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FAMILIA

Rivales de sangre

Un estudio reciente señala que las disputas entre hermanos son las más graves y podrían causar traumas psicológicos. Los padres deben saber cuándo y cómo intervenir.

12 de enero de 2013

La relación entre los hermanos es una de las más importantes en la vida, no solo por la cercanía sino porque es la más duradera. Sin embargo, no es raro que se peleen, especialmente en la infancia y la adolescencia, cuando cada uno quiere ser el centro de atención de sus padres. Pero así sean naturales, las disputas fraternales pueden tornarse violentas y crónicas. Un estudio reciente realizado por psicólogos de la Universidad de Missouri, Estados Unidos, examinó a fondo este fenómeno y dio pautas para saber cómo y cuándo los padres deben actuar para evitar que alguno de ellos sufra trastornos psicológicos que afecten su autoestima.


Los expertos evaluaron durante un año a 145 pares de hermanos mayores de 9 años de clase media de Europa y Estados Unidos. Les preguntaron con cuánta frecuencia se peleaban y qué tan violentos eran sus enfrentamientos. Los resultados demostraron que el nivel de autoestima de los que discutían menos era más alto mientras los demás presentaban cuadros de depresión y ansiedad. Aunque el hallazgo no es sorprendente, lo más interesante es que el estudio categorizó los conflictos más comunes y las secuelas que dejan. 

Según el trabajo, las fuentes de rivalidad entre hermanos se dividen en dos categorías. Unas son las relacionadas con temas de equidad y justicia como el reparto de las tareas en la casa o del uso del computador. Las otras son las que tienen que ver con la privacidad, es decir, el respeto por el espacio y las cosas del otro. “Mientras las investigaciones pasadas habían sugerido que solo el segundo tipo de conflicto era perjudicial para la calidad de la relación, este estudio encontró que ambos generan problemas psicológicos”, dijo a SEMANA la psicóloga Nicole Campione-Barr, autora del estudio publicado en la revista Child Development. 

Según Jorge Forero, presidente del Instituto para el Desarrollo de la Salud Emocional en Colombia, aunque la competencia es natu-ral en cualquier especie, entre humanos se entiende que “es sana en la medida en que puede producir resultados positivos. Se vuelve patológica cuando hay maltrato”. La psicóloga  María Elena López afirma que es fundamental diferenciar las peleas normales, que pueden ser buenas para la formación de los niños, de las que sí afectan su salud física o emocional. “Es clave intervenir cuando ellos no puedan manejar el problema, pues lo que parece una simple discusión puede ser grave a largo plazo”, dijo a SEMANA.

El reto de los padres es saber cuándo intervenir. El estudio de la Universidad de Missouri señala que en algunas situaciones puede ser más sabio dejar que ellos resuelvan la disputa, pues a veces, así quieran evitarlo, los padres pueden demostrar su preferencia. Esto no quiere decir que se desentiendan, pero podrían ayudar más al “crear reglas claras en casa para que no haya discusiones sobre quién tiene razón sino quién las cumplió”, afirma Campione-Barr. 

Por otra parte, es importante que el ejemplo empiece por los padres y que no haya incidentes de violencia intrafamiliar. Además, “el pecado capital de un padre es comparar a sus hijos. Cada uno es un mundo y una sorpresa diferente, y deben ser valorados como tal”, dijo a SEMANA la psicóloga Annie Acevedo, quien considera que de esa forma se fortalecerán como individuos, apreciarán más los lazos de sangre que los une y los blindará de ser celosos e inseguros.