individuos agnósticos o ateos que han sido ofensores”, plantea Arango.

Si bien el periodo de posconflicto será nuevo para todos los colombianos, lo que hace pensar en una experiencia de ensayo y error, brindará, claramente, la mejor oportunidad que en décadas se haya tenido para reconstruir la nación, dividida, desangrada y atrasada en muchos aspectos. Más que la reducción de los delitos, que vendrá siempre bien, lo que se espera, por fin, es que la vida se respete y que el conocimiento social, entre otros, aporte en el nacimiento y desarrollo de una Colombia viable.