Comportamiento

Ricos por naturaleza

Si se les mira desde la óptica de un biólogo, los ricos manejan códigos de comportamiento que los distinguen del resto de los mortales.

17 de noviembre de 2003

No hace falta ser un genio para saber que a los ricos -los de verdad- les encanta aislarse del mundanal ruido. Para la prueba el reciente escándalo que suscitó el documental Born rich, que se estrenó en el canal por cable HBO el 27 de octubre, en el que Jamie Johnson, uno de los herederos de Johnson & Johnson, les mostró al resto de los mortales la relación que su familia y los amigos de su familia tienen con el dinero. Por ese motivo a Johnson lo tildan de "idiota" y "traidor de su clase", dejaron de invitarlo a fiestas, en síntesis, lo 'zafaron'.

¿La razón? Por meterse con un tema que es tabú entre los multimillonarios: hablar de su dinero. "Me educaron para no hablar de dinero, dijo Jamie. Existe un código de silencio sobre la riqueza que, supuestamente, no hay que romper. Eso es lo que sostiene unidas a esas familias. Pero creo que el secreto las vuelve disfuncionales".

Johnson parece dar en el clavo. Y si no es así, al menos cuenta con un aliado de lujo, el periodista estadounidense Richard Conniff, colaborador de National Geographic, quien un día, en el principado de Mónaco, miró a todos los millonarios que lo rodeaban, escuchó sus conversaciones y llegó a una conclusión de tipo evolutivo: los muy ricos son "una especie social única". O mejor, una subespecie.

A raíz de esa observación se dedicó a detallar el comportamiento de los ricos y buscó paralelos en el mundo natural. El resultado se encuentra en su libro Historia natural de los ricos. Un estudio de campo, una muy divertida, irónica y a ratos cáustica descripción del mundo privado de los ricos y los poderosos.

El telón de fondo, lugares como Aspen, Beverly Hills y Park Avenue. Conniff se inmiscuye con ojos de naturalista en las fiestas, el manejo del poder y hasta el sexo de los más ricos y explica sus estrategias de dominación y sumisión, su comportamiento exhibicionista, sus intrincados mecanismos jerárquicos, así como sus poco ortodoxas prácticas de apareamiento.

Como investigador de la historia natural Conniff siempre ha pensado que cada animal, desde la hormiga toro australiana hasta Bill Gates o Rupert Murdoch, se ajusta más o menos a las normas de su especie. Encajan en pautas básicas de sicología, territorialidad, jerarquía social, conducta reproductiva, cuidado de los hijos y demás; y los que no encajan acaban, por lo general, por ser devorados, como según parece le está sucediendo a Jamie Johnson por violar una regla básica del comportamiento de su subespecie.

Al compararlos con otros ejemplares del reino animal, Conniff encuentra grandes coincidencias. "Las normas entre los babuinos (una especie de primates) son las mismas que en una novela de Jane Austen: mantener estrechos lazos con los parientes y tratar de ser aceptado por animales de alto rango", dice Conniff. Unas ilustrativas fotografías revelan estas semejanzas. Marilyn Monroe y un chimpancé con el mismo gesto. La reina Isabel I de Inglaterra y su espectacular y decorativa gola semejante al lémur con collar. La actitud dominante de un mandril y los rostros de J.P. Morgan y John D. Rockefeller. La poliginia del elefante marino y la del rey Eduardo VII de Inglaterra. Y avanza mucho más allá de los gestos. Por ejemplo, compara a Ted Turner con la cola desplegada cuando anunció que donaría 1.000 millones de dólares, un tercio de su patrimonio, a la ONU para investigar enfermedades epidémicas.

El autor compara las conductas de los animales y de los magnates. Como un pez que vive en los charcos de alrededor del lago Tanganica y que demuestra su poder de la misma manera que los CEO de las grandes compañías. Pero, ¿por qué el aislamiento acaba haciendo de los ricos una subespecie?

Para esta última pregunta hay una respuesta contundente: "Lo malo de ser rico es que uno no ve más que a otros ricos", como se quejaba con frecuencia Peter Gruber, productor de Hollywood.

Incluso les encanta poder casarse con otros ricos de su misma línea de negocios. William Clay Ford junior, presidente de la Ford Motor Company, es bisnieto del fundador, Henry Ford, y también del fabricante de neumáticos Harvey Firestone.

"Siempre que un animal consiga más de un recurso, esto hará cambiar la conducta del animal. Si le damos más comida a un mono aullador y un rango más alto, por lo general mantendrá relaciones sexuales más frecuentes", dice Conniff. "Animales con la misma estructura genética se comportarán de manera distinta si se les proporcionan recursos distintos". Lo mismo sucede con los magnates. Además, de acuerdo con Conniff , "la riqueza confiere frecuentemente una mayor libertad sexual. El pájaro azul de la infidelidad parece haberse posado en mujeres como Jennie Jerome o Pamela Harriman". En una ocasión le preguntaron a la mecenas y coleccionista de arte Peggy Guggenheim cuántos maridos había tenido, a lo que ella respondió: "¿Míos o de otras?"

Otro tema al que le saca mucha punta Conniff es a la reiterativa afirmación de los ricos de que quieren ser personas normales. "Sólo quiero ser de clase media", es un dicho habitual. "No creo que la riqueza cambie realmente a las personas", manifestó Jeff Bezos, el dueño de amazon.com, cuando abandonaba su casa alquilada de 100 metros para trasladarse a una recién comprada de 10 millones de dólares que, de paso, le permitía ser vecino de Bill Gates. Como sus 650 metros cuadrados le parecían poco decidió ampliarla. Así funciona la normalidad de los ricos y esas conductas los aíslan del resto de la humanidad, lo cual es el primer paso de cualquier proceso evolutivo. Sólo sus iguales podrán reconocer que esa sencilla camiseta en realidad es una prenda de seda de alta costura de Yves Saint Laurent. Sólo ellos lo saben, y lo que piensen los demás ¿a quién le importa?

Pero eso no es todo. Conniff también explora un terreno muy álgido. "Los ricos siempre han creído que es su inteligencia, su ingenio, su gusto, su capacidad atlética, todo excepto su dinero, lo que hace que sean especiales... y a veces desgraciados".

El zoomorfismo, que consiste en ver a seres humanos como si fuesen animales, y el antropomorfismo (lo inverso) son viejos pasatiempos. Pero en las últimas dos décadas una serie de descubrimientos biológicos demostraron que las diferencias entre seres humanos y otros animales son menores a lo que se pensaba, sostiene el autor. Un biólogo o un etólogo podrán decidir si el libro tiene rigor científico o no. Lo que sí es seguro es que la prosa colorida de Conniff sirve para descorrer el velo de un reino animal muy particular, poco conocido y casi siempre mitificado.